Cine en serie: "Lupin", el ladrón que todos llevamos dentro

Cine en serie: "Lupin", el ladrón que todos llevamos dentro

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Querido Teo:

Random House publicó en 2007 la última antología de los mejores relatos de Arsène Lupin, el ladrón caballero; tres años antes la gran pantalla lo resucitaba en una película con el francés Romain Duris y la inglesa Kristin Scott Thomas, la chica inolvidable de "El paciente inglés". Ahora le ha surgido un heredero nada menos que de Senegal, y su historia sigue funcionando con la misma brillantez que cuando lo inventó Maurice Leblanc en 1905.

Todo su arte se orienta en este caso hacia la resolución de una injusticia clasista, que se origina en la acusación a un chofer de un robo que no ha cometido y que lo lleva a la cárcel con una pena extraordinaria. El hijo del chófer no es otro que el niño que se convertirá en este Lupin de 2020, y que dispone de cinco capítulos para convencernos de sus habilidades, y ya ha firmado una nueva tanda de capítulos que llegarán en el segundo semestre de 2021.

La figura del ladrón de guante blanco, un caballero que hace del robo, siempre a personas pertenecientes a castas sociales superiores, un verdadero arte, producto de su astucia, simpatía e inteligencia, es toda una institución literaria y cinematográfica. Los antecedentes están en el cine francés de la época clásica, cuando la pantalla, entonces muda, ofreció las primeras aventuras de Arsène Lupin.

Prototipo del ladrón elegante, mundano, nada escrupuloso con los bienes ajenos, pero siempre galante con las damas, alcanzó fama y rebasó las fronteras y, apenas cuatro años más tarde de su nacimiento, Edwin S. Porter, un empleado de los laboratorios Edison que en 1902 ya había filmado "Asalto y robo de un tren", considerado no ya el primer western de la Historia del cine, sino la primera cinta con argumento, dirigió "Una aventura de Arsène Lupin".

Una de las más brillantes incursiones del personaje en el cine sonoro se produjo en la película norteamericana de 1932, donde John Barrymore encarnaba al caballero ladrón y su hermano, Lionel Barrymore, al jefe de policía que le quiere dar caza. En tiempos más actuales, Jean-Claude Brialy y Jean-Pierre Cassel encarnarían a los dos hijos naturales que en su día tuvo el legendario ladrón con una mujer de mundo y una sirvienta, en "Arsène Lupin contra Arsène Lupin" (1962).

Si queréis hacer un viaje a la psicología y las costumbres de principios del siglo XX, lo recomiendo porque es muy divertido, la aventura más adecuada de las veinte del personaje es "La condesa de Cagliostro", el paso a la madurez de Lupin, un thriller de época donde el ladrón cobra vida con todas sus consecuencias. Todo indica que el ser humano tiene una tendencia al robo muy curiosa, y hablo de personas que no lo hacen por necesidad sino por un oscuro placer. El mundo donde se aprecia más esta peculiaridad es el de los hoteles.

Mi admirado Manu Leguineche, que descansa ya en la paz de nuestras bibliotecas, tiene un libro estupendo con el título de "Hotel" y entre muchas otras cosas, cuenta esto: "Del Castellana Intercontinental robaron un piano. El director del hotel dijo a la prensa que lo hizo "una cuadrilla de mozos vestidos de transportistas que se presentaron en recepción preguntando por el piano. Dijeron que eran de la mudanza y que venían a recogerlo. Se lo llevaron, y adiós muy buenas, porque el piano no ha aparecido".

También del Castellana, el hotel preferido de John Wayne o Stevie Wonder, desapareció un jarrón chino de la dinastía Ming. A partir de ese robo colocaron precintos de seguridad en todos los objetos de la decoración. Del Palace, de la sala de lectura, "voló" una escultura de Benlliure bruñida de bronce: "Más fortuna tuvo en este mismo hotel", escribe M. J. Villamor, "un jarrón dorado [de más de 50 kilogramos de peso] que desapareció en su habitación". Lo encontró el personal de servicio en el tocador del cuarto. Hoy el jarrón brilla en la entrada sobre una lujosa mesa de mármol.

Debemos llevar, hasta Rockefeller, un Arsène Lupin dentro. Los hoteles italianos son quizá los más robados. Del Villa Medici de Roma se llevaron una loba capitolina de bronce de 50 centímetros de alta con plinto de mármol. Del corredor del Cipriani (Venecia) robaron un óleo del Settecento, luego una lámpara de Murano; del Sheraton de Roma centenares de fruteros, uno de los cuales apareció en otro hotel. Los directores de seguridad intercambian información, incluyen en sus ordenadores los nombres y direcciones de los "ratas" sospechosos. Hasta se han llevado los limpiazapatos automáticos.

El propietario del Regency de Florencia se refería a un irreductible cleptómano: "Era un barón belga muy conocido entre los hoteleros por ese vicio. Un día lo traicionó un hilo eléctrico que salía de su maleta. La camarera del piso se dio cuenta de que podía ser del aspirador que buscaba desde hacia dos horas. Del hilo salió el ovillo. Fue un juego de niños robárselo de nuevo antes de que volviera a su habitación". El director del Cipriani era un maestro en la estrategia del contrarrobo: "Una discusión con el cliente no merece la pena. Es humillante para las dos partes. Lo mejor es recuperar lo robado sin que lo note". Un famoso fotógrafo norteamericano trató de llevarse un vaso de la dinastía Ming; una conocida actriz intentó robar todos los objetos de la escribanía; en el Hilton de Milán debieron pedir que devolvieran un vibrador electrónico que faltaba del colchón de una suite.

Lo que ocurrió en un hotel de Anchorage, Alaska, fue muy sonado: un equipo de la televisión italiana se quedó con todas las pellizas que la dirección facilitaba en cada cuarto para defenderse del frío. Fueron detenidos por la policía en el aeropuerto cuando el avión se disponía a despegar. Por fortuna para los televisivos debieron restituir lo robado sin necesidad de más escándalo.

En un hotel de París el director decidió tomar el toro por los cuernos e incluyó en la cuenta el precio de dos albornoces que faltaban de una habitación. Al preguntar el señor huésped a qué se debía el sobreprecio, el director respondió lapidariamente: "Son los albornoces". El cliente pidió que abrieran la maleta. "Se han equivocado", dijo, "lo van a comprobar ahora mismo". Se abrió la maleta y se desparramaron por el suelo albornoces y toallas. El marido se dirigió hacia su mujer y, antes de que pudieran detenerlo, le arreó un soplamocos que casi la hace caer.

En Barbados, una rica señora tenía en su nombre y apellido las mismas iniciales de la vajilla de plata del Sandy Lane, el fantasmagórico hotel de la Trusthouse Forte. Era fiel cliente del hotel y del restaurante, tanto que llegó a intimar con el director, y tanto intimó que una noche lo invitó a su casa a una cena romántica. El sorprendido director comprobó una vez en la mesa que S. L. servía la cena con la vajilla del hotel. No faltaba un solo elemento del utillaje. La perdonó por su sinceridad. "¿Sabe?", se disculpó, "no lo he podido resistir".

Los directores de hotel ocultan o admiten a regañadientes estas "apropiaciones". Se las atribuyen a los "no clientes" pero las camareras y las doncellas saben la verdad. A un embajador suramericano tuvieron que regalarle el set de baño completo que se llevaba en la maleta. Los menos inclinados a llevarse cosas parece que son los norteamericanos, seguidos de los japoneses.

Las recepciones y fiestas en el Lido de Venecia, con el Agá Khan y Agnelli, el de la Fiat, entre otros invitados ilustres, desaparecieron del buffet quintales de cuchillos, posavasos, cucharones, platos, tenedores de todos los tamaños, servilleteros de plata. Pagó el seguro. Historias de robos de teléfonos de época y de frascos de perfumes caros salpican la crónica de sucesos después de fiestas suntuosas. "Habíamos comprado cinco mil cálices de cristal de Bormioli", se lamentaba el organizador de una fiesta en Milán. "Al final tan sólo quedaron cuatrocientos cincuenta. Si no se les descubre con las manos en la masa es mejor no menearlo. El cliente siempre tiene razón, incluso cuando roba..., siempre que sea rico y fiel a su hotel".

Carlos López-Tapia

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