puede parecer irónico, pero a pesar de mis muchas enfermedades, mi apodo en el ramo es Doc. Doc Karoo. Soy una pieza pequeña pero bien situada en la industria del espectáculo. Corrijo guiones que escriben otros. Reescribo. Recorto y pulo. Recorto lo que sobra. Pulo lo que queda. Soy un escritorzuelo profesional dotado de cierta maña que ha llegado a ser percibida como talento. A la gente que vive en Los Ángeles y hace mi trabajo los llaman «machacas de Hollywood». Por alguna razón, no existe el término «machaca de Nueva York». A los machacas de Nueva York los llaman «Doc». Jamás he escrito nada propio. Hace mucho, mucho tiempo probé suerte, pero renuncié al cabo de unos cuantos intentos. Puede que sea un escritorzuelo, pero reconozco el talento y me di cuenta de que yo no lo tenía. No fue un descubrimiento devastador. Fue más bien una especie de verificación de algo que había sabido siempre. Tenía un doctorado en literatura comparada, o sea que mi apodo era correcto, pero no quería dar clases. Gracias a unos cuantos contactos, pasé de forma bastante indolora a mi verdadera vocación, que consiste la mayor parte del tiempo en reescribir guiones escritos por hombres y mujeres que tampoco tienen talento. De vez en cuando, muy pocas veces, por supuesto, me pasan un guión para arreglar que no necesita arreglo alguno Que está bien como está. Lo único que necesita es que alguien haga bien la película. Pero los ejecutivos de los estudios, o bien los productores, o las estrellas, o los directores, tienen otras ideas. Entonces me enfrento a un dilema moral. Soy capaz de tener dilemas morales porque llevo dentro a una mascota que se llama el hombre moral, y el hombre moral que llevo dentro quiere dar la cara por lo que está bien. Quiere defender ese guión que no necesita arreglo de quienes quieren arreglarlo, o, por lo menos, negarse a tener cualquier implicación personal en su destrozo. Y, sin embargo, no hace ni una cosa ni otra. Porque en esas ocasiones, el hombre moral que llevo dentro se siente incómodo y pretencioso. Siente, igual que yo, los precedentes que hemos creado. ¿Por qué íbamos a dar la cara ahora por lo que es correcto cuando no hemos movido ni un dedo en otras ocasiones mucho más cruciales? i cómo el dilema moral se ve diluido y racionalizado, acepto el encargo y el dinero que lo acompaña, sumas enormes de dinero, sabiendo por adelantado que mi contribución al guión, mi reescritura, mis recortes y pulidos, solamente pueden aplanar o arruinar la obra en cuestión.