En cierto momento, Margaret Mitchell fue sinónimo de autora de un solo libro, el legendario Lo que el viento se llevó. Pero la verdad es que esta autora, nacida en 1900, ya tenía una vida antes del Gran Libro, distinguido con el Premio Pulitzer en 1937 y el mayor éxito de ventas en la historia de Estados Unidos. Según cuentan sus biógrafos, esta hija de una acomodada familia de abogados en realidad quería ser médico, pero luego se casó y en sus horas libres se dedicó a recrear en una novela la historia de su patria, Georgia, durante la guerra civil. Se nos presentaba, así, a un ama de casa oriunda de un estado sureño que, en un alarde de patriotismo, tomaba la pluma para escribir su primera y única novela, con el deseo de salvar el honor de su tierra. El único inconveniente de esta historia tan hermosa es que no es cierta: Margaret Mitchell nunca quiso ser nada más que una escritora famosa. Cuando se casó, en 1925, ya tenía tras de sí una larga y exitosa carrera profesional como periodista e incluso había escrito novelas, aunque no las había enviado a ninguna editorial por consideración a su familia. Los textos corrían de mano en mano entre sus pretendientes, hasta que su favorito entre ellos se quedaba con el valioso manuscrito como prenda de amor. En el legado de uno de esos admiradores se encontró, hace unos diez años, una caja de zapatos con el manuscrito de una exaltada novela de amor escrita por Margaret Mitchell con tan solo diecisiete años. Fue un hallazgo sensacional, ya que hasta entonces no existían testimonios literarios de la escritora anteriores a su célebre novela. Con ello, la imagen de la autora de una obra única se revelaba como el resultado de un plan de encubrimiento. Margaret Mitchell se encargó de borrar personalmente todas las huellas de su actividad literaria anterior a Lo que el viento se llevó y hasta dispuso que tras su muerte se destruyeran todos los textos que se encontrasen en su legado. De este modo se labró el monumento que deseaba, el de una patriota ajena en el fondo a la literatura que se hacía escritora por amor a su tierra. Por supuesto, es muy probable que esta estrategia no se le ocurriera a ella, o al menos a ella sola. La idea de una respetable ama de casa del sur vencido que tomaba la pluma para bañar la terrible época de la guerra civil en la luz tibia de la reconciliación prestó a la novela un barniz de autenticidad que resultó fundamental para su éxito. Anteriormente ya había habido otros ejemplos de tales estrategias de marketing orquestadas por el autor y la editorial, y en alguna ocasión ya habían llevado a un autor desconocido a la fama mundial: este fue el caso de Erich Maria Remarque y su novela bélica Sin novedad en el frente. De entrada, la publicación en un importante periódico berlinés fue anunciada por la editorial como el relato de un soldado raso alemán. Se decía que Remarque «no era un escritor profesional», sino un antiguo combatiente que había dado forma literaria a sus experiencias en el frente. La verdad sobre la guerra no se contaba en las memorias de los generales, sino en este texto. La estrategia de presentar a un supuesto testimonio autobiográfico dio sus frutos: el libro publicado en 1928 se convirtió rápidamente en un éxito internacional y vendió millones de ejemplares. La portada no incluyó la especificación genérica de «novela» hasta las reediciones que se publicaron tras la prohibición de la obra en el período nazi. Este montaje no solo difundió información falsa entre el público, sino que también creó una nueva identidad para el autor: toda la obra literaria de Remarque anterior a Sin novedad en el frente fue ocultada. Comprendía hasta la fecha dos novelas editadas y al menos trescientos relatos breves, ensayos, poemas y otros textos publicados en revistas prestigiosas. Tal encubrimiento fue posible porque, a diferencia de lo que ocurre actualmente, el flujo de información era entonces limitado: de una revista berlinesa se tenía conocimiento, a lo sumo, en las ciudades más importantes hasta Fráncfort, pero no más allá de la línea del Main. Remarque era un autor conocido en un pequeño círculo elegante, pero este sector elitista no era el público al que la editorial dirigía su novela bélica. Así que Remarque siguió el juego a la editorial y liquidó su exitosa trayectoria de periodista en provecho de la biografía de un soldado sin formación literaria. Su libro era absolutamente auténtico, puesto que se basaba en la recopilación de testimonios de soldados del frente. No eran sus propias experiencias, él nunca lo dijo. Es cierto que con este montaje Remarque perdía su pasado, pero estuvo conforme. Más que eso: seguramente se alegraría de que la editorial, como es de suponer que ocurriera, comprara todos los ejemplares aún disponibles de su primera novela, Die Traumbude [«La habitación del sueño»], y los destruyera.