Aunque yo no viajé a España, las informaciones periódicas que recibía eran, en partes iguales, alarmantes y estimulantes. Nada más salir por la puerta del aeropuerto, todo el asunto se vino abajo. El generalísimo fascista Francisco Franco ordenó a su ministro de Defensa cancelar el proyecto cuando nuestro equipo ya había llegado a Madrid. Tras una serie de negociaciones frenéticas —que, según me enteré posteriormente, incluyeron un pago en efectivo realizado directamente a la «organización benéfica» de la esposa de Franco—, el rodaje volvía a ponerse en marcha. Contratamos 8.500 soldados españoles, a razón de 8 dólares diarios, para que representaran el papel tanto de soldados romanos como de esclavos rebeldes. La única orden terminante que dio Franco fue que no se autorizaba que ninguno de sus soldados muriera en la película. No es que le preocupara mucho su seguridad, simplemente no quería que nosotros hiciéramos que pareciera como si murieran. Orgullo español.