Jelle se había mantenido apartado de los demás durante todo el día. Había vendido algunas revistas. Había bajado hasta los locales de la ONG Ny Gemenskap en Kammakargatan. Había tomado un poco de comida barata. Había evitado a la gente; evitaba a la gente siempre que podía. Salvo a Vera y tal vez un par más de los sin techo, rehuía cualquier contacto con la gente. Llevaba ya unos años haciéndolo. Había creado una campana de soledad y aislamiento, tanto físico como mental. Había encontrado un espacio interior en el que intentaba mantenerse, un vacío drenado de todo pasado, de todo lo que había sido y nunca volvería a ser. Tenía problemas mentales y un diagnóstico, por lo que se medicaba para mantener su psicosis a raya. Para poder funcionar más o menos. O para sobrevivir, pensó; más bien se trataba de esto. Ir de la vigilia al sueño con el menor contacto posible con el entorno. Y con el menor número de pensamientos posible. Pensamientos acerca de quién había sido. En otra vida, en otro universo, antes de que cayera el primer rayo, el que acabó con una vida normal y provocó una reacción en cadena de derrumbamientos y caos y, finalmente, la primera psicosis. Y el infierno que le siguió. Cómo se había convertido en una persona completamente distinta. Una persona que progresiva y deliberadamente destruyó todas las redes sociales en que se movía. Para poder hundirse. Liberarse. Liberarse de todo. De eso hacía seis años, oficialmente. Para Jelle hacía mucho más tiempo. Para él, cada año pasado había borrado cualquier noción normal del tiempo. Se hallaba en una nada intemporal. Recogía ejemplares de la revista, los vendía, de vez en cuando comía, buscaba algún lugar resguardado para dormir. Un lugar donde poder estar tranquilo, donde nadie se peleara ni cantara, ni él tuviera repulsivas pesadillas. Hacía cierto tiempo había encontrado una vieja barraca de madera, parcialmente derruida, en las afueras de la ciudad. Allí podría morir cuando le llegara la hora. Ahí se dirigía ahora.