Entramos en el vestíbulo. Una mujer tranquila de pelo rizado y uniforme estaba sentada detrás de un escritorio elevado, había unas sillas, algunas taquillas, un teléfono público y una máquina expendedora de refrescos. Todo estaba impecable. —Vengo a entregarme —dije. —Espere —ella cogió el teléfono y habló con alguien brevemente—. Espere ahí —nos quedamos sentados. Durante varias horas. Debía de ser la hora de comer. Larry me tendió un sándwich de foie-gras que me había hecho con los restos de la noche anterior. Yo no tenía nada de hambre, pero le quité el papel de minio y me comí hasta el último bocado de aquella delicia gourmet sintiéndome muy desgraciada. Estaba segura de que era la primera graduada de las Siete Hermanas que se comía un bocadillo de hígado de pato con una Coca-Cola Diet en el vestíbulo una penitenciaría federal. Pero bueno, nunca se sabe. Al final, una mujer de aspecto bastante agradable entró en el vestíbulo. Llevaba una espantosa cicatriz en un lado de la cara y ceceaba. —¿Kerman? —ladró. Los dos saltamos al momento y nos pusimos de pie. —Sí, soy yo. —¿Y ézte quién ez? —me preguntó. —Es mi prometido. —Bueno, puez tiene que irze antes de que me la lleve para dentro —Larry parecía furioso—-. Ez la norma, para evitar problemaz. ¿Tiene algún efecto perzonal? Yo llevaba un sobre de papel marrón en la mano que le tendí. Contenía las instrucciones para mi ingreso en prisión de la policía federal de Estados Unidos, algunos de mis documentos legales, veinticinco fotografías (un número vergonzosamente elevado de mis gatos), una lista de las direcciones de mis amigos y familiares y un cheque de caja de 290 dólares que me habían dicho que llevase. Yo sabía que necesitaría tener dinero en la cuenta para hacer llamadas telefónicas y para comprar... ¿el qué? No podía imaginármelo. —No puede entrar con ezto —dijo, tendiéndole el cheque a Larry. —Pero llamé la semana pasada y me dijeron que lo trajese... —Tiene que enviarlo a Georgia y allí lo procezarán —dijo, con absoluta convicción. —¿Enviarlo adonde? —pregunté. De repente estaba furiosa. —Eh, ¿tienez la dirección de Georgia? —preguntó la guardiana por encima del hombro a la mujer que estaba en el escritorio, mientras examinaba mi sobre—. ¿Qué zon todaz eztaz fotoz? ¿Tienes algún deznudo aquí? —levantó una ceja en su rostro ya de por sí torcido. ¿Desnudos? ¿Hablaba en serio? Me miraba como preguntándome: «¿Tengo que mirar todas estas fotos para saber si eres una chica cochina?». —No. Nada de desnudos —dije. Habían pasado menos de tres minutos desde que me había entregado y ya me sentía humillada y derrotada. —Vale, ¿eztáz preparada? —asentí—. Bueno, puez dezpídete. Como no eztáiz cazadoz, pazará algo de tiempo hazta que el te pueda vizitar —y se alejó un paso simbólico de nosotros, supongo que para darnos algo de intimidad. Miré a Larry y me arrojé en sus brazos, apretándolo tan fuerte como pude. No tenía ni idea de cuándo volvería a verle, ni de lo que me podía ocurrir en los quince meses siguientes. Él me miró como si estuviera a punto de echarse a llorar, pero al mismo tiempo también estaba furioso. —¡Te quiero! ¡Te quiero! —dije, apretada contra su cuello su bonito jersey color crudo, que yo le había elegido. Él me apretó y me dijo que me quería también. —Te llamaré en cuanto pueda —gemí. —Vale. —Por favor, llama a mis padres. —Vale. —Y envía ese cheque inmediatamente. —Ya lo sé. —¡Te quiero! Y entonces él salió del vestíbulo, frotándose los ojos. Cerró la puerta con mucha fuerza y se alejó rápidamente por el aparcamiento. La guardia de la cárcel le vio subirse al coche. En cuanto estuvo fuera de la vista, noté un brote de pánico. Ella se volvió hacia mí. —¿Eztáz preparada? —yo estaba sola con ella y con quien uiera que me esperase. —Sí. —Vale, puez vamoz. Me hizo salir por la puerta que acababa de traspasar Larry, luego girar a la derecha y caminar a lo largo de aquella verja enorme y horrible. La verja tenía muchas capas; entre capa y capa había una puerta a través de la cual teníamos que pasar cuando se abría con un zumbido. Ella abrió la puerta y yo entré, miré hacia atrás por encima del hombro, a la libertad. Se oyó un zumbido en la puerta siguiente. Entré y quedé rodeada por todas partes de tela metálica y alambre de espinos. Sentí que me invadía una nueva oleada de pánico. Aquello no era lo que yo había esperado. No me habían descrito así las prisiones de mínima seguridad. Aquello no se parecía en nada a un club de vacaciones. Aquello daba un miedo horroroso. Llegamos al fin a la puerta del edificio y de nuevo zumbó y se abrió. Entramos por un pequeño vestíbulo a una sala institucional con baldosas y una dura luz fluorescente. Parecía vieja, lúgubre, clínica, y estaba completamente vacía. Ella me señaló una celda con unos bancos atornillados a las paredes y pantallas de metal encima de todos los bordes visibles. —Ezpera aquí. Luego salió por una puerta a otra habitación. Me senté en un banco alejado de la puerta. Miré la pequeña ventana alta a través de la cual no se veía otra cosa que nubes. Me pregunté cuándo volvería a ver algo bonito. Medité sobre las consecuencias de mis actos de hacía tanto tiempo, y me cuestioné seriamente por qué no habría huido a México. Pataleé. Pensé en mi sentencia de quince meses, cosa que no hizo nada por sofocar mi pánico. Intenté no pensar en Larry. Luego me rendí e intenté imaginar qué estaría haciendo, sin éxito. Solo tenía la idea más vaga de lo que me esperaba a continuación, pero supe que debía ser valiente. No imprudente, no enamorada del riesgo y el peligro, no haciendo ridiculas exhibi-ciones para demostrar que no estaba aterrorizada, sino valiente de verdad. Valiente para mostrarme tranquila cuando se requiriera estar tranquila, valiente para observar antes de arrojarme de cabeza a algo, valiente para no abandonar mi auténtico yo i cuando todos los demás quisieran seducirme u obligarme en una dirección en la que yo no quería ir, valiente para mantener mi terreno con calma. Me esperaba una enorme cantidad de tiempo intentando ser valiente. —¡Kerman! —como no estaba acostumbrada a que me lla-maran como a un perro, sonaron varios gritos antes de que me diera cuenta de que significaba: «adelante». Salté y miré preca-vidamente al exterior de la celda. —Vamoz —la voz ronca de la guardiana hacía que me resulitara casi imposible entender lo que estaba diciendo. Me llevó a la sala siguiente, donde sus compañeros de trabajo estaban pasando el rato. Eran dos hombres calvos y blancos. Uno de ellos era increíblemente alto, al menos de dos metros de altura, y el otro muy bajo. Ambos me miraron como si yo tuviera tres cabezas. —Ze ha entregado —les dijo mi escolta femenina como explicación, mientras empezaba a preparar mi papeleo. Me hablaba como si yo fuera idiota, pero sin explicar nada durante todo el proceso. Cada vez que yo tardaba en contestar o le pedía que repitiera una pregunta, el bajito bufaba burlonamente o, imitaba mis respuestas. Yo le miré incrédula. Era exasperante, y estaba claro que eso era precisamente lo que se proponía, y me cabreé, una emoción que supuso una agradable mejora con respecto al terror que me invadía y contra el que luchaba. La guardiana continuó ladrando preguntas y rellenando formularios. Mientras yo estaba de pie y respondía, no podía evitar que mis ojos se volvieran hacia la ventana, hacia la luz natural del exterior. —Vamoz. Seguí a la guardiana hacia la sala que se encontraba en el interior de la celda. Ella buscó en un estante lleno de ropas y me dió unas bragas de abuelita, un sostén con las copas punteadas de nailon barato, un par de pantalones caqui con la cintura elástica, una camisa caqui, como la ropa de hospital, y unos calcetines sin talón. —¿Qué número de zapato llevaz? —Nueve y medio. Me tendió un par de zapatillas de lona ligeras como las que se compran en la calle en cualquier Chinatown. Me señaló una zona con váter y lavabo detrás de una cortina de ducha de plástico. —Deznúdate. Yo me quité las zapatillas deportivas, los calcetines, los vaqueros, la camiseta, el sujetador y las braguitas, y ella lo cogió todo. Hacía frío. —Levanta loz brazoz —lo hice, enseñando las axilas—. abre la boca y zaca la lengua. Date la vuelta, agáchate, zeparate las nalgaz y toze