Mi trabajo como guionista en La modelo de París, la primera de las dos historias para las que me habían contratado, era aportar «la línea argumental», como se le llamaba. El relato de Morris nos daba una trama y personajes, pero en realidad había muy pocas cosas que pudieran usarse. Me dieron libertad para crear mi propio argumento y desarrollar mis propios personajes. Como gracias a la MGM tenía la experiencia buena y dura de haber hecho eso una y otra vez, me tiré de cabeza y puse mi imaginación a trabajar, creando una línea argumental que se prestara al desarrollo de buenas situaciones cómicas o «asuntos» de comedia. Mi línea argumental fue aprobada la mañana siguiente en la primera reunión a la que asistimos el director Louis Gasnier, Lou Ostrow, Phil Goldstone y yo. Mi siguiente tarea era desarrollar la línea argumental hasta llegar a un tratamiento: crear situaciones, elaborar la trama y dar vida y aliento a los personajes. De nuevo, Gasnier, Ostrow y Goldstone analizaron mi trabajo: se hicieron sugerencias que fueron aprobadas o rechazadas por los presentes; se envió la siguiente versión para que la mecanografiaran. Cada día llevaba otro segmento, y el mismo procedimiento siguió hasta que la historia quedó totalmente desarrollada y hubo un tratamiento completo aprobado por todo el mundo. El paso siguiente era el guión, o continuidad: dividir el tratamiento en tomas de cámara: planos generales, planos medios y primeros planos. Así, inicialmente trabajaba y llevaba lo que había escrito para someterlo a un escrutinio general; hacía cambios y reescribía a medida que avanzaba. Finalmente, casi seis semanas después de empezar, el guión estaba terminado y listo para el rodaje. Se hicieron copias y se distribuyeron entre el productor, el productor asociado, los actores del reparto, la script, el director, el equipo de cámara, el director de casting y todo el que fuera a participar en la película. Goldstone, Ostrow y Gasnier expresaron su satisfacción con mi inventiva y la celeridad de mi trabajo: debería señalar que ésta era el resultado de aprovechar unas pocas horas de sueño al principio de la velada cuando llegaba a casa, de trabajar desde medianoche hasta que la luz del alba iluminaba las colinas de Hollywood, de darme un baño caliente mientras mi mente seguía trabajando, y de aparecer en el estudio puntualmente a las nueve, fresca como una rosa. Pero me encantaba lo que hacía, la cooperación que tenía y el aprecio y reconocimiento que recibía como guionista.