En mi opinión —dijo un poco después—, si alguien está tan loco como para meterse en unas aguas desconocidas, se merece lo que pueda ocurrirle. Sin aguardar ninguna réplica a su observación, y como si Charlotte hubiera sido su destinataria, se volvió de nuevo hacia ella, que le sonrió y le miró fijamente a los ojos. La mirada hizo efecto, y adoptó otro cariz y adquirió una intensidad tal que me dio apuro estar en aquella sala. Mi hermano fue a decir algo, pero se cortó, sin que el rostro de Hillary Van Wetter diera la más mínima muestra de haber advertido aquel intento de intervención. Hillary se concentraba por completo en cualquier cosa que estuviera haciendo. Y ahora bajó la cabeza y fijó la vista en el punto donde su erección levantaba como una pequeña tienda de campaña la tela de sus pantalones carcelarios. Se quedó mirándolo..., y ella miró también. Ward se puso a estudiar con atención sus propias uñas. —Hay una cosa que podrías hacer por mí —dijo Hillary. —Ojalá pudiera —respondió Charlotte con un hilo de voz, asintiendo y echando un furtivo vistazo a la puerta. Se produjo un prolongado silencio, hasta que mi hermano rebulló de nuevo en su silla y esta vez se decidió a hablar: —Oiga, señor Van Wetter —empezó. El aludido asintió con la cabeza, sin dejar de mirar a su prometida—. Hay algunas cosas que hemos de tratar..., con relación a su caso. —Cierre el pico —dijo tranquilamente Hillary. Las aletas de su nariz parecían ensancharse al compás de una respiración que se tornaba más intensa y profunda, mientras él y Charlotte seguían con los ojos clavados el uno en el otro. —Abre la boca —le pidió, más con los ojos que con las palabras, y Charlotte, entonces, separó ligeramente los labios y humedeció con la lengua el inferior, dejándola descansar un instante en la comisura de la boca. El empezó a asentir, lentamente al principio, para acentuar cada vez más el movimiento de su cabeza, como apremiándola; hasta que finalmente cerró los ojos, se reclinó en el respaldo de su silla y se estremeció. Permaneció quieto unos instantes, con los ojos cerrados y con el rostro sonrosado y brillante de sudor como un bebé dormido, mientras en la tela de sus pantalones aparecía una mancha oscura que iba extendiéndose por el muslo.