Sotogrande tiene tres pistas de tenis. Es un hotel y centro turístico enorme, situado, tal como proclaman sus folletos promocionales, "en la magnífica Costa del Sol" del Sur de España. El Peñón de Gibraltar no está lejos. Al otro lado del Estrecho de Gibraltar está Marruecos. Hay un ferry que lleva hasta Tánger. A pesar de las pistas de tenis, tanto Leila como Billy se han aburrido de Sotogrande y de la zona que lo rodea. Se han aburrido de las playas estrechas y no demasiado limpias de Estepona. Se han aburrido de las boutiques de Marbella. Se han aburrido del comedor del hotel y se han aburrido de cenar en las marisquerías cercanas. Pero principalmente, creo que se han aburrido de la interrupción del ritmo del viaje, de desplazarnos cada dos o tres días a otro lugar. La culpa ha sido mía. No es que me haya encantado Sotogrande y haya querido quedarme aquí, sino más bien que no me apetece volver a hacer las maletas y ponerme en marcha. Mientras espero a que me vuelva el entusiasmo por viajar, les he alquilado otro coche a Billy y a Leila. De esa manera, con Billy al volante, ellos dos pueden pasar el día fuera o hasta la noche donde les dé la gana sin sentirse culpables por estar dejándome tirado y sin coche en Sotogrande. Hoy, después del tenis, los dos se han ido a Ronda. Siempre me encargo de hacerles las reservas para que puedan pasar la noche fuera. El encargado de Sotogrande conoce los mejores hoteles en todas partes. En Ronda, me ha asegurado, el mejor de todos es el Queen Victoria. Así que les he reservado dos habitaciones allí para que pasen la noche. Me termino mi expreso y me pido otro doble-doble. Mi camarero me lo trae, junto con un cenicero limpio. Disuelvo los azucarillos con mi cucharilla de expreso y veo dar vueltas a la piel de limón como si fuera una embarcación vetusta dentro de un remolino negro. Me enciendo otro Fortuna. Doy un sorbo de expreso. Levanto la vista hacia el cielo. Es una de esas cosas que uno no puede evitar hacer cuando es un turista. Levantar la vista hacia el cielo como si algo trascendental dependiera de la clase de día que va a hacer. Como si yo no fuera ni más ni menos que Agamenón. El cielo todavía es azul, pero una regata de nubes ya lo está cruzando hacia el norte. Las nubes están dispersas pero forman una confederación aproximada, como sugiriendo una meta común. Como estoy en España, me hacen pensar en las embarcaciones condenadas de la Armada Invencible, navegando una vez más rumbo a Inglaterra.