Sosa también tenía buen ojo para los detalles etnográficos, y describía las diferentes costumbres y formas de vestir de los distintos grupos étnicos, los turcos, los moros y los hombres salvajes de tierra adentro, en su mayoría pastores bereberes. Incluso señalaba que las argelinas se teñían el cabello oscuro y se blanqueaban la cara, se ponían colorete en las mejillas y «con cierta confección que hacen de materiales muy negra, suelen pintar en los carrillos, barba y frente algunas señales». Por añadidura, una vez maquilladas con henna, las mujeres estaban siempre asistiendo a las bodas y a los banquetes que organizaban las anfitrionas durante todo el año; y, no contentas con bailar todo el día, seguían bailando hasta la madrugada. El marido —explicaba en tono de censura— debía estar pendiente de que su esposa regresase a casa. Pero Sosa, un clérigo cristiano, detallaba con entusiasmo las muchas formas en las que los herejes de Argel abrazaban la totalidad de los siete pecados capitales. Parece que le horrorizó particularmente, pero también le intrigó, el sexo anal, y contaba que después de que los imanes cometiesen el pecado de sodomía, con gran penitencia se lavaban en el mar y no en los baños públicos, y señalaba que «también, es causa para deshacer el matrimonio el ser el marido con la muger sodomita... y quando la muger demanda justicia al Cadí [que es el juez], sin hablar o dezir palabra, llegando delante del Cadí, toma su zapato, y lo pone delante de él, con la suela para riba [sic], significando que el marido la conoce al revés».