El contrincante de Mr. Pinkerton

El contrincante de Mr. Pinkerton

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Querido muchacho:

Quería contarte mi último caso para que aprendas lo importante que es esa cosa llamada honestidad. La mañana de Reyes, mientras saboreaba mi tradicional roscón, me exalté al leer en la prensa que la Baronesa de Borguen Güiza había sufrido un nuevo robo de sus apreciadas joyas. Esa señora siempre ha sido una buena clienta mía. Lo mismo investigaba casos de robos en su propiedad que seguía las andanzas nocturnas de su primogénito. Y es por eso que yo me esperaba una llamada suya para esclarecer este caso. Pero pasaban las horas y la llamada no llegaba, así que telefoneé a su ama de llaves y me confesó que la Baronesa había contado con otro detective, en concreto con el inefable Boris Arbeloa.

El cielo se me cayó encima al escuchar su nombre. Boris es de lo peor de la profesión. Un truhán, un bribón, un crápula con aliento de borracho de bar que lidia sus casos con malas artes y… lo que es peor, con muy buenos resultados. Acudí a la Asociación de Detectives Privados para interesarme por sus casos resueltos, y el porcentaje en casos de robos de joyas era abrumador: un 100%. Ningún mangante de guante blanco se le escapaba. Las joyas siempre acababan devueltas en manos de sus adineradas dueñas, y aquello se propagó de boca en boca, hasta llegar a la boca de la Baronesa Borguen Güiza, lo cual hirió mi orgullo sobremanera.

Estuve un día entero paseando por Madrid y pensando sobre esta cuestión. Debía hacer algo, ya que un detective sin casos de robos de joyas es como un aperitivo sin una buena copa de Jerez. Y fue al pasar por la Puerta de Alcalá cuando tuve una idea brillante… Pensé que la mejor manera de averiguar los métodos de resolución de sus casos era siguiendo al propio Boris Arbeloa. Llamé a Marga, la llevé a una tienda de Adolfo Domínguez y le pedí prestado un collar de perlas de gran valor a una buena amiga mía. Disfracé a Marga de señora de la alta sociedad y la bauticé como Lady Gibson. Me inventé incluso su pasado: una au-pair de Cuenca que fue a trabajar a casa de un Lord inglés y acabó casándose con él, pero recién separada inicia una nueva vida en España y acude a Boris para interesarse por la ola de robos de joyas, ya que ella posee varias de gran valor. El ínclito Arbeloa tomó sus datos, y Lady Gibson le hizo saber que mientras reformaban su mansión, se hospedaba en el Hotel Palace. Para que aquella farsa fuese lo más creíble posible, tuve que pedir muchos favores, muchacho. Por dos días me dejaron una suite en este gran hotel, en agradecimiento por un caso que les resolví hace años y que ya te contaré algún día, y allí se instaló la buena de Marga junto con un puñado de grandes imitaciones de joyas insertadas en la caja fuerte.

El plan estaba pensado de principio a fin: simularíamos el robo de una de esas joyas, Lady Gibson contrataría a Arbeloa y así yo seguiría sus pasos para averiguar su método… ¡o sus trucos! Fruto del buen ánimo existente, Marga y yo fuimos a cenar al restaurante del hotel, y allí reímos recordando anécdotas y saboreamos una exquisita perdiz al chocolate. Ella disfrutaba con su rol de Lady Gibson, e incluso protestó al camarero por el excesivo sabor a jamón de las croquetas de la casa. Tras la cena, acompañé a Marga a su habitación del hotel. Nada más abrir la puerta, nos quedamos boquiabiertos al ver que todo estaba tirado por los suelos. Fuimos corriendo a la caja fuerte de la habitación y… ¡las joyas habían desaparecido! Me acordé entonces de Melvyn Douglas en Ninotchka, salí al pasillo y grité: “¡El servicio de este hotel es horrible!

Muchacho, aquello me desconcertó en un primer momento, pero Marga me calmó y me hizo ver que no pasaba nada, que las joyas robadas eran falsas, y que se trataba de ver cómo resolvía el caso mi enemigo Boris Arbeloa. Lady Gibson le llamó histérica y éste acudió presto al hotel con dos de sus secuaces. Durante el interrogatorio, Arbeloa se mostró insoportablemente insinuante con Marga. No paraba de vanagloriarse y de mencionar su medalla de honor en la British Detectives Academy. Le intentó sacar incluso una cita, pero Marga estuvo de lo más altiva y arrogantemente despectiva. Le prometió que en menos de 48 horas sus joyas estarían de nuevo en sus manos, y fue entonces cuando empezaba mi turno de acción. El detective bribón salió como una bala del hotel y yo le fui siguiendo con peluca y barba postiza para no ser reconocido. Durante el trayecto hacia su despacho, Arbeloa no paró de reír y codearse con sus acólitos. El coche les dejó en la Gran Vía, y los tres se metieron en el Cine Callao para ver el último éxito de Hollywood. "Menuda manera de investigar un caso", pensé. Al acabar la película se fueron a sus casas y Arbeloa durmió plácidamente. A la mañana siguiente, el sinvergonzoso llamó a Lady Gibson y le dijo que… ¡había recuperado sus joyas! Aunque el ladrón se había escapado en el último momento.

Entonces lo entendí todo. ¡Boris Arbeloa robaba él mismo las joyas y después las devolvía! Haciendo creer, claro está, que era mérito suyo. Ya me extrañaba que la mitad de las veces los ladrones nunca eran detenidos, y la otra mitad, resultaban ser pobres de necesidad que se autoinculpaban, pues preferían estar un tiempo entre rejas a estar durmiendo en la calle. Por un instante dudé en llamar a la policía o no, pero decidí llamarle a él. Le cité sin dar mi nombre en una cafetería popular, y al verme se quedó perplejo. Me apiedé de él y le dije que no le iba a denunciar con una condición: que abandonase los casos de robos de joya. Así que delante mía tuvo que llamar a todas las señoras de la alta sociedad y decir que abandonaba los robos para centrarse en los escarceos extramatrimoniales. He de reconocerte, muchacho, que se me escapó más de una sonrisa al escuchar a mi ínclito enemigo rebajarse de tal manera. Al acabar todo este show, Arbeloa se levantó y me dijo: “Nos volveremos a ver, Pinkerton”. Y escupió en el suelo.

Muchacho, ya ves que en la vida hay que ser honesto, y a los sinvergüenzas siempre, siempre, siempre se les acaba pillando. Y si no, pregúntaselo a Maddock….
¡Saludos!

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