Dos regalos y un beso, 2003 Nancy Meyers y yo almorzamos juntas. Después de su debut con Tú a Londres y yo a California, con Lindsay Lohan, seguido de ¿En qué piensan las mujeres?, con Mel Gibson, todo un éxito que recaudó 374 millones, era una de las escasas directoras que estaban muy solicitadas. Entretanto yo había ganado más dinero comprando y vendiendo casas que actuando en una serie de películas fallidas, como The Only Thrill, Aprendiendo a vivir, Colgadas, que también dirigí, y Enredos de sociedad, todas ellas un fracaso de taquilla y de crítica. Estaba prácticamente fuera de juego como actriz y sin duda como directora novata. Ante un plato de ensalada, Nancy me contó que estaba escribiendo una comedia romántica sobre una dramaturga divorciada, Erica Barry, que se enamora de Harry Sanborn, un hombre famoso y mujeriego, propietario de una discográfica. Mientras ella me daba los detalles, yo me planteaba cambiar de trabajo. ¿Y si me dedicaba profesionalmente a la restauración de casas? Necesitaba un inversor. No quería seguir reformando las casas donde vivíamos Dex, Duke y yo para venderlas al cabo de un año. ¿Era eso bueno para los niños? Cuando Nancy dijo claramente que quería que interpretara a Erica Barry y que iba a ofrecer el papel de Harry a Jack Nicholson, salí de mi ensimismamiento. «¿Cómo dices? ¿Jack Nicholson? Lo siento, pero Jack Nicholson no va a hacer de mi novio en una película para mujeres. No es lo suyo. Nancy, eres genial, y me emociona que hayas pensado en mí, pero estoy segura de que no aceptará, que es otra forma de decir que nunca conseguirás que te financien el proyecto. Así que yo de ti no me haría ilusiones. Ni te molestes.» Me marché convencida de que su película sin título no vería nunca la luz. Y, francamente, deseé que no me lo hubiera dicho. No quería aferrar- me a una esperanza vana. Un año y medio después Jack y yo empezamos a filmar Cuando menos te lo esperas en los estudios de Sony. Cuando salí del hotel Plaza Athénée de París para la última noche de rodaje de Cuando menos te lo esperas, me recibió una horda de paparazzi que tenían la esperanza de ver a Cameron Diaz o a Jack y que en cambio se encontraron frente a una solitaria Diane Keaton, o Diane Lañe, como decía mi invitación al desfile de la colección de otoño de Valentino. Había sido un rodaje largo, de seis meses para ser exactos. El último día, Jack se despidió con un abrazo y dijo algo sobre una pequeña parte. Le devolví el abrazo y cada uno se fue por su lado. Dos años después me llegó por correo un cheque con muchos ceros, que correspondía a mi porcentaje de los beneficios de Cuando menos te lo esperas. Yo no tenía ningún acuerdo sobre beneficios. Debía de tratarse de un error. Llamé a mi agente, que me dijo que me lo había enviado Jack Nicholson. Jack? Entonces me acordé de que me había dicho algo sobre una pequeña parte cuando se despidió de mí con un abrazo. Dios Santo. Se refería a que iba a darme una parte de su porcentaje. Jack encerraba muchas contradicciones e incoherencias. Y muchas sorpresas. Un día rodamos en los decorados de la casa de la playa de Erica. El guión describía así la escena: «Erica y Harry, mojados por la lluvia, cierran rápidamente todas las puertas y ventanas. Los relámpagos rasgan el cielo y las luces de la casa se apagan. Alguien frota una cerilla y prende una vela. Después otra, y otra. Erica se vuelve y ve que Harry está mirándola. Sin tiempo para pensar, se besan». Para mí, Diane, no Erica, el beso fue como encender un recuerdo de algo perdido y encontrado de repente. —Lo siento —dice Erica. —¿Por qué? —dice Harry. —Te he besado —contesta Erica. —No, cariño; te he besado yo. Entonces, siguiendo el guión, Erica besa a Harry. Al instante yo, Diane, olvidé qué debía decir a continuación. —Maldita sea, lo siento. ¿Qué digo? El apuntador susurró: —«Sé que este era mío.» En resumidas cuentas, yo, Diane, o más bien yo, Erica Barry, tomaba el mando y besaba a Harry. Repetimos la toma. En cuanto besé a Jack o, mejor dicho, a Harry, volví a olvidarme de mi frase. —Lo siento. No sé qué me pasa. ¿Cuál era la frase, por favor? Desde su silla de directora, Nancy me gritó: —Diane, es: «Sé que este era mío». —Vale, sí, vale, vale, claro. Lo siento, Nancy. Probemos otra vez. Seguimos así otros diez minutos. De verdad que no sabía qué me estaba ocurriendo. Lo único que recordaba era que no debía olvidarme de besar a Jack. Besarle con la seguridad de una historia que no era la mía, aunque lo pareciera, era fantástico. Olvidé que estaba en una película. La historia de Nancy se fundía con la mía: la historia de Diane sobre un beso con Jack, alias Harry. Y lo mejor de todo era que a Harry, alias Jack, tenía que gustarle tanto como a mí, Diane, alias Erica. No sé qué sentiría Jack, no Harry. Solo sé que todo lo que salía de su boca me producía ese torbellino del «primer amor» una y otra vez. No era el guión. Era Jack. Y Jack no puede explicarse. O sea, que esto es lo que me dio Cuando menos te lo esperas: la oportunidad que me brindó Nancy, el beso de Jack y una parte de los beneficios. Cuando menos te lo esperas siempre será mi película preferida, no solo porque fue algo inesperado a los cincuenta y cuatro años, sino también porque me proporcionó la maravillosa sensación de estar con dos personas extraordinarias que me dieron dos regalos y un beso.