LA HISTORIA OFICIAL Argentina, 1985. Dir: Luis Puenzo. Prod: Marcelo Piñeyro para Cinemanía e Historias Cinematográficas. Guión: Aída Bortnik y Luis Puenzo. Fotogr: Félix Monti (color). Mús: Atilio Stampone. Mon: Juan Carlos Macias. 112 min. Reparto: Héctor Alterio, Norma Aleandro, Chun-chuna Villafañe, Analía Castro, Hugo Arana, Chela Rulz, Guillermo Battaglia, Patricio Contreras, María Luisa Robledo, Jorge Petraglia. Pocas películas nacen con el oportunismo político y llevan implícitas en sus imágenes un debate de mayor calado que el cinematográfico sobre los desaparecidos de la dictadura argentina y las manifestaciones de las Madres de la Plaza de Mayo. Este melodrama intimista narra las vicisitudes de Norma Aleandro (Alicia) -premio de interpretación femenina del Festival de Cannes de 1985-, una profesora de secundaria instalada en un limbo conyugal, sociológico y político, sin apenas contacto con la convulsa realidad del país. Casada con Héctor Alterio (Roberto), cómplice económico del régimen, enseña historia de Argentina en una escuela como si fuera una mera recopilación de personajes y efemérides, de acuerdo a un trasnochado programa que nunca cuestiona la legitimidad de los protagonistas ni cómo sucedieron los hechos. Tampoco sus clases despiertan excesivos entusiasmos y son motivo de mofa por parte del alumnado y de un escéptico profesor apenas dibujado sobre la pantalla. Todos juntos escuchan cada mañana en el patio de la escuela las notas del himno nacional como si fuera una cuestión de fe y todavía con el fracaso de las Malvinas presente en su memoria. El drama de Alicia empieza cuando se interroga sobre su vida personal y cuestiona las circunstancias de la adopción de su hija, Analía, después del retorno de una amiga de un exilio forzado por las circunstancias políticas. En contacto con otra realidad distinta a la suya, conocer la tragedia de los niños robados a sus padres y entregados a los adictos a la dictadura, saber de la dignidad de algunas familias en lucha por sus derechos biológicos recuerdan a la protagonista las comidas familiares y las discusiones entre Roberto y su hermano, donde la eterna dicotomía entre triunfo personal y fracaso va más allá de las palabras. Estamos en 1983, y el contacto con las reivindicaciones de la calle abre los ojos de Alicia a un pasado desconocido y enterrado por los años de la dictadura militar. Inicia por su cuenta una investigación y conoce a la abuela de Gaby. Acompaña a la anciana a su casa y se la presenta a Roberto como testimonio de una tragedia donde ellos han sido actores y verdugos. La agresión física de su marido motiva una doble renuncia de Alicia; tanto respecto de su hija, por entender que su amor materno no deja de ser un acto de egoísmo, como de su marido, peón al servicio de un tiempo de silencio y tortura. No sólo cierra físicamente la puerta de su casa, sino que dice adiós a un mundo de policías y generales corruptos, especuladores sin límites, abogados y médicos al servicio del poder en tanto que profesionales de la mentira y la delación. El mensaje de La historia oficial es contundente y gana el Oscar de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa, pero otra cosa bien distinta es el discurso cinematográfico de Luis Puenzo, tan esquemático como un anuncio por palabras, y próximo a un film de cámara donde los actores dijeran su texto -el guión cuenta con la colaboración de la escritora Aída Bortnik- como si fueran las consignas de un discurso político, de una rigidez y pobreza de argumentos que dejan al espectador perdido en un mar de buenas intenciones. Tanto el profesor como la amiga exiliada y la abuela de Gaby, la excelente Chela Ruiz, son víctimas que declaman una catarata de razones en busca de la respuesta emocional del espectador. Desde la presentación se subraya que Roberto es un ser medroso y cobarde frente a la bondad bovina de Alicia. En este sentido los registros de Norma Aleandro y Héctor Alterio son coherentes con el escaso background de sus personajes y la necesidad de conocer algo más sobre sus vidas pasadas y < presentes. Quizás a favor de la actriz tenemos su notable habilidad para hacer de los primeros planos pequeños discursos < personales, Introducir ajustadas acotaciones y mostrar una indefensión que pasa a ser un desapego emocional durante el tramo final, y evitar el fardo lacrimógeno del melodrama. Tampoco la estática planificación ayuda a romper la claustrofóbica puesta en escena deudora del cine argentino del pasado, de una previsible psicología femenina que por momentos recuerda el cine de Raúl de la Torre y su Crónica de una señora (1971), encarnado por Graciela Borges. Pero a favor de La historia oficial hay un intento de reflexión sobre la dictadura consentida de Argentina, del cobarde comportamiento de la burguesía porteña, de vehicular el mensaje político a través de un eficaz melodrama y conseguir una corriente didáctica necesaria para entender el exilio interior y exterior, de la complicidad con el poder y el ejército unido a la falta de un compromiso ético. El secuestro de la niña por parte de Alicia es un tardío reconocimiento a la memoria de los perdedores, entre ellos los padres de Gaby, muertos por la dictadura.