Cuando se trabaja en el cine, conviene saber contar una historia de viva voz. Muchas películas deben su existencia a un relato oral. Y no sólo porque hoy se lee cada vez menos. También antes pasaba lo mismo. Aunque tuvieran tiempo y les gustara la lectura, los productores de cine preferían que les contaran las películas de palabra, antes de contratar a directores y guionistas. O sea, la vida de una película podía y puede depender de una historia más o menos feliz contada en la mesa de un restaurante, en el bar, en un despacho, en un avión, en un festival... Si nuestro relato consigue interesar a los que nos escuchan, es presumible que nos pidan que demos el siguiente paso, que es la escritura. Esto significa que el proyecto tiene alguna posibilidad de cuajar. Si el texto escrito, en general de unas pocas páginas, confirma la impresión del relato oral, es muy posible que nos contraten para escribir el guión, y que entretanto nos pidan que redactemos un primer esbozo de la trama, de unas treinta o cuarenta páginas. Esto es más que un resumen pero menos que un guión. ¿Para qué sirve este esbozo? Pues para, mientras se escribe el guión, captar el interés de algún actor o actriz importante, buscar financiación, llegar a acuerdos con los socios productores, pedir adelantos a los distribuidores... Así es como suele ocurrir. Yo, antes de decidirme a contar de palabra una historia, paso mucho tiempo, a veces incluso años, pensando en ella, y sólo cuando me convenzo de que tiene cierta solidez y entidad dramática, sólo entonces me atrevo a exponérsela al primer productor que me pregunta si tengo algo en mente.