Cine en serie: “Quiz”, entre la suerte y el escándalo

Cine en serie: “Quiz”, entre la suerte y el escándalo

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Querido Teo:

“Quiz” se ha convertido en uno de los estrenos seriéfilos del 2020 más gozosos, adictivos y entretenidos, cosa nada fácil en los tiempos que corren. Esta miniserie británica de 3 capítulos se adentra en el escándalo que rodeó al concurso “¿Quién quiere ser millonario?”, un formato muy popular a finales de los 90 y primeros 2000 que nació en la ITV británica y que poco después tuvo réplicas en el resto del mundo siendo muy conocida la versión española, en la que la ceja levantada del presentador Carlos Sobera era un personaje más, y sirviendo también de escenario para la oscarizada “Slumdog millionaire” (2008). La recreación de esta sátira tan auténtica está dirigida por Stephen Frears y ya puede disfrutarse en Movistar+.

La serie creada por James Graham no se adentra sólo en la creación y maquinaria del concurso sino que va más allá a partir de los hechos acaecidos en 2001, coincidiendo en fechas con los atentados del 11-S y esa sensación de shock mundial, adentrándose en un poco conocido hecho real que llevó a juicio al concursante Charles Ingram, Mayor del ejército, y su mujer, Diana, acusados de fraude al ganar el millón de libras, premio máximo del concurso por acertar, con la tensión psicológica que generaba el mismo, la opción correcta entre las cuatro ofertadas de las 15 preguntas. Precisamente el ser una historia poco convencional, y por muchos desconocida, es el gancho perfecto para el espectador aunque la serie presente tres actos claramente diferenciados en cada uno de los capítulos y en los que, con sus consabidos flashbacks, se va más allá de la premisa inicial.

En primer lugar nos encontramos a una ITV a la sombra de la BBC, la gran generadora de audiencias de la televisión británica y símbolo nacional, siendo una cadena privada que intenta llevarse su parte del pastel, lo que consigue con la entrada de un nuevo Director de Programación que confía en el formato de concurso que le proponen unos productores de la cadena allá por 1997, momento en el que quieren recuperar (como se ha demostrado con el entierro de Diana de Gales) la televisión como acontecimiento colectivo. Algo en principio tan simple como un modelo de preguntas y respuestas que tiene como baza esa atmósfera que consigue entre comodines, la interacción del público, la ansiedad en el rostro del concursante y el carisma algo excéntrico del presentador siguiendo la senda de la pasión por este tipo de juegos tan populares en los pubs ingleses desde la década de los 70.

Un “¿Quién quiere ser millonario?”, que tras cambiar a su nombre definitivo debido a un poco satisfactorio piloto, pronto se convierte en un éxito de audiencias superando la decena de millones de espectadores en una época en la que ésta todavía no estaba tan fragmentada y aún había formatos novedosos por explotar. Un concurso diario que llega a fenómeno, en su momento álgido fue visto por un tercio de la población sumándose a éxitos de la cadena como “Pop Idol” y “Principal sospechoso”, creando una gran adicción no sólo en los espectadores sino en esos devotos de los mismos que martirizan a sus familiares con su obsesión por ello tejiendo incluso una red de colaboración clandestina entre conocidos y otros fans en la que también hay mucho de lucha de clases en el intento de una clase trabajadora, heredera de las políticas de Margaret Thatcher, que tiene la oportunidad, por una vez, de soñar a lo grande.

Las reglas están para cumplirlas pero siempre está la tentación humana de explorar los terrenos de la alegalidad y las posibles fricciones que éstas pueden tener, circunstancia que aprovecharán algunos para intentar acceder al concurso (algo que ante la gran demanda sólo parece al alcance de unos elegidos) lo que llevará primero al cuñado y después a la mujer de Ingram, que junto a su suegro son fans de todo tipo de concurso, a sentarse en la silla de concursante. Una espiral que terminará llevando al propio Ingram, un buenazo tan noble como algo tontorrón, a concursar y a ser parte de una red logística realmente trabajada e impactante para intentar no sólo salvar el honor de sus familiares sino para llevarse el premio gordo, más todavía cuando tanto para su mujer y su cuñado casi les ha salido más caro participar en el concurso (ante todas las llamadas y gestiones que han tenido que hacer para poder entrar) que lo que reciben finalmente como recompensa pecuniaria.

La participación de Ingram es la que nutre a un segundo capítulo vibrante y que logra que el espectador recupere, con el recuerdo de la ya mítica sintonía del concurso compuesta por Keith Strachan y la bajada de luces, toda la emoción que despertaba el mismo y que lo convirtió en un éxito mundial, entre otras cosas por retratar las emociones y sufrimientos de los que allí formaban parte. Es ahí cuando la serie crece con lo que se vive entre bastidores y en una actuación, desarrollada a lo largo de dos noches, que lleva a sospechar a la organización ante la sorprendente y nada disimulada progresión del que no piensan más que es un botarate más de clase media que no llegará muy lejos en el concurso. Una intriga que va “in crescendo”  y que se aprovecha de los recursos de ficción para darle mayor lustre abandonando las concesiones más encorsetadas de una pura recreación pero utilizando éstas a favor como la labor de la regidora, los murmullos del público, el ajuste de micrófonos o la pausa de publicidad antes de responder a la pregunta definitiva. Es ahí donde “Quiz” vuela alto, casi como una experiencia interactiva para el espectador que se aprovecha del desconcierto de lo que se cuenta y de la nostalgia del que fue una vez espectador del mítico programa.

El que este concursante con pocas luces se lleve el premio gordo, algo inesperado por todos ante su falta de seguridad, largas divagaciones y comentarios ramplones a la hora de responder las preguntas, llevará a un dilema abierto que se transmite también al espectador en el tercer y último capítulo en el que se produce el juicio, siendo acusados el matrimonio Ingram junto a un presunto cómplice, Teckwen Whittock, que padece tos crónica, aprovechándose en principio de ello para que les señale la respuesta correcta, de "un atraco televisado" consistente en hacer trampas y robar un premio que no ha sido ganado en buena lid, y en el que más que a unos aprovechados lo que vemos es a unas víctimas acorraladas por su propia nueva fama y las consecuencias que el juicio y la presión de la cadena y de los medios sensacionalistas lleva a afectar a ellos y a su familia en una época previa a la aparición de las redes sociales.

Stephen Frears parece cada vez más cómodo en la pequeña pantalla ya que sus últimos trabajos han sido para televisión, “A very english scandal” (2018) y uno de los capítulos de “La voz más alta” (2019). Frears imprime un ritmo ágil y dinámico que lleva a que la información no aturulle y que el interés del espectador esté siempre en alto tanto en los entresijos televisivos de un concurso de este tipo, y las presiones por las audiencias, la cotidianidad familiar trastocada por esta fama forzada y también ese halo de fascinación que tiene el juego y el azar en determinadas personas que llevan casi a empeñar su vida por conseguir el premio y, en parte, encontrar una manera de vibrar frente a unas existencias anodinas. Paradójicamente los británicos nunca vieron la victoria televisiva de Ingram ya que la grabación fue archivada antes de emitirse cuando surgieron las sospechas de fraude.

La pieza teatral de James Graham de 2017 ha tenido versión televisiva y no sólo hay que agradecérselo a la labor de Frears sino a unos actores entregados como los ahora muy en boga Matthew Macfadyen (“Succession”) y Sian Clifford (“Fleagab”), en la piel del matrimonio Ingram, reforzados por rostros habituales de la industria británica destacando especialmente a Mark Bonnar (“Line of duty”) como Paul Smith, el productor que crea el concurso y que se toma este caso como algo personal, Helen McCrory como la aguda abogada defensora de la pareja, capaz de desmontar con absoluta facilidad cualquier argumento de culpabilidad hacia sus clientes y, especialmente, un Michael Sheen que disfruta en la piel del teñido, bronceado y petulante presentador Chris Tarrant que, a pesar de ser parte del programa y apoyarse en una fachada de escepticismo, confía en la buena fe del atribulado Mayor del ejército británico que no es más que un enamorado del medio (a pesar de su desconocimiento sobre la popular serie "Coronation Street") como demuestra en la ensoñación que le lleva a bailar con su mujer y el propio Tarrant el número musical Who wants to be a millionaire de Cole Porter.

“Quiz” es una propuesta adictiva que da mucho al espectador en sus apenas tres horas de metraje creándole preguntas y sin necesidad de cerrar tramas cuestionando las actuaciones y motivaciones llenas de grises de cada uno de los implicados. Desde una red de fans que tiene como único propósito dinamitar el concurso desde dentro en su propio beneficio, hasta las presiones por parte de una cadena que es incapaz de reconocer las imperfecciones de su modelo falseando en parte las pruebas a su conveniencia, así como una pareja en cierta manera ambigua y que no se sabe muy bien si tejieron un “modus operandi” infalible para esa noche o simplemente tuvieron una borrachera de suerte. ¿Y si al final no fueron más que víctimas de una corriente ficticia generada por la cadena consistente en contrastar la versión que éstos habían creado para curarse en salud? En todo caso, ITV no sólo sufrió que el espíritu positivo del programa se fuera al traste con este juicio sino que arruinó la vida de una familia basándose más en la sospecha que en las pruebas concluyentes.

Los Ingram siguen peleando por su inocencia 17 años después en un caso todavía vivo que ahora se recrea mostrando de lo que es capaz el ser humano, no sólo en lo referente a su atracción por el juego, el dinero y el poder, sino por el hecho de que una misma realidad se observe desde el prisma, marcado por el prejuicio y el predeterminismo, del que mira llevando incluso a que una serie de toses sean consideradas o bien una casualidad o una medida artimaña. Todo en una época en la que la justicia ya se concibe como un espectáculo en el que no se está sólo a merced de la interpretación de un jurado sino de una opinión pública que estigmatiza en base a lo que esté dispuesta a creer. En todo caso, “Quiz” se ha convertido con vibrantes tres capítulos en un título que garantiza entretenimiento y reflexión siendo una de las revelaciones de la temporada y que se erige también como retrato cínico de nuestra sociedad en la que parafraseando a Picasso: “Sabemos que el arte no es verdadero; el arte es una mentira que nos hace ver la verdad”.

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Nacho Gonzalo

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