El viejo vecindario de Trumbo es hoy un barrio negro. No te lo dicen las caras de los peatones —¿cuántos peatones se ven en cualquier calle de Los Angeles?—, sino las caras de los modelos de las vallas publicitarias, que venden sueños americanos. Glamour, Productos para afroamericanos. ¿Familias felices? Mamá, papá y júnior en versión afro disfrutan juntos de un desayuno a base de copos de maíz. Así que ahora es negro. El barrio en el que Trumbo vivió esos ocho años de su vida, cuando trabajaba en la panadería, ha «cambiado», en el lenguaje de las ciudades del norte. Aquí estamos, en el desperdigado lado sur de Los Angeles. Es bastante tranquilo, sin embargo, cuando giras por la calle 55 oeste desde Budlong. Hay algo en la calle del ambiente de un vecindario de ciudad pequeña. Es una calle aletargada, flanqueada por palmeras, que parece no haber cambiado mucho desde 1933, cuando los Trumbo vivían en ella. Hay una casita con tejado a dos aguas por encima de un garaje en la parte trasera, casi de estilo suizo, con su chimenea de ladrillo rojo y un único gabinete que sobresale por encima del garaje. Allí era donde vivían los Trumbo, en tres habitaciones: madre con las hijas en el dormitorio grande y Dalton en el pequeño, con una habitación más en la que cocinaban, comían, cosían y se sentaban. Les parecería estrecha entonces, igual que se lo parecerá a los que la habitan actualmente. La pobreza en Los Ángeles se enmascara con la luz del sol, se esconde tras las palmeras y los capullos en flor. Y aunque no es tan evidente como resulta en, digamos, el lado sur de Chicago, es lo mismo que allí. Los Trumbo conocieron muy de cerca la pobreza cuando vivieron en la calle 55. Los residentes actuales la conocen incluso más íntimamente. Yo había visto el interior del lugar en la película de Trumbo Johnny cogió su fusil. Llevó al equipo allí y rodaron justo en donde la familia había vivido todos aquellos años. No, no había mucho más que ver allí ni más preguntas que hacer. Arranqué el coche y volví hacia la autopista del puerto, que me llevaría al centro de Los Angeles. Al salir del paso subterráneo, con el sonido del tráfico a mi alrededor, llego a un lugar que mi callejero dice que es importante en este relato. Pero no parece que lo sea. Me detengo en el arcén del lado noroeste, salgo y compruebo el cartel de la calle. Sí, Segunda y Beaudry. Aquí es donde se encontraba la panadería La Perfección de Davis durante los años en que Dalton Trumbo trabajó en ella. Pero ya no hay ninguna panadería. Una valla metálica rodea toda el área y un cartel indica que el complejo es una instalación de la compañía del agua y la electricidad. El enorme edificio con aspecto de fábrica cercano a la esquina es el que acogía la panadería. Hoy parece que se usa como almacén de equipos. Satisfecho, me monto en el coche y emprendo camino hacia Hollywood, aunque escojo conducir por la ciudad en vez de recurrir a la autopista. El barrio de mala muerte que rodea la Segunda y Beaudry resulta desolador. Durante los años que Trumbo pasó aquí era mucho peor. —El ambiente en la panadería era singular. Era durante la Prohibición y la policía era muy corrupta. Los polis solían venir constantemente y les dábamos pan y pasteles para tenerlos contentos y ellos nos daban whisky. Y era bastante habitual que los polis tuvieran chicas. La chica solía estar en libertad condicional y, en realidad, un poli podía tenderle una trampa y ponerla en un hotel a trabajar para él. De ese modo, los polis —muchos de ellos— tenían montones de chicas y no había manera de que pudieran salir de ahí. Si una chica lo intentaba, se jugaba que le echasen otros ciento ochenta días, más noventa de condicional... y otra vez a merced del poli que la había arrestado. Uno de los agentes solía repartir tarjetas que autorizaban a su portador a pasar un rato con una de sus chicas. Las ofrecía por ahí, ya sabe, igual que el que invita a una copa. »La desesperación en aquel barrio —bares, burdeles, vagancia, peleas—, bueno, era algo que no se podía creer. Allí estaba la auténtica Depresión. Dábamos el pan duro de dos días. Dos o tres hombres se situaban en la rampa e iban entregándolo, y había una cola que daba la vuelta a la manzana. Verdaderos desesperados. Fue una gran escuela para Trumbo, si recordamos al joven que había ganado la Convención de Retórica de la Ladera Oeste solo unos años atrás con una altruista disertación titulada «Servicio» y lo imaginamos introduciéndose en la clase de ambiente que acaba de describir. No es sorprendente que de allí surgiera un radical. La primera manifestación de la dirección que había tomado fue cuando dirigió con éxito una huelga de empleados clave en el departamento de envíos para pedir mejores salarios. Cuando valoró la situación se dio cuenta de que una huelga corriente no serviría. Si comenzaban a negociar y advertían por adelantado de su intención de ir a la huelga, simplemente los despedirían y contratarían a otros, así que tenían que hacerlo de modo que no los reemplazaran. Escogieron una noche y, a intervalos de quince minutos, cuatro de ellos fueron de uno en uno a la oficina y se despidieron... no sin añadir que estarían en un café cercano si el gerente quería discutir el asunto. Bien, le dejaron justo donde querían: simplemente no iba a poder sacar todos aquellos productos perecederos sin su ayuda, y lo sabía. Así que fue al café y aceptó volver a contratarlos a los cuatro con un sustancial incremento en la paga. Fue una «huelga selecta». Trumbo admite que solo benefició a aquellos cuatro empleados clave del departamento de envíos. Pero salió bien y eso era un comienzo. Años después de dejarlo solía volver a la panadería de vez en cuando, en parte para ver a sus antiguos compañeros, y en parte, también, para llevar amigos allí (cinco, seis o siete años después de su marcha) y enseñarles de dónde procedía. La panadería era su bona fides, las únicas credenciales que necesitaba para demostrar quién era y por qué lo era. —Había un tipo llamado Red que trabajaba allí y que era especialmente malvado... pero imaginativo. No sé de dónde era. Y había un joven que entró a trabajar y el primer error que cometió fue alardear de lo bonita que era su mujer. Naturalmente, para un trabajador del turno de noche eso es algo muy estúpido, porque al final alguien le pondría a prueba. Pero él no lo sabía. Entonces a su suegra la arrestaron por comportamiento indecente y prostitución y le impusieron una fianza de cincuenta dólares. Esto suponía un problema infernal para él y todos nos interesamos por ese problema. Y Red, el tipo que he mencionado, dijo finalmente: «Bueno, podemos recaudar diez pavos». La idea era un jueguecito que tenía para el joven, si era lo bastante tonto para jugar: que se masturbara y volviera en tres minutos o algo parecido. Pusieron dinero en una olla. Había dos polis que actuaban como jueces y todos fueron a los vestuarios... y se hizo. Su nombre era Larry y después de aquello le llamaron luirru pin Larry (Larry el Zurras). Bueno, pues aun así le faltaba dinero para librar a su pobre suegra de los cargos por prostitución, y Red vino con otra idea: que Blackie, un exleñador que trabajaba en la panadería, le diera por culo. Podían sacar treinta pavos por eso. Eso bastaría. Bueno, I Harry dijo que de acuerdo, así que Red fue a Blackie y le ofreció pagarle del dinero de la olla, pero Blackie dijo: «Demonios, lo haré gratis, en serio». Fueron a los polis y los polis mismos pusieron dinero. Alguna palabra debió llegar arriba y antes de que se realizara la prueba Larry el Zurras fue despedido. Y así acabó todo el asunto. »Así eran, ya ve, los tiempos, el lugar, la época, la cosa. Increíble. ¿Cómo explicarlo? Al menos era algo interesante para pasar el día, como las carreras de pan que solíamos celebrar. Y luego, por supuesto, estaba la bebida, que era realmente fuerte: a lo loco, hasta arriba, hasta caerse, en la noche libre. No hacía falta ningún pretexto. Era... como eran las cosas.