El 28 de diciembre de 1895, un grupo de espectadores sintieron un miedo indescriptible cuando asistían a la proyección de L'arrivée d'un train á La Ciotat de los hermanos Lumiere. El encuadre dispuesto por ambos ofrecía la sensación de que el tren se precipitaba sobre la audiencia, provocando la inmediata sensación de pánico de quienes esperaban cualquier cosa de aquel conjunto de imágenes que iban sucediéndose a ritmo vertiginoso ante sus ojos. Aunque ello no es sino el fruto del completo desconocimiento de un arte en ciernes del que ni sus mismos creadores eran capaces de imaginarse todo el potencial que poseía, no es menos cierto que, en el fondo, indica la íntima relación existente entre el cinematógrafo y el placer por sentir miedo, que iba a extenderse a lo largo de la práctica totalidad de los periodos que han ido aconteciendo en la Historia del Cine. Es evidente que el espectador, cuando se sitúa delante de una pantalla, busca sentir emociones. Y, quizá, ninguna de ellas sea tan poderosa como la que integra el cine de terror en sus mil formas y vertientes. Es la sublimación del arte de la representación, una vía catártica que nos libera de impulsos instintivos reflejando en sus imágenes una condición de la que queremos no ser conscientes. Es, en definitiva, la forma más nítida de exponer los subestratos de la condición humana, en ocasiones de manera simbólica y en otras con un drástico e incómodo apego a la realidad. Los diversos periodos que ha conocido el género han servido, asimismo, de nítido reflejo de la situación social del momento. Películas como El gabinete del doctor Caligari (1919) o Nosferatu, el vampiro (1922) mostraron la paulatina presencia del mal que se estaba gestando en Europa como evidente premonición de las dictaduras que se impondrían en la década siguiente. Las películas de la Universal de los años treinta materializaban en terribles monstruos la brutal crisis económica que azotaba a Estados Unidos. Las manieristas producciones de los sesenta, el delirio de una década y su evolución ideológica. El agrio realismo de los años setenta y ochenta, la crisis de identidad de una sociedad perdida entre sus propios fantasmas. Debido a todo ello, el cine de terror siempre ha sido un género aparte de entre todos los que componen la infraestructura del Séptimo Arte. Los movimientos que lo componen poco o nada tienen que ver con los que iban sucediéndose en el cine "convencional" y la autonomía de sus creaciones ha desafiado constantemente las férreas normas de censura establecidas. Esto ha provocado que el número de aficionados que posee el género supere con creces al de cualquier otro campo cinematográfico hasta el punto de proliferar los festivales, certámenes o muestras dedicadas en exclusiva al terror. El interés del aficionado se ha visto correspondido, asimismo, con la contínua aparición en el mercado de publicaciones especializadas en el tema. Empero, y muy a pesar de la abundante literatura disponible sobre el género, son muy pocos?los libros que supongan una guía de referencia para el aficionado, tanto en lo que a datos se refiere como en su misma estructura (que intente abordar el mayor número de films posibles desde la época muda hasta el año 2011). Y es esto lo que propone el presente Diccionario de películas del cine de terror. Ser una obra que refleje los datos más importantes de las películas que lo componen y que, asimismo, integre un comentario crítico, no por subjetivo, menos consciente de las características que conforman el film y de la coyuntura que haya envuelto su gestación y estreno, con el inevitable acompañamiento de una valoración por estrellas para que, en un simple vistazo, el lector pueda ser consciente de la calidad de una u otra película, siempre (huelga decirlo) a juicio personal del autor. Cabe hacer una serie de aclaraciones con el fin de facilitar la lectura del presente diccionario. Las películas se han ordenado en riguroso orden alfabético ateniéndose a su título de estreno en España. Cuando el film no ha contado con distribución en nuestro país, se reseña a partir de su título original, independientemente de que en el mercado internacional sea conocido de otra manera. Salvo excepciones muy concretas, no se han incluído cortometrajes, películas de animación, series de televisión, telefilms o producciones destinadas exclusivamente al mercado del vídeo o del DVD. Únicamente, por tanto, (y salvo las mencionadas excepciones que el lector irá encontrando a lo largo de las páginas) se comentan películas estrenadas directamente en cine. Asimismo, he creído conveniente reseñar varios films perdidos o inhallables pero que, debido a su importancia histórica, merecen figurar en un diccionario de estas características. Para dichos comentarios me he basado en los datos existentes de cada obra, acompañando la ficha con un s.c. (sin calificar) debido a la imposibilidad de su visionado. Por último, no puedo cerrar esta introducción sin expresar mi agradecimiento a Ramón Alfonso, Santiago Cerveró, Sonia García Martell, Amparo Lucas, Isabel Marsal, Elena Palero y Juan Carlos Vizcaíno, quienes, de una u otra forma, han contribuído a aportarme datos, libros, información, películas o, simplemente, contrastar puntos de vista para que esta obra llegue a estar lo más completa posible. Joaquín Vallet Rodrigo Cullera (Valencia), noviembre de 2011