MONDO BIZARRO CRUELDAD Y CANIBALISMO Uno de los métodos más eficaces para conocer el grado de anarquía que azota al mundo en que vivimos (haría falta una buena revolución en la que rodasen millones de cabezas, incluida la del autor de este libro, por supuesto) es descubrir que mucho de lo que se comenta en estas páginas pertenece al universo de lo real. Matanzas, torturas, ensañamiento y crueldad sin límite de algunas de las películas que aquí se comentan son mucho más terribles si tenemos en cuenta que se trata de hechos que han ocurrido. Para que no quedase ninguna duda de que, además de llevarlo al terreno de la ficción, ese grado de locura también ocurría a diario en cualquier rincón del planeta, durante los años 60 nació un nuevo tipo de subgénero cinematográfico, salvaje hasta la náusea, denominado “Cinema Mondo”. Se trataba de documentales sensacionalistas cuya finalidad era recorrer cualquier lugar del globo terráqueo en el que se produjesen situaciones violentas y, a ser posible, también conductas sexuales inapropiadas. La filmación de estos comportamientos era una forma como otra cualquiera de superar el obstáculo de la censura, puesto que, a fin de cuentas, se trataba de películas “educativas” que no engañaban al público con argumentos de ficción. Todo eso estaba a la vuelta de la esquina, formaba parte de no sotros y no había por qué ocultarlo. Por supuesto, a medida que avanzó la década, cuanto más fuerte fue la burrada mostrada mejor respondía el público en taquilla, naciendo así otra serie de documentales que ofrecían muertes reales y que cinematográficamente desembocarían en uno de los géneros más desagradables de la historia del cine como fue el de los caníbales (principalmente italianos). Aunque todo lo referido anteriormente ocurrió sobre todo durante los años 60 y 70, lo cierto es que el cine desde sus inicios mostró una especial predisposición por filmar extractos de la realidad cotidiana que si en principio eran totalmente inocentes (llegada del tren, salida de obreros de la fábrica), se fueron poco a poco enrareciendo, rodando linchamientos a gente de color en el Sur de Estados Unidos y las batallas de la Primera Guerra Mundial. Si bien no eran imágenes que formasen parte de películas destinadas a su exhibición comercial, se mostraban en forma de noticieros proyectados en los cines. Los primeros documentales que tuvieron cierta repercusión entre los espectadores – y con un metraje similar al de una película estándar– fueron los realizados por el matrimonio formado por Martin y Osa Johnson, unos norteamericanos que recorrieron el continente africano y la inhóspita región de Papúa Nueva Guinea filmando los modos y costumbres de sus habitantes en títulos como Wonders of the Congo (1931), Wings Over Africa (1934) y Borneo (1937). Los documentales más impresionantes de todos los vistos hasta el momento tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial, en especial cuando empezaron a descubrirse imágenes de los campos de exterminio. Mientras, en los años 50, destacó la “educativa” Signal 30, de Richard Wayman (USA, 1959), donde el propio director seguía a las ambulancias de Los Ángeles y lograba escenas realmente atemorizantes, con cadáveres quemados por las llamas y personas agonizando entre amasijos de hierros en accidentes de coches, plasmando todo ello en las fotografías que aparecen en este esclarecedor y pionero documento. Aunque también en esa década se abandonó las imágenes negativas en beneficio de la carne, exhibiéndose las primeras películas naturistas tanto en Inglaterra (The Garden of Eden, 1954) como en Italia, con el controvertido Il mondo di notte (1959), de Luigi Vanzi, que ofrecía a la audiencia números eróticos de bailarinas de striptease y que tuvo dos secuelas más, como Il mondo di notte numero 2 (1961) y Mondo di notte numero 3 (1963), ambas de Gianni Proia. Todo ello hasta llegar al documental que cambió lo que el público estaba acostumbrado a ver hasta el momento e inició el ya comentado “Cinema Mondo”; la italiana Este perro mundo (Mondo cane, 1961), de Gualtiero Jacopetti, Paolo Cavara y Franco Prosperi, todo un conglomerado de extrañas costumbres y ritos cuya canción principal –“Ti guarderò nel cuore (More)”–, escrita por Riz Ortolani y Nino Oliviero con letras de Norman Newell, se hizo tremendamente popular siendo nominada al Oscar. Durante dos años, los cineastas (Jacopetti venía del periodismo y Prosperi era un prestigioso biólogo) estuvieron rodando en los cinco continentes para ofrecer las imágenes más impactantes nunca vistas hasta el momento. Y todo ello sin utilizar trucos cinematográficos, con un montaje frenético y desconcertantes cambios que iban desde la tragedia o lo macabro pasando por lo cómico en forma del Cementerio para Perros de Pasadena (California), donde están enterradas a todo lujo las mascotas de algunos de los actores más conocidos de Hollywood. El recorrido mostraba incansablemente exóticos bailes hawaianos, sangrientas corridas de toros en España, platos de perro asado en Taiwán, autoflagelaciones en procesiones religiosas en Italia, borrachos en Hamburgo o costumbres de las zonas más salvajes de Malasia. Las ceremonias de iniciación ritual y los sacrificios de animales (hay matanzas de cerdos de una tribu de Nueva Guinea, y también vemos como mutilan a los gansos para extraer el suculento foie gras), así como pasajes relacionados con la muerte, eran sus piezas más codiciadas. El equipo de la película tuvo que pasar auténticas odiseas para poder filmar sin ser visto, colocando la cámara en los lugares más insospechados, tales como una maleta con control remoto, un cuadro en un local nocturno totalmente prohibido e incluso en un coche fúnebre. También tuvieron que solventar numerosos problemas, como cuando un cámara que filmaba a escondidas la “casa de la muerte” en Singapur fue arrestado; lo mismo que les ocurrió a parte del grupo en Hong Kong, cuando fueron incluso procesados y encarcelados por rodar imágenes en zonas no permitidas. Y en Nueva Guinea uno de los integrantes de la película falleció cuando un avión cayó en las montañas. Todo ello dio lugar a un documento único y sorprendente, cruel y violento, con una controvertida “voz en off” que incluso recibió acusaciones de racista (al burlarse de las actividades ancestrales de algunos pueblos). Con una gran fotografía y una variada y exótica partitura de Riz Ortolani (con varias melodías e instrumentación musical según los lugares en que se desarrollaba la acción), el documental está impregnando de un inusitado tono melancólico, incluso triste por pertenecer a este mundo, que hicieron de la película una de las obras cumbres del documental. A éste seguiría Mondo Cane 2 (1963), de Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi, que contenía más sexo – como una pelea de mujeres, la vida de las Geishas y una recreación de torturas inquisitoriales– y menos violencia que la primera entrega. Tal fue el impacto mundial de estas películas, además de otras que hicieron sobre el continente africano y de las que hablaremos más adelante, que en el 2003 se realizó un documental para vídeo en Estados Unidos sobre las figuras de Prosperi y Jacopetti y su repercusión en la historia del cine: God fathers of Mondo, dirigido por David Gregory. Más tarde y sin ningún interés encontramos una especie de trilogía final con Mondo cane oggi– L’orrore continua (1985), de Stelvio Massi, donde hay autopsias de cadáveres con drogas en su interior, sadismo en la India, operación de cambio de sexo y rituales japoneses propios de la Yakuza, como los de cortarse los dedos. El éxito de crítica y público de Este perro mundo llevaría al cine italiano a estrenar una gran cantidad de documentales similares, centrados en la violencia y el sexo: Mondo caldo di notte (1962), de Renzo Russo, que mostraba lo perniciosa de la realidad nocturna mundial, con aparición de mujeres públicas y otras actividades prohibitivas; Mondo sexy di notte (1962), de Mino Loy, que contaba con la participación de Ursula Dors como complaciente stripper; La donna nel mondo (1962), que tenía la particularidad de que estaba dirigida por los mismos autores de Este perro mundo, Gualtiero Jacopetti, Paolo Cavara y Franco Prosperi, ofreciendo todo un recital de comportamientos sexuales contemplando el papel de la mujer en la sociedad actual; e Il pelo nel mondo (1964), de Antonio Margheriti y Marco Vicario, que contenía una inquietante muestra de lucha libre femenina donde lo que menos importaba era quién resultaba vencedora. Uno de los mejores títulos en este sentido resultó ser Suecia, infierno y paraíso (Svezia, inferno e paradiso), de Luigi Scattini (1968), una coproducción con Inglaterra y la propia Suecia donde, por medio de una narración de Enrico Maria Salerno, se nos ofrecían todas las perversiones que estaban teniendo lugar en esa época en dicho país escandinavo. Así, bastante alucinado, el público podía contemplar los primeros rodajes pornográficos, clubs privados para lesbianas, los primeros locales de intercambio de parejas, el sexo libre en las comunas hippies, lo rápido que se iniciaban las adolescentes en los placeres carnales y las fiestas de sexo. Todo ello aderezado por una dinámica banda sonora de Piero Umiliani que compuso la divertida canción “Mah Nà Mah Nà”. La desaparición de la censura, a finales de los años 60, fue un aliciente más para que estos documentales se hiciesen cada vez más perniciosos y tomasen licencias excesivas en cuanto a mostrar lo más sádico y obsceno de las sociedades, surgiendo así títulos como: America così nuda, così violenta (1970), de Sergio Martino, sobre casos sexuales y comportamientos agresivos ocurridos en Estados Unidos; Questo sporco mondo meraviglioso (1971), de Mino Loy y Luigi Scattini, que, como su título indicaba, indagaba en lo más bello y sucio del planeta; I vizi segreti della donna nel mondo (1972), de Silvano Secelli, que demostraba que las mujeres de todo el mundo eran unas viciosas que solo buscaban sexo (aunque me gustaría saber dónde se las puede encontrar actualmente); Magia nuda (1975), de Sergio Catiglioni, Guido Guerrasio y Alfredo Catiglioni, centrado en actos de muerte en Sudamérica y otros de canibalismo africano; Hombres y tiburones (Uomini e squali, 1975), de Bruno Vailati, donde un tiburón le arranca la pierna a un individuo; y Mondo di notte oggi (1976), de Gianni Proia, que seguía los recorridos sexuales del pionero Mondo di notte. Curiosamente, varios de estos documentales fueron estrenados en España con gran aceptación de público y el anagrama “S” en su cartel anunciador, para advertir al público que «esas películas, por su temática o contenido, podían herir la sensibilidad del espectador»: Por ejemplo, la excelente Italia en pijama (L’Italia in pigiama –Costumi sessuali delle tribu italiane, 1976), de Guido Guerrasio. Un proyecto educativo presentado por el reverendo Haring que incluía orgías en grupo, fábricas de preservativos, camas de agua especialmente diseñadas para provocar placer, “gang bang” con embarazadas, adolescentes provocativas, masturbaciones, una desagradable operación de cambio de sexo y una peculiar noche de boda. Todo ello con música del maestro Angelo Franceso Lavagnino y un póster realmente provocativo del culo en mini shorts de una esplendorosa muchacha.