PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN Olivier Nakache y Éric Toledano, los realizadores de la película Intocable, se ponen en contacto conmigo un día de enero de 2010. Hace ya algunos años habían visto un documental de una hora, realizado por Jean-Pierre Devillers para Mireille Dumas. À la vie, à la mort , 2002, narraba el encuentro inverosímil del tetrapléjico rico que soy yo con el joven magrebí de arrabal Abdel. Contra todo pronóstico, los dos van a prestarse ayuda mutua durante años. Esta historia interesa a los dos cineastas. Mi mujer, Khadija, y yo les recibimos en nuestra residencia de Esauira, junto con los actores previstos: Omar Sy y François Cluzet. Nos vimos en numerosas ocasiones y yo seguí con fruición la elaboración de su guión. Mi primer libro, Le second souffle (Bayard Éditions, 2001), hoy día agotado, había obtenido cierto éxito de crítica. Frédéric Boyer, el director editorial de Éditions Bayard, me propone reeditarlo con motivo del estreno de la película Intocable, actualizado por un nuevo prólogo, y completarlo con un texto inédito. El demonio de la guarda prolonga, pues, la historia de Le second souffle (que concluye en 1998) hasta mi encuentro con Khadija en Marruecos, en 2004; este período se corresponde con el guión de Intocable. Las exigencias del largometraje y la imaginación de sus realizadores les indujeron a simplificar, modificar, podar o inventar gran número de situaciones. Los dos somos «intocables» por varias razones. Abdel, de origen magrebí, se sintió marginado en Francia; al igual que a la casta de los intocables en la India, no se le puede «tocar», so pena de recibir un golpe, y corre tan rápido que los «maderos» –por utilizar su expresión– sólo una vez consiguieron acorralarle en su larga carrera de mal chico. En cuanto a mí, detrás de los altos muros que rodean mi mansión de París –mi prisión dorada, como dice Abdel–, al abrigo de la necesidad por mi fortuna, formo parte de los «extraterrestres»; nada puede alcanzarme. Mi parálisis total y la falta de sensibilidad me impiden tocar cualquier cosa; hasta tal punto les espanta mi estado que la gente procura no rozarme, y basta con tocarme el hombro para desencadenar terribles dolores. Así pues, «intocables». Y ahora me enfrento a un desafío insensato: rememorar ese pasado.