TERCIOPELO AZUL [blue velvet, 1986] David Lynch, en horas bajas después del terrible fracaso que fue Dune (1984), provocó un maremoto de dimensiones épicas con un clásico de la represión burguesa y el horror psicológico: Terciopelo azul. Pero lo cierto es que el cineasta sabía el terreno que pisaba, no en vano, ocho años atrás, ya había conmocionado a la experimentada elite cultural y al público de las sesiones de madrugada con una revolucionaria, surrealista y tenebrosa película en blanco y negro titulada Cabeza borradora (Eraserhead, 1977). El caso es que nadie pudo ignorar el impacto artístico de esta cinta de contexto reaganiano. Lo que Lynch hizo con un convencional producto de estudio demostró una independencia subversiva y una brillantez comparable a La parada de los monstruos en los años treinta o al Psicosis de los sesenta. El temible David personalizó la violencia en clave reflexiva, aunque el resultado aparente del filme sea más gratuito que simbólico. El abanico de grandes directores y cult movies que han sido influidos por el raro desasosiego, la libertad narrativa y los paisajes psicosexuales del cine de Lynch van del Quentin Tarantino de Pulp Fiction (1994) al Christopher Nolan de Memento (2000). Indudablemente, Terciopelo azul fue una granada de mano arrojada al reaganismo de la reinvención nostálgica de América y a la idealización, por parte del Partido Republicano, de las ciudades pequeñas y las áreas de clase media. Según Lynch, su película cobró vida gracias a sus propios recuerdos de la versión pop de Bobby Vinton de la canción "Blue Velvet". Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan) es un estudiante universitario que debe volver a su pueblo, Lumberton, cuando su padre es hospitalizado a causa de una apoplejía. La visita se prolonga, pero Jeffrey se siente cómodo viviendo con su madre y su tía. Incluso, mientras trabaja en la ferretería de su padre, redescubre el lugar con otros ojos. Un día sale del hospital y al cruzar un descampado ve una oreja humana seccionada. ¿Por qué una oreja (una referencia a Van Gogh)? Según Lynch, porque quería una parte del cuerpo con "abertura". Este objeto se convierte en una de las muchas piezas del puzzle que debe recomponer el protagonista en su intento de resolver un aterrador misterio. Escamado, Jeffrey se pone en contacto con el detective Williams (George Dickerson). Esto le lleva a conocer a la hija del policía, la adolescente Sandy (Laura Dern), que le aconseja que investigue a una mujer llamada Dorothy Vallens (Isabella Rossellini), una cantante turbiamente relacionada con un famoso gángster. Jeffrey, haciéndose pasar por un encargado de mantenimiento, presencia un breve encuentro de Dorothy con un hombre alto vestido de amarillo chillón, e impulsivamente le roba a la cantante un juego de llaves. Esa noche, Jeffrey y Sandy ven actuar a Vallens en el club del pueblo. Siguiendo un impulso que será determinante para sus actos y sus hormonas, Jeffrey siente la necesidad de colarse en la casa de Dorothy, mientras Sandy espera en el coche. El protagonista ha cruzado la línea, despreciando toda prudencia y autocontrol. Pero Jeffrey, por supuesto, no ve la señal de advertencia de su amiga: Vallens se dispone a entrar en el apartamento. El chico se esconde en el armario. La cantante le descubre y le saca a empujones mientras le amenaza con un cuchillo. Y le obliga a mantener contacto sexual con ella. La intrusión se malogra con la intrusión de Frank Booth (Dennis Hopper), el asesino psicópata de la película. Jeffrey vuelve a su escondite mientras aquel aterroriza a Dorothy. Booth salpimenta sus encuentros sexuales con Vallens con actos de violencia insoportable y una máscara inhaladora. Está claro que el joven Jeffrey ha visto más cosas enigmáticas de las que puede soportar conscientemente. Dorothy acepta al joven en su complicado mundo y le pide que la entienda, a pesar de los espantos que ha presenciado. Jeffrey descubre que Frank les ha hecho algo al marido y el hijo de la cantante. Sigue a Frank y a sus colaboradores, incluido el hombre de la chaqueta amarilla, y también les fotografía. En comisaría identifica al hombre de la chaqueta amarilla, Gordon, como el compañero de Williams. Éste resta importancia a los indicios que ha reunido el improvisado detective, y que apuntan a delitos relacionados con las drogas, pero le advierte sobre el riesgo de mezclarse con esa gente. En este intervalo narrativo, la relación de Jeffrey y Sandy se estrecha, aunque ella tiene novio. Jeffrey visita a Dorothy por segunda vez y los dos mantienen relaciones sexuales. Frank sorprende al joven saliendo de la casa y le mete en su coche a la fuerza. De camino a un barrio apartado de Lumberton, Frank juega con los nervios de Jeffrey, que es plenamente consciente del grave peligro que corre. El monstruo le pinta los labios con carmín, para prepararlo para un beso inesperado y un devastador tratamiento. Tal vez Jeffrey ha aprendido la lección. Vuelve con Sandy. Van a una fiesta y acaban en la casa de él, pero entonces aparece Vallens, en el porche, desnuda y magullada. Sandy comprende que su pareja le ha sido infiel y que está viviendo un inquietante triángulo con Dorothy y Frank. Jeffrey lleva a la cantante al hospital y, de nuevo siguiendo un impulso, más que una decisión racional, decide visitar la casa de Dorothy. Puede ser la última vez que arriesgue su vida. Jeffrey encuentra en el apartamento el cadáver del hombre de la chaqueta amarilla, con su radio de policía todavía en funcionamiento, y al marido muerto de Dorothy. El joven, hipnotizado por la presencia de la muerte, se prepara para recibir al maltratador de Vallens. Y entonces llega Frank. Jeffrey coge la pistola que está guardada en la chaqueta amarilla y se mete en el armario. Pero Frank sólo tarda unos segundos en descubrir su escondite. Cuando se abre la puerta del armario, el psicópata cae abatido por un disparo. Ahora Jeffrey ha probado el sabor del asesinato, en la misma habitación en la que descubrió el sexo extremo. Por fin ha cerrado su última y prolongada fase de adolescencia, como si fuera un pobre soldado que regresara a casa después de la guerra. Lynch inserta una coda luminosa, impregnada de calma burguesa. Es un día cálido y alegre; Jeffrey y Sandy comen con la familia, con un tranquilo petirrojo posado en el alféizar de la ventana. Éste atrapa un gusano en su pico, pero la brillante luz del sol mitiga la inquietud que pueda producir el almuerzo del pájaro. El director ha formulado la paradoja del paraíso: los habitantes de Lumberton cohabitan inocentemente con el oscuro espíritu del mal. El espectador ya puede reflexionar acerca del efímero valor de la inocencia. En el siguiente plano vemos a Dorothy sentada en el parque, abrazando a su hijito y despidiéndose para siempre de su pesadilla. Lynch tiene múltiples deudas con Alfred Hitchcock. Terciopelo azul incorpora un tema que recorre toda la filmografía del maestro del suspense, como es la conversión y corrupción del hombre inocente que se ve atrapado en un fuego cruzado entre la autoridad civil y las astutas fuerzas del mal. Los fetiches y tabús sexuales que encontramos en muchas películas de Sir Alfred reaparecen con estilo en el reino lynchiano. Por ejemplo, el voyeurismo presente en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), Vértigo (1958) y Psicosis (Psycho, 1960): cuando descubre su yo oculto estando atrapado en el armario de Dorothy, Jeffrey comparte la misma actitud psicológica. La relación entre el placer sexual y la muerte es una idea común al cine de Hitchcock y de Lynch. Pero aún hay más vasos comunicantes entre ambos cineastas. Los sombríos, adictivos y sensuales tapices del compositor Angelo Baladamenti en riquecen Terciopelo azul en múltiples aspectos, y tan poderosamente como Bernard Herrmann en el caso de Mr. Hitch. La hipnótica música de Baladamenti contrapone la cascada de violencia visual con los sentidos embotados. Es como un memorable efecto opiáceo que se prolonga mucho más allá de la última escena. Lynch ha declarado que muchos elementos de esta película proceden de sus sueños (por ejemplo, el sonido de la radio de la policía, el disfraz de Frank, la pistola guardada en la chaqueta amarilla). También ha afirmado en varias entrevistas que Cabeza borradora es una articulación de su miedo a la paternidad y a la intimidad amorosa duradera. Terciopelo azul no contradice exactamente esta articulación, pero el giro positivo que experimenta la vida de Dorothy puede ser interpretado como una afirmación sobre la paternidad y la redención espiritual. Igualmente, el hecho de que Jeffrey vuelva con Sandy nos permite mantener la esperanza sobre las posibilidades del amor adolescente, treinta años después de que lo cantaran Elvis y Bobby Vinton. La legión de detractores de Lynch suele describir su trabajo como autocomplaciente, incoherente, malévolo, misógino, despectivo y pornográfico. A pesar del afortunado bautismo televisivo que para él supuso la serie Twin Peaks (1990-91), los trabajos cinematográficos que ha sacado a la luz desde 1986 no han estado a la altura de la maestría, la vehemencia y la visión de Terciopelo azul, una película que debe ser calificada como su obra maestra y uno de los títulos más influyentes que ha dado el cine norteamericano en las tres últimas décadas. Las jóvenes generaciones descubrieron a Lynch con Carretera perdida (Lost Highway, 1997) y Mulholland Drive (2001),** pero estas últimas propuestas palidecen en alcance e intensidad. También debemos observar que muchos amantes del séptimo arte adoran esa elegante y lúcida biografía victoriana de Joseph Merrick titulada El hombre elefante (Elephant Man, 1980), quizá tantos como denostan su único tropiezo importante, Dune, una adaptación de una epopeya de ciencia ficción de Frank Herbert. Tan fantasmagóricas y trascendentales como todas las películas del muy imitable David, no hay nada más chocante que identificar a los respectivos productores de El hombre elefante y Dune: el cómico Mel Brooks y el magnate italiano Dino de Laurentiis. * Angelo Baladamenti ha colaborado en muchos de los proyectos más importantes de David Lynch, como la prestigiosa serie de televisión Twin Peaks (1990-1991). ** David Lynch, con sus elegantes y austeros trajes sin corbata y su tupé plateado, fue caricaturizado por el cómico Martin Short en la película Jiminy Glick in Lala Wood (2005), un desopilante homenaje que incluye una parodia de la primera y última escenas de Carretera perdida.