En Roma el cine no era sólo un pasatiempo. Era también una de las industrias más importantes de la ciudad y una gran fuente de empleo. La producción había languidecido durante los primeros años de la posguerra, a la vez que los norteamericanos sacaban al mercado cientos de viejos y nuevos films, a sabiendas de que, tras siete años de ausencia, las ansias de volver a ver las películas de Hollywood serían más fuertes que nunca. En un principio, los democristianos ignoraron las solicitudes de defender la industria nacional. Su intención era consolidar los vínculos de Italia con Occidente bajo el liderazgo de los Estados Unidos. Eso los llevó a pensar que una buena dosis de películas del Oeste, familiares y románticas ayudarían a persuadir a los italianos que esta política iba en su propio interés. Los sombríos dramas del neorrealismo sobre el desempleo y la falta de vivienda fueron descartados como propaganda de la izquierda. Con rabia y frustración por ser ignorados, los trabajadores de la industria del cine organizaron una enorme manifestación en la Piazza del Popolo. en Roma, en febrero de 1949. Anna Magnani, Vittorio De Sica y otros nombres famosos realizaron un llamamiento al Gobierno y a la gente entonando con pasión la consigna «¡Ayudadnos!» A la vista de lo ocurrido, quedaba claro que se requería una intervención, aunque no sólo porque había que favorecer la industria local sino sobre todo porque la constante importación de películas contribuía a desequilibrar la balanza de pagos. Se introdujo entonces un sistema de premios y subsidios que guardaba una sorprendente similitud con el sistema implantado bajo Mussolini. Una de las condiciones para ganarse el apoyo económico era renunciar a cualquier intención política. «Menos harapos y más piernas» era lo que necesitaba el cine italiano según el joven y piadoso Giulio Andreotti, subsecretario del Gobierno y a la sazón ministro oficioso del cine. Dicho de otra forma, menos antihéroes de pantalones andrajosos y más erotismo chispeante. Las películas italianas comenzaron progresivamente a dar menor importancia a los problemas sociales. El último largometraje neorrealista fue hecho en 1952 por De Sica.