LOS HOMBRES Nunca he podido sentirme atraída por un hombre que tuviera una dentadura perfecta. Un hombre con dientes perfectos siempre me ha hecho sentir extraña. No sé a qué se debe, pero tiene cierta relación con los hombres que he conocido y tenían dientes perfectos. No eran tan perfectos en todo lo demás. Hay otro tipo de hombre que nunca me ha gustado: el tipo al que le asusta ofenderte. Siempre acaban ofendiéndote de una manera peor que cualquier otro. Prefiero que un hombre sea un lobo y, si ha decidido insinuarse conmigo, que lo haga y acabe con ello. En primer lugar, una insinuación no es nunca totalmente desagradable, porque los hombres que se insinúan son, por lo general, inteligentes y apuestos. En segundo lugar, no tienes por qué pasar horas con un lobo y oír largas conversaciones con segunda intención acerca de los impuestos sobre la renta y lo complejo de la situación en la India mientras consigue el valor suficiente para entrar en acción. Peor aún que estos parlanchines con segundas intenciones son los que se insinúan a la manera de buenos samaritanos. Son los que se interesan por mi carrera y quieren hacer algo grande por mí. Por lo general son hombres casados, naturalmente. Con ello no quiero decir que todos los hombres casados son unos hipócritas. La mayoría son unos lobos descarados. Te piden con atrevimiento que tengas en cuenta que están casados con esposas que parece que los adoran... y siguen adelante a partir de ahí. Siempre hay variaciones entre los hombres. Incluso los lobos se diferencian un poco entre ellos. Algunos lobos gustan de hablar mucho de sexo. Otros se muestran terriblemente educados respecto a decir algo ofensivo y actúan como si te estuvieran invitando a algún acontecimiento social importante. Lo mejor en los lobos es que raramente se enfurecen contigo o te critican. Naturalmente, eso no cuenta si una sucumbe a ellos. Si es así, son capaces de enfurecerse, pero por una razón distinta a la de la mayoría de los hombres. Un lobo puede ponerse muy furioso si una mujer comete el error de enamorarse de él. Pero se necesitaría ser una mujer muy estúpida para hacerlo. La única ocasión en la que me enteré de que un lobo se enfureció realmente fue cuando una amiga mía quedó con un famoso director. —Aquí tienes la llave de mi apartamento —le dijo—. Tengo una cena. Ve allí y me esperas. Llegaré sobre las diez y media. El famoso director se dirigió al apartamento de la chica. Se desvistió y se tumbó en la cama. Llevaba consigo un guión. A las once y media había acabado de leerlo. Sonó el teléfono. Una voz masculina preguntó por Miss B. —Aún no ha llegado —dijo el famoso director. Después de esta llamada el teléfono siguió sonando cada quince minutos. Había un sistema para desconectar el aparato, pero el director no sabía dónde estaba el interruptor, por lo que siguió contestando. En cada llamada se trataba de un lobo como él mismo preguntando por Miss B. No sé con exactitud lo que sucedió, pero cuando Miss B. llegó a casa hacia las 4 de la madrugada se encontró con una cama vacía y el teléfono arrancado de la pared. La nota que el hombre dejó decía: «Te dejo la llave de tu apartamento. Lo que necesitas no es un amante sino un contestador automático». Pero volviendo a los que se insinúan a la manera de buenos samaritanos, no sólo son los peores sino los más numerosos. Cuando ya son bastante viejos se especializan en hablarte como si fueran tu padre. Cuando un hombre me dice «te doy el mismo consejo que doy a mi hija» sé que ya no es peligroso... es decir, si es verdad que tiene una hija. El mayor inconveniente en el trato con hombres es que son demasiado parlanchines. No me refiero a intelectuales, que tienen muchas ideas e información acerca de la vida. Siempre resulta delicioso oír a estos hombres porque no fanfarronean. Los hombres que hablan por los codos y me aburren son los que hablan de su propia persona. Algunas veces se limitan a fanfarronear abierta e ininterrumpidamente. Se pasan una hora contándote lo muy ingeniosos que son y lo muy estúpida que es la gente que los rodea. En algunas ocasiones ni siquiera fanfarronean, pero te dan información confidencial acerca de las comidas que les gustan y los lugares donde han estado a lo largo de los últimos cinco años. Esos hombres son un desastre total. Un hombre puede gustar a una mujer hablando de sí mismo después de ser amantes. Entonces puede confesarle todos sus pecados y contarle cosas de todas las mujeres que ha tenido. Los amantes que no lo hacen y permanecen silenciosos sobre su pasado son muy raros. Tampoco son demasiado inteligentes. A los hombres a veces les gusta oír hablar sobre los amores pasados de una mujer, pero es mejor no aprovechar la ocasión para contarlos. Aunque puede darse el caso de que la mujer se sienta sinceramente enamorada de un hombre... y no le importe una retahila de lamentos. Los hombres que creen que los amores pasados de una mujer disminuyen su amor por ellos son, por lo general, estúpidos y débiles. Una mujer puede procurar un nuevo amor a cada hombre a quien ama, partiendo de que no sean demasiados. Los hombres menos satisfactorios son los que se enorgullecen de su virilidad y consideran el sexo como una forma de atletismo en la que uno gana copas. Es el espíritu y estado de ánimo de una mujer lo que el hombre debe estimular para hacer que el sexo sea interesante. El amante verdadero es el que te puede encantar sólo con acariciarte el pelo o sonreírte... o sólo mirando al vacío.