LA IDENTIDAD SECRETA POR GUILLERMO BUSUTIL Siempre me gustó Stevenson. Gracias a él descubrí muy pronto dos cosas muy importantes para mí: la isla de la literatura y que el escritor podía convertirse en otra persona muy distinta a él. También aprendí de Stevenson a querer a los malvados que, en el fondo, tienen un corazón al que difícilmente traicionan. Da igual que sea un pirata con doble cara o un asesino que esconde tras su máscara la ambición científica de un doctor. Los dos terminan salvándose después de la muerte y en unos de sus ojos guardaron siempre la imagen hermosa de su adversario; en el otro, claro está, brillaba la oscuridad de su destino, el pedigrí elegante que poseen todos los malvados. Quise tanto de niño a ese malvado Edward Hyde, que en ocasiones prefería que él fuese el verdadero protagonista, el héroe rebelde frente a la moral de la sociedad, el hombre libre de la frontera, capaz de atravesar los bajos fondos con seguridad en sí mismo, de jugar con la vida y la muerte, de robarle un beso a los placeres sin adormecer en alcohol la voz de la conciencia. En cambio, Henry Jekyll era el prototipo de la sumisión, del miedo, del cobarde parapetado en la razón, en la duda y la lucha entre la ambición de su obra y las consecuencias de la misma; el hombre sujeto a las leyes del hombre que se mira de soslayo en el espejo para no enfrentarse a sí mismo. Muchas veces he releído esta novela que para mi es un espléndido cuento. Un relato a tres voces: la de la tercera persona que representa el abogado Utterson y las que levantan lo mejor del misterio y tensión de la historia, las voces de Jekyll y de Hyde. Una lección de alternancia narrativa a la que sumarle los condimentos de un lenguaje preciso, de una ajustada atmósfera que se palpa, que se respira, que se lee y que, sin duda, es la música de fondo de la historia. Cuando uno 142 es un lector niño, El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, se despierta a la ciencia ficción y sobre todo al terror. Cuando uno es adolescente, la lectura te muestra cómo debe ser la tensión del misterio y te enseña a pensar en esa otra identidad, violenta, desertora de las normas, que te reprochan los padres que afirman no reconocerte; especialmente si sus amigos les aseguran que eres un chico educado, mientras que en tu casa eres irascible, un candidato a terminar en las cunetas de los vagabundos o en la prisión de los delincuentes. Y cuando uno es adulto descubre que esta lectura incide en la dualidad del bien y del mal, en lo que debemos hacer y lo que deseamos hacer, en cómo al final es la razón la que vence al mal. Y lo hace, este lector adulto, sabiendo que Stevenson nunca quiso hacer una fábula moral, ni tampoco una alegoria, según he leído y escuchado en algunas ocasiones. Esas cosas no iban con Tusitala, el contador de historias. Lo que sí es cierto es que detrás de las metáforas, asoma su crítica a un período social muy parecido al que vivimos ahora. Una época de normas y encorsetamientos que sólo se transgreden si uno tiene un esmoquin, apostura, un trago fuerte que libere sus instintos y un buen antídoto que sirva de coartada. Igual que Hyde, el Ulises moderno, infiel, pendenciero. Igual que Jekyll, el hombre Penélope que espera y teme el regreso del ser que ama, de la persona que animó para que viviese aventuras. Aunque lo más importante es descubrir que Stevenson podría haber sido Poe o que gracias al hongo de centeno que ingirió para escribir esta historia, según dicen las leyendas de la literatura, se convirtió en él para edificar este relato sobre la angustia, la culpa, el diablo que todos llevamos dentro; acerca de la posibilidad de convertirnos en víctimas de nuestros sueños, de nuestras pesadillas, de nosotros mismos. Más tarde, al adentrarse en los conocimientos de la literatura, el lector de esta historia, es consciente de que Stevenson propone dos temas que serán recurrentes en otros autores: el del doble y el de la metamorfosis. De este modo, es factible y divertido pensar en el Borges bibliotecario y ciego como el doctor Henry Jekyll encerrado en su laboratorio, imaginando al igual que el maestro argentino, el ser en el que le hubiese gustado convertirse. Y al mismo tiempo en ese Borges lúcido, atrevido, único, capaz de ver más allá de lo políticamente correcto. Lo mismo podría decirse de Kafka y de muchos de los personajes de sus libros, alienados como Henry Jekyll, despiertos con la verdadera apariencia que esconden, igual que le sucede a George Samsa. ¿Hubiesen existido ambos sin este relato de Stevenson? Incluso podríamos buscar conexiones y pasadizos entre nuestro Hyde y el bello Dorian Grey de Oscar Wilde, pero tampoco se trata de alargarse en una conferencia a las del estilo de las universidades norteamericanas. En esta pequeña revisión de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde tampoco podemos dejar pasar por alto el simbolismo del escritor al que aludía al principio del artículo. La significación que tiene esta exquisita pieza literaria LA IDENTIDAD SECRETA 145 como metáfora del escritor. Una persona que al acometer la ficción o el retrato narrativo de la realidad ha de adquirir necesariamente otro rostro, otra voz, si quiere transmitir credibilidad a sus lectores. Al escribir uno es el otro o los otros, y concretamente ha de dejar salir ideas, comportamientos, actitudes, generalmente ajenas y contrarias a su personalidad. El escritor ha de encontrar primero la fórmula del bebedizo e ingerir después la pócima que le permita extrovertir una personalidad distinta. Incluso a riesgo de su propia salud mental. Todos conocemos casos de célebres escritores contemporáneos que se han convertido en personajes de sí mismos. Pero más allá de ese desdoblamiento, sujeto más bien a la pasarela de las apariencias y la teatralidad social, podemos echar mano de Dalton Trumbo y su última e inacabada novela, La noche del Uro. Un libro en el que este judío con cicatrices del Holocausto y fantástico guionista de Hollywood, firmante por lo general con varios seudónimos al estar perseguido por el tribunal del macarthismo, igual que si fuese otro Hyde, se metía en la piel de un militar nazi convencido de la conveniencia del exterminio. Tanta credibilidad buscó Trumbo, tanto pretendió acercarse a la maldad humana y al corazón hydeniano de su protagonista, que murió sin terminar la novela. En una de las primeras ediciones de La noche del Uro, su viuda explicaba la angustia, el dolor, el sufrimiento que había experimentado Trumbo al convertirse en la conciencia de su malvado personaje. Lo mismo que le sucede al doctor Jekyll. Está claro que la novela o el cuento de Stevenson es una joya literaria, una especie de espejo de mano para llevar en el bolsillo y en el que intuir de vez en cuando la bondad o la perfidia que conforman nuestra identidad. Todos somos Jekyll, todos somos Hyde. Aunque según los barrios sociales, uno y otro afloran con mayor asiduidad o con una mayor permanencia de una de las dos identidades. Es evidente también que cuando se publicó esta historia, cuyos primeros ejemplares de vendieron a un chelín en el Reino unido y a un dólar en Norteamérica, un crítico literario podría haberla catalogado como literatura insumisa. Un ejemplo de la apología del mal, aunque finalmente resultase castigada. Ignoro si en los colegios y en las universidades se continúa leyendo a Stevenson o este libro. Lo más seguro es que haya desaparecido de los programas, igual que no se lee El lazarillo de Tormes o El Buscón de Quevedo, a pesar del revival de picaresca que nos ocupa y de esa doble moral de la que hace gala esta sociedad en deconstrucción. En cualquier caso es un deleite reencontrarse con esta lectura atemporal, que sigue quedándose de pie como sucede con la buena literatura y que a mi me condujo, hace años, a tener en el armario un esmoquín, unos guantes blancos, un sombrero y un bastón. Una indumentaria nocturna de la que sólo hago gala después de un corto trago antes de salir de casa. CAPITULO 4 DATOS SOBRE JEKYLL & HYDE POR JOSE LUIS MORENO principios de otoño de 1885 los pensamientos de Stevenson giraban en torno a la idea de la dualidad del hombre y cómo incorporar la dualidad del bien y del mal en una historia. Una noche tuvo un sueño y al despertar tenía la idea para dos o tres escenas que aparecerían en "El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde". Lloyd Osbourne, el hijastro de Stevenson, recuerda que: «No creo que haya habido antes una hazaña literaria como la escritura de Doctor Jekyll. Recuerdo su primera lectura como si fuera ayer. Louis bajó enfebrecido, leyó casi la mitad del libro en voz alta; y luego, cuando todavía estábamos jadeando, él ya estaba otra vez lejos ocupado en la escritura. Dudo que la primera versión le llevara más de tres días». Como de costumbre, la señora Stevenson leyó el esbozo y apuntó sus críticas en los márgenes. Louis estaba postrado en la cama entonces por una hemorragia y ella dejó sus comentarios con el manuscrito y Louis en el dormitorio. Ella dijo que la historia realmente era una alegoría aunque Louis la escribía como un cuento. Al rato Louis la llamó en el dormitorio y señaló a un montón de cenizas: había quemado el manuscrito.