Y qué decir de la prensa y su contrastado valor como fuente constante de información histórica, sobre todo, la escrita. Las gacetillas, diarios y revistas han tenido un indiscutible lugar dentro del análisis de los acontecimientos históricos desde mediados del siglo XIX. Sin embargo, la cautela debe presidir el acercamiento a la realidad a través de los periódicos de época. El escritor Robert Graves trascribe en sus memórias, "Adiós a todo eso", lo que le había dicho un sargento del Segundo de Fusileros galeses en Montagne en 1916: «Y todas estas malditas tonterías, señor... excúseme, señor, que leemos en los periódicos, señor, sobre el modo milagroso en que, en los crucifijos que hay en los caminos y que son siempre ametrallados, la figura de Nuestro Señor Jesucristo nunca resulta herida, sencillamente me hacen vomitar, señor». Mientras unos vomitaban o se burlaban en el frente ante tanta mentira, en la retaguardia también se comenzó a desconfiar muy pronto de la prensa para lo que basta el ejemplo inglés del "Daily Mirror" que conforme avanzó el conflicto, pasó a ser llamado por muchos británicos "Daily Prevaricator" -algo así como "diario mentiroso" . Como señala Paul Fussell, el militar francés Marc Bloch, posteriormente uno de los historiadores más reputados del siglo XX, acabaría acuñando el concepto del llamado "escepticismo invertido" que se desarrolló a lo largo de la Gran Guerra, según el cual en las trincheras del frente occidental y por extensión posterior en la sociedad francesa, se acabó creyendo de todo menos lo que se publicaba en los periódicos. De hecho, conforme pasen los años se considerarán más fiables las cartas clandestinas de los soldados o los testimonios de los supervivientes aunque estuvieran desdibujados por el paso del tiempo.