—¿En qué sentido? —Entodos. Pero sobre todo, tal vez, enque trabajaba muy duro en lo que más inquietud le provocaba. Quizá más o menos como Oppenheimer en Los Álamos. Se dedicaba a lo que él pensaba que podría ser nuestra ruina. —Ahora no te sigo. —Frans quería recrear la evolución biológica a nivel digital. Trabajaba con algoritmos autodidactas, algoritmos que mediante el método de ensayo y error pueden mejorarse a sí mismos. También contribuyó al desarrollo de los llamados ordenadores cuánticos con los que trabajan Google, Solifon y la NSA SU meta era conseguir la A3i, Artificial General Intelligence. —Yeso ¿qué es? —Algo que es igual de inteligente que el ser humano, pero que al mismo tiempo posee la velocidad y la precisión de un ordenador en todas las disciplinas mecánicas. Una creación así nos daría enormes ventajas en cualquier investigación. —Sin duda. —La de este campo es muy amplia y, aunque la mayoría de nosotros no tenemos expresamente la ambición de conseguir A3i, la competencia nos empuja a ello. Nadie se puede permitir el lujo de no crear unas aplicaciones con la máxima inteligencia posible o de intentar detener su desarrollo. Piensa tan sólo en lo que se ha conseguido hasta ahora. Piensa en lo que hay en tu teléfono hoy en día y en lo que había en él hace sólo cinco años. —Ya. —Frans solía decir, antes de volverse tan reservado en este tema, que estimaba que llegaríamos a la A3i dentro de unos treinta o cuarenta años; no sé, quizá suene algo drástico. Yo me pregunto si no sería una estimación demasiado prudente. La capacidad de los ordenadores se dobla cada dieciocho meses, y nuestro cerebro no asimila muy bien lo que un crecimiento exponencial de esas dimensiones significa. Es un poco como el grano de arroz en la tabla de ajedrez, ya sabes: pones un grano de arroz en el primer cuadro, y dos en el segundo, y cuatro en el tercero, y ocho en el cuarto... —Y pronto los granos de arroz terminan por inundar el mundo entero. —El ritmo de crecimiento no hace más que aumentar y al final acaba yendo más allá de nuestro propio control. Lo interesante no es en realidad cuándo alcanzaremos la A3i sino qué es lo que pasará entonces. En una situación así se presentan numerosos escenarios que también dependen del método que hayamos elegido: lo más seguro es que empleemos programas que se actualicen y se mejoren por sí mismos. Llegados a ese punto no hay que olvidar que tendremos un nuevo concepto del tiempo. —¿Qué quieres decir? —Que abandonaremos los límites humanos. Seremos arrojados a un nuevo orden donde las máquinas se actualizarán por sí mismas constantemente, las veinticuatro horas del día, y a la velocidad del rayo. Sólo unos pocos días después de haber alcanzado laA3i tendremos la /¡si. —Yeso ¿qué es? —Artificial Super InteIIigerice, algo que es más inteligente que nosotros. Llegados ahí el asunto se acelera cada vez más. Los ordenadores empiezan a mejorarse a un ritmo vertiginoso, quizá en un factor diez, y acaban siendo cien, mil, diez mil veces más inteligentes que nosotros. Y entonces ¿qué sucederá?