Cine en serie: “Successión”, el poder como adicción

Cine en serie: “Successión”, el poder como adicción

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Querido Teo:

"Succession" se ha convertido con el paso de los meses, y subrayado por el confinamiento, en la serie de prestigio del momento y que es imprescindible en cualquier listado de recomendaciones. Y es que, tras varios años, HBO ha encontrado lo que tanto persiguió en la era de "Mad Men", el drama adulto y con poso. “Succession” es a HBO lo que la serie de los publicistas fue para AMC, título que fue ganando aura crítica con el paso de las temporadas. Y es que, no nos engañemos, "Juego de tronos" se ha movido en otra liga, nada desdeñable por otro lado, pero que entronca más con el fenómeno popular que con el valor de la crítica. Con sus dos temporadas “Succession” se ha convertido en la actualización del drama shakesperiano en forma del afán de poder vivido en un gran imperio empresarial y familiar.

No hemos podido dejar de caer en la comparación obvia y es que es muy difícil no comparar a “Succession” con la obra del dramaturgo inglés. Una serie que atrapa, engancha, sorprende y escandaliza por ese tono de glamour que impregna a unos personajes sinuosos y de más oscuros que claros en su moralidad que se mantienen en la superficie a costa de tácticas que emergen desde las más profundas bajezas humanas. La serie creada por Jesse Armstrong (nominado al Oscar 2010 por el guión de la sátira “In the loop”) está producida por Will Ferrell y Adam McKay, siendo éste último responsable del episodio piloto.

La familia Roy controla uno de los conglomerados de medios y entretenimiento más grandes del mundo que engloba cadenas de televisión, medios y parques de atracciones en una estructura piramidal comandada con firmeza tiránica por Logan Roy (Brian Cox), magnate, hombre déspota hecho a sí mismo y que no esconde su pulso férreo hacia el exterior y sus convicciones conservadoras y de trato dictatorial con su familia y colaboradores. Waystar Royco es la empresa cuya imagen vive de los éxitos del pasado en una estructura y unas formas tan fosilizadas como las de, por otra parte, un carismático Logan que, a pesar de sus maneras, sabe sacar ese encanto de serpiente sinuosa con persistente mano de hierro en los negocios pero que se resiste soltar el cetro de mando a sus 80 años y a pesar de un reciente ictus.

Una personalidad arrolladora que, a pesar de apelar siempre a la familia, no ve temblado su pulso cuando es hora de soltar lastre incurriendo en daños colaterales aunque afecten a los de su propia sangre como sus cuatro hijos, Kendall (Jeremy Strong), Roman (Kieran Culkin), Shiv (Sarah Snook) y Connor (Alan Ruck). Si bien los dos últimos han intentado hacerse un futuro alejados del conglomerado empresarial, aunque el apellido Roy les abra todas las puertas, son Kendall y Roman los que más viven en primera persona el día a día de trabajar con su padre así como con sus estrechos colaboradores y los siempre temidos accionistas generándose, entre ellos, una rivalidad que se mueve entre la máxima freudiana de “matar al padre” con la continua necesidad de reconocimiento y palmada en la espalda por parte de Logan, más teniendo en cuenta que a nivel personal no son más que dos parias fetichistas, llenos de adicciones, inestables emocionalmente y rotos en su interior a pesar de la fachada de triunfadores despreocupados o de ingeniosos desengrasantes para cualquier situación en la que reine la tensión.

Alternándose los momentos de guerra y paz dentro del seno de la compañía, “Succession” se mueve en el continuo juego de poder y refrendo de lealtades fruto de la ambición pero también del desengaño y el revanchismo. Y es que Logan, que aunque no lo diga abiertamente con sus actos deja claro que se resiste a soltar el mando, embauca a sus propios hijos prometiéndoles una sucesión que nunca llega y que va cambiando en preferencias a la hora de definir al “heredero”, para desesperación e inseguridades de éstos. Y es que el elegido se hará cargo de un imperio cuantioso pero quizás con una imagen ya demasiado dañada, entre escándalos que se intentan tapar y un pasado demasiado largo y conflictivo, para que no suponga en verdad una definitiva losa por mucho “lavado de cara” que se pretenda hacer con la compañía en el futuro.

El que peor lo lleva es un Kendall que se tiene como el “heredero natural” y que, tras en teoría ser preparado para ello, la sed de poder cuando se empieza a intuir o acariciar, y el intento de dar estabilidad a la compañía ante la presión de los socios por el devenir de las actuaciones de Logan (así como su ictus), le llevan primero a intentar desbancarle en la Junta buscando alianzas entre los socios para una moción y después a impulsar una OPA en la sombra en el final de la primera temporada. Kendall, un ex adicto separado de su mujer y con dos hijos, ve como su falta de experiencia ante el viejo zorro que es su padre le llevará a fracasar en ambos intentos más cuando el dinosaurio renace de sus cenizas y no está por la labor de asumir que su hora ya ha pasado.

Y es que es muy interesante como “Succession” se adentra en ese sentimiento que cala en muchas empresas y directivos de la vieja escuela que se niegan a que su criatura, su legado, pase a manos de otros aprovechándose de la inseguridad que siempre genera para los demás agentes económicos del entorno cualquier inestabilidad o cambio. Logan es un rey Lear que no termina de confiar en ninguno de sus hijos, así como en sus colaboradores más fieles, y los maneja a todos según su interés sin ningún atisbo de humanidad como en dos momentos de la segunda temporada; una esa reunión de convivencia para decidir la adquisición o no de la empresa Pierce y que acaba en juego macabro durante una cena y con la metáfora del jabalí al suelo como protagonista (2x03), y por otro lado la conversación con el personaje de la asesora externa Rhea Jarrell (Holly Hunter), enlace en las negociaciones con Pierce, cuando le pide consejo a la hora de decidir cuál de sus hijos es el más idóneo para el puesto (2x08).

En la serie vemos escenarios habituales en el mundo empresarial de alta esfera como el arribismo del día a día, jets privados, los cursos de capacitación, las reuniones maratonianas, las jornadas de convivencia (en mansiones o en cruceros) para que emerjan ideas y ambientar decisiones trascendentales, o las partidas de póquer en forma de negociación en la que el otro no tiene que ser sabedor ni de las cartas que tienes ni de tus verdaderas intenciones. Es un juego al que no escapa ni Roman, a pesar de que todos los vean como un niñato pirado que siempre que habla ve subir el pan de la escatología, ni Tom (Matthew Macfadyen), pusilánime pareja de la hija de Logan, Shiv, que fagocitado por el aura de poder que desprende la familia da el llamado “braguetazo” mientras que martiriza sádicamente, aunque se vea por otra parte como tándem tragicómico de la serie, al primo Greg (Nicholas Braun), nieto del ermitaño hermano de Logan que ha viajado a la gran ciudad en busca de un futuro mejor para pillar algo de cacho en la gran tarta empresarial de su tío abuelo.

Y  es que “Succession” es el reflejo de que el poder atrae a las personas como la rica miel a las abejas y les convierte no sólo en monstruos sino en adictos al mismo. Incluso los devaneos de bohemio rico y medioambiental de Connor, el primogénito de la dinastía, o los intentos de Shiv por que se le valore más allá de su apariencia de fingida y aparente seguridad en sí misma como asesora política, no les priva de quedar exentos del radio de acción de un Logan que, a pesar de ser todos conscientes de que es un mentiroso compulsivo y un manipulador, saben que es el que les ha conseguido (a través de carreras, masters y logros profesionales) su estatus, cuenta corriente y la visión que tiene el mundo de ellos, siendo todo gracias a él. A un Logan y un sistema que ha convertido a sus hijos en dependientes de sentirse invulnerable, rico y con la capacidad para hacer que los demás hagan lo que uno quiere. Adictos de un emporio que aborrecen y desean a partes iguales.

Los personajes de “Succession” son tan despreciables como adictivos y mucho se ha hablado ya de cómo el espectador empatiza con ellos a pesar de sus praxis e incluso apela a su salvación cuando se ven con el agua al cuello. Es mérito de un guión férreo con diálogos y réplicas que respiran ese tono de sátira británica que tan bien conoce su creador, un ritmo ágil, dinámico y cortante, y unos actores que se han sumergido de lleno en sus personajes sacando todo el petróleo posible a la personalidad y aristas de cada uno de ellos. Un juego de miradas que va desde la furia, la venganza, la rabia, el desvalimiento o el patetismo entre zarpazos físicos, metafóricos y dialogados llenos de crueldad siempre en una permanente línea no sólo moral sino que es fruto de unos acontecimientos en los que cualquier movimiento personal, económico, accionarial o mediático puede terminar con la torre de marfil, a la postre la mayor miseria para el que es poderoso.

“Succession” abraza el tono de culebrón elevado y es que la serie de HBO no es más que el remozado estilizado y contemporáneo de las populares "Dinastía" o "Dallas" llevando al extremo la tendencia de la narrativa actual que radica en la figura de un antihéroe identificable a pesar de centrarse en el llamado 1% de la población, aquel que divisa a los demás desde su trono con preocupaciones ajenas a la realidad social y que se traducen en el caso de éstos en sólo una, el tener el dinero como condena, la codicia como estímulo y el poder como droga llegando a momentos de auténtico magisterio.

Es el caso de Kendall atrapado en el tráfico y que tiene que comparecer por teléfono casi sin resuello ante la reunión que pone en jaque la posición de su padre, la despedida de soltero de Tom que no es más que la manera de tejer una red de contactos para el siguiente golpe en la mesa, la tensa cena entre los Roy y los responsables de la televisión intelectual y progresista a la que intentan absorber disputándose el control por la línea editorial, o ese yate en el que se desarrolla el último capítulo de la segunda temporada y dónde se tiene que decidir que cabeza ofrecer en bandeja como precio para evitar el escándalo de #MeToo relacionado con la línea de los cruceros de lujo que oferta la compañía tras una vista judicial por parte del Senado que les pone en su momento más crítico de cara a la opinión pública.

Cualquier atisbo de inocencia acaba diezmado ante semejante fauna en la que la integridad va a la baja si quieres progresar en el escalafón como le pasa a un Greg que ha ido abriendo los ojos ante su visión inicial y que ya sabe tanto cubrirse las espaldas como apreciar el valor del dinero fácil y el estatus conseguido. No obstante, siempre quedarán momentos como el de Kendall que es incapaz de mirar a los ojos a los padres del chico del incidente con el que terminó la primera temporada de la serie y que puso sus intenciones de OPA al descubierto. Un Chapaquiddick 2.0 que demuestra la pericia de los guionistas que han asimilado algunas de los episodios de la serie con sucesos históricos o costumbres habituales en la dinámica empresarial y que va desde los campamentos de verano para ejecutivos o la terapia de grupo a la que acude Logan y y sus cuatro hijos a un rancho de Nuevo México, práctica que han llevado a cabo familias como los Murdoch que, indudablemente, en cierta manera son el referente del conglomerado formado por los Roy en la ficción.

“Succession” es la mejor colocada para hacerse con el Emmy 2020 a la mejor serie de drama después de que por la primera temporada sólo pudiera hacerse con el premio al mejor guión por el capítulo final, el desarrollado durante la boda en Inglaterra. Los Globos de Oro 2020 sí que le brindaron el premio a la mejor serie de drama y al mejor actor en serie de drama (Brian Cox). Una serie de prestigio y de calidad que inundada por la música de Nicholas Britell, tan elegante como inquietante, incluso con rap dedicado al patriarca en la segunda temporada, es una muestra más de la fascinación en forma de rebeldía catódica tanto hacia los poderosos y sus miserias como a las ambivalencias de un capitalismo tan criticado como impregnado de una hipnótica erótica del poder.

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Nacho Gonzalo

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