Vinieron a por él justo después de las once de la mañana de un sábado; eran dos. Cada vez hacía más calor; la luz solar relucía en la fina película de sudor que cubría la frente de Elsa. Un atisbo de movimiento por el rabillo del ojo mientras ellos pasaban por un breve callejón: ahí estaba el primero. Saltó, golpeando con el pie y con todo su cuerpo la rodilla derecha de ese sujeto: la oyó crujir. Cuando el tipo estuvo en el suelo, le cayó el mismo pie en la garganta. Resopló un par de veces, intentando que le llegara un poco de aire a la tráquea machacada, y luego se quedó quieto. A esas alturas, ya había aparecido el otro, pero Driver, tras dar una voltereta, se colocó detrás de él, con el brazo izquierdo en torno a su cuello y el codo derecho inmovilizándole la muñeca. Todo acabó en cuestión de minutos. Entonces entendió qué era lo que había retrasado el ataque del segundo matón. Elsa yacía contra la pared de un café abandonado, desangrándose por la herida que tenía debajo del pecho. Había intentado sonreírle mientras se apagaba la luz de sus ojos. En las películas, el tío que está a punto de ahogarse sale disparado del agua, hacia la luz del sol, como si fuese una marsopa, tragando ese aire que se le ha negado durante tanto tiempo y luciendo una tremenda expresión de alivio. Cuando Driver salió a la superficie por primera vez, seis o siete años atrás, había sido justo al revés. El sol, el aire y la libertad: le entraron ganas de volverse a sumergir. Ansiaba la oscuridad, la seguridad, el anonimato. Necesitaba todo eso. No entendía cómo podría vivir sin. Tenía 26 años. Ahora tenía treinta y dos y estaba sentado a una mesa en la terraza del HIPPIE PALACE, a un lado, lejos de la calle. —Cuando abrieron este sitio —estaba diciéndole Félix —, era un chiringuito playero, tal cual. Había arena por todas partes. No veas cómo se llenaba esto de gatos vagabundos. Les encantaba el lugar, recorrían kilómetros para llegar aquí: era el cajón de arena más grande del mundo, ¿sabes? Se instalaban a manadas. Sin despegar las manos de la mesa, Félix se echó hacia atrás, arremangándose para dejar al descubierto la parte inferior de unos tatuajes descoloridos. Nada de corazones, anclas, mujeres o nombres de mujeres. Navajas. Una o dos llamaradas. Un lobo. —Hace mucho tiempo de eso. Y ya sabes lo poco que duran los locales por aquí. La comida es una mierda, pero nunca falta. Driver no sabía gran cosa de Félix; de sus orígenes, en todo caso. Sabía que había participado en la operación Tormenta del Desierto, con los Rangers, por lo que intuía a partir de lo poco que Félix le había explicado. Y antes de eso, había sido un pandillero del viejo y entrañable Los Ángeles Este. Y una especie de guardaespaldas o matón. Toda una vida cruzando puertas hacia nuevas vidas. Se habían conocido durante un trabajillo en el que Félix parecía estar, más que nada, para vigilar a uno de los otros tíos. Así fue como salió a colación lo de Tormenta del Desierto; Félix y su protegido habían estado ahí juntos. Por regla general, en este tipo de situaciones, terminada la misión, terminada la relación, pero en este caso no fue así: Driver y Félix se mantuvieron en contacto. ¿Y quién mejor para recurrir cuando pasabas a la clandestinidad? De un modo u otro, Félix se había pasado toda la vida en esto. —Te agradezco la ayuda —dijo Driver. El café sabía ligera mente a esos tacos de pescado que eran la especialidad del HP. Félix siguió con la mirada a un par de mujeres que estaban sentadas en primera línea de mar. ¿Madre e hija? Se llevarían veinte o treinta años, pero iban vestidas igual. Mismo lenguaje corporal, mismas piernas. —¿Tenemos que hacer algo más? —¿Como qué? —Ah, pues como convencer a los que te van detrás de la mala idea que puede llegar a ser. —No es gente que se preste a la conversación. —No estaba pensando precisamente en conversar. —Ya me lo imagino. Pero no hace falta. Me he vuelto invisible. No pueden verme y ya está. —¿Conque invisible, eh? Por eso estamos aquí sentados, al lado del contenedor, y te has presentado con una gorra calada hasta las cejas. —Bebió un sorbo de café e hizo una mueca —. Sabe mucho peor de lo que huele. La gorra es cojonuda, eso sí. La mayor de las dos mujeres le dedicó una sonrisa a Félix. La típica señora modelo Highland Park, Upper East Side, Scottsdale. Dinero, clase, privilegios. Pero ahí estaba, sonriéndole a un gañán con el pelo sucio. Había algo en Félix que propiciaba esas conductas. La mujer más joven echó un vistazo para ver qué observaba su compañera. Y también sonrió. —Seas o no invisible, yo pienso mantenerme ojo avizor, captando señales. En cierta medida, Félix nunca se había ido del desierto, de la misma manera que nunca había abandonado del todo Los Ángeles. Era como si en vez de desprenderse del equipo de combate, lo llevara dentro. —La llave está en el sitio de siempre. Y por lo que yo sé, no hay nadie. Y si hay alguien, tendrás que darle conversación. Eh, Johnny, tío... El camarero había aparecido para preguntarles si querían algo más. Rubio, bronceado, de unos veinticinco años, aunque aparentaba dieciocho y así se mantendría hasta cumplir los cuarenta o los cuarenta y cinco. —No nos vendrían mal un par de cervezas. Cuando te vaya bien. No tenemos prisa. Félix contempló la espalda de Johnny mientras este se alejaba, y luego les dedicó otra miradita a las dos mujeres: —¿Y no tienes ni idea de quiénes componían el dúo mortal? —No. Y tampoco sé por qué aparecieron. —No creo que llevaran carné de identidad. —Lo dudo mucho, pero tampoco me quedé para comprobarlo. —¿Y estás seguro de que pretendían matarte? —Tal y como me asaltaron, yo diría que sí. —De todas las maneras que hay de cargarse a alguien, esa es la más idiota. Demasiadas incógnitas, resultado impreciso, posibilidad de cagarla. ¿Y por qué tan de cerca? —¿Y por qué cargarse a Elsa? —Cosa que hicieron antes de emprenderla contigo. ¿Qué lógica tiene? Johnny les trajo las cervezas. Limpió la mesa con un trapo húmedo, y luego recogió los tazones de café con la mano izquierda y dejó las botellas con la derecha. —¿Se te ocurre algún motivo reciente? —preguntó Félix. Driver negó con la cabeza. —Entonces debe de ser algo del pasado. —Suele serlo.