Si el tempo es una de las razones más musicales (y, por tanto, más profundas) para decantarse por una versión u otra, la carátula del disco es sin duda la más frívola. Pese a ello, las casas discográficas intentan una y otra vez atraer al comprador con reclamos visuales que van desde fotos absurdas con interpretaciones literales del título a exhibiciones grotescas de cuerpos femeninos pasando por rebuscados e inútiles juegos de palabras. Entre los señuelos visuales de naturaleza sexual se lleva la palma Lara St. John, una violinista canadiense que con el paso de los años ha ganado bastante peso y perdido bastante forma, pero que en sus años mozos tenía cuerpo de sobra para mostrar sus encantos sobre la portada de las Partitas para violín solo de J. S. Bach, donde se tapaba los pechos con su oportuno instrumento. Vanessa Mae, que también toca el lujurioso violín, ha llegado aún más lejos y en su disco de grandes éxitos luce palmito enfundada en unas bragas plateadas tras las que se adivina un escarpado monte de Venus. Por si no hubiera quedado suficientemente claro, Mae tapa sus orientales senos con las manos mientras mira al comprador poniendo cara de «ven aquí y fóllame». Ofra Harnoy, en su álbum de sonatas de Vivaldi, se abraza al violonchelo como una hembra en celo al macho que la está cubriendo. Janine Jansen yace extasiada en un salón de aires venecianos con el gesto lánguido de quien acaba de consumar satisfactoriamente el acto carnal. El cedé de Anne-Sophie Mutter con Las cuatro estaciones de Vivaldi es también espectacular desde el punto de vista erótico: la diva se deja retratar tendida sobre el suelo en apretados vaqueros y una camiseta negra que deja al desnudo brazos y hombros mientras mira al fotógrafo con expresión de «si tienes lo que hay que tener, ¡aquí te espero, gitano mío!». Aún recuerdo el paso de Anne-Sophie por Lo + Plus, el programa que presenté durante años con Fernando Schwartz, porque al terminar la entrevista le pedí que me firmara una foto publicitaria a tamaño natural en la que aparecía con su célebre escote «palabra de honor». La muy virtuosa (hay virtudes que matan) me dejó con la miel en los labios escribiendo «for Max, sweet dreams». Había captado que ella era mi oscuro objeto de deseo y con esas crueles palabras me comunicó que eso era lo que seguiría siendo el resto de mi vida: una quimera, un sueño dulcísimo. Sólo le faltó añadir «no se ha hecho la miel para la boca del asno». ¡Ay si me hubiese dado la oportunidad de aplicarle mis infalibles técnicas seductivas!