Yo he pasado toda mi vida rodeado de periodistas de a pie, de reporteros. Mi padre lo fue en otro tiempo, y con frecuencia invitaba a casa a sus favoritos. Así que pronto pude darme cuenta de que ellos tenían un hambre de la que yo carecía. Todos ellos se caracterizaban por su gran agresividad; pero por mucho que anduvieran a la greña para ser los primeros en llegar al escenario de la noticia, por muchas indagaciones e investigaciones que tuvieran que hacer, provocando, engatusando y mintiendo para conseguir sus historias —y de lo que alardearían después—, lo que más aborrecían no era el faltar a la verdad, sino el guardar silencio. No los movía el afán de conocer hechos, sino el de contarlos. Porque, por un momento, eso los hacía a ellos tan importantes como la noticia misma.