Situada in extremis en el año que cierra el que ha sido considerado como el siglo del cine, Eyes Wide Shut permite hablar con cierta precisión y en profundidad de los albores de una nueva etapa, simbólicamente coincidente con la inauguración del segundo milenio. Las últimas décadas del siglo xx coinciden con una radical y general transformación del mundo de las películas y su recepción, un proceso que parece subvertir las propias bases de la existencia y los rasgos definitorios del cine, hasta transformarlo en el simulacro de sí mismo. En términos generales, se trata de un momento en el que la producción cinematográfica parece haber entrado en una espiral de crecientes dificultades y menguante vitalidad. Todo empezó a principios de los ochenta, con el recrudecimiento de las prácticas de explotación comercial que Hollywood puso en marcha para contrarrestar la contracción de sus ganancias, derivada de la disminución en el número de entradas vendidas en sus mercados tradicionales. La época de experimentación e innovación, que todavía había alargado su influencia a los años setenta desde la década anterior (Biskind, 2004), llegó en ese momento a su fin, en buena medida porque dejó de resultar económicamente viable. Aunque no se tratara de un fenómeno en absoluto inédito, ya que desde siempre el cine mayoritario se había organizado según dictados industriales, el peso de las consideraciones de carácter comercial empezó a adquirir nuevas proporciones: en las circunstancias creadas por la caída, generalizada, del número de películas producidas, aumentó la visibilidad, y el peso, de proyectos inspirados más por consideraciones mercantiles que artístico-culturales. Hasta el punto de que, con ocasión del centenario del nacimiento del cinematógrafo, hubo voces influyentes de intelectuales y estudiosos cinéfilos que declararon que el largo camino recorrido no iba a tener continuidad, y que el cine, abocado a una decadencia irreversible, estaba destinado a desaparecer del panorama cultural (Sontag, 2002). También se reconocía, por otro lado, que, a pesar de esa inexorable tendencia hacia el declive y la irrelevancia, era posible, por la inercia derivada de la difusa y articulada presencia de la creación cinematográfica en las sociedades posindustriales, que se siguieran haciendo algunas, pocas, buenas películas, allá donde se generaran excepcionales situaciones de producción.