Carlos debió de sentir una inmensa alegría al enterarse de que sus hombres habían dado caza a una presa tan inesperada e importante, pero la cuestión de qué hacer con aquel soberano cautivo suponía un quebradero de cabeza diplomático. Carlos decidió que llevaran a Francisco a España como prisionero, pero le trató con todos los honores debidos a otro monarca, y pudo viajar acompañado por un séquito de nobles y sirvientes franceses y por una escolta de nobles españoles. Cuando Francisco pasó por un pequeño pueblo llamado Valdaracete, le contaron la historia de un maestro de esgrima brillante pero fuera de lo común, de nombre Esteban, famoso porque nunca había sido batido; y así el rey francés organizó un enfrentamiento entre aquel hombre y sus espadachines más diestros. Fueron enfrentándose uno por uno en combate a primera sangre contra Esteban, hasta que los derrotó a todos. Ese tipo de espectáculos caballerescos eran un pasatiempo casi cotidiano en aquel mundo peligrosamente belicoso, y en circunstancias normales aquel habría pasado desapercibido. Pero lo asombroso de Esteban es que había sido bautizado como una mujer, de nombre Estefanía. Al crecer, Estefanía se convirtió en una bulliciosa virago, en una amazona de la meseta española, que era más ágil, de pie más ligero y más diestra que los muchachos más en forma del pueblo en toda una gama de juegos. «Era todo un espectáculo verla participar en aquellos juegos», contaban los vecinos de Valdaracete, «corriendo con su larga melena rubia al viento». Había empezado a recorrer la región con un espectáculo de mujer forzuda, pero cuando llegó a Granada los magistrados de la ciudad desconfiaron y ordenaron a unas matronas que la examinaran, para asegurarse de que realmente era una mujer; y descubrieron que, en realidad, era un hermafrodita. Resulta esclarecedor de las actitudes de aquella época que, en vez de vilipendiar a Estefanía como un monstruo, los magistrados simplemente dictaminaron que debía elegir el sexo al que quería pertenecer. Lo que les preocupaba era encasillarla en una estructura administrativa, tanto por el bien de ella como por el suyo propio. Curiosamente, Estefanía escogió vivir como un hombre, y más tarde se casó en la iglesia, llegó a ser cabeza de familia y adquirió todos los derechos de un ciudadano varón. En lo que respecta a la ley, Estefanía había cambiado de sexo. Pero cuando murió, al tiempo que la viuda de Esteban exclamaba llorando junto al ataúd: «¡Ay, mi esposo!», la madre de Estefanía exclamaba: «¡Ay, mi hija!».5