Cine en serie: "The crown", la necesidad de afecto y de sentirse valorado

Cine en serie: "The crown", la necesidad de afecto y de sentirse valorado

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Querido Teo:

"The crown" ha animado a muchos estas semanas de pandemia y frío con una cuarta temporada que cierra ciclo ante su próximo relevo generacional. Si en la primera y segunda temporada veíamos a una Isabel II que se encontraba con la responsabilidad de sopetón, teniendo que lidiar con sus inseguridades y con el desdén de los hombres canosos a su alrededor, en la tercera era el turno de una reina asentada, madura, protocolaria y estable, tanto en su cargo como en su matrimonio, a pesar de su incapacidad para sentir y conmoverse tanto en lo referente al sufrimiento de su pueblo como a las preocupaciones de su hijo Carlos. La cuarta temporada de “The crown” ha vuelto a demostrar porque es de lo mejor de la televisión actual y la mejor imagen de marca de calidad para Netflix. Con todo merecimiento ha conseguido por esta temporada 6 nominaciones en los Globos de Oro, 5 en el Gremio de Actores (SAG) y 6 en los Critics'Choice (BFCA).

“The crown” ha tenido un marcado carácter femenino esta temporada con la incorporación de dos personajes que han construido su propia esfera de poder al margen de la reina fomentando, además, el carácter coral de la propuesta en la que se nos presenta a una Isabel II (Olivia Colman) que da aire y lustre tanto a la institución como justificación de ser de todos los que la rodean, algo que ya tiene asumido un Felipe de Edimburgo (Tobias Menzies) mucho más cómodo ahora en su papel de hombre en la retaguardia tras su espíritu díscolo y aventurero de juventud.

Por todo ello, la sombra de la reina está presente (incluso cuando no está físicamente) pero no de manera apabullante, cobrando protagonismo los sentimientos e inseguridades de personas que la rodean y que, en realidad, sólo buscan su afecto, valoración y el sentirse importantes ante ella.

Margaret Thatcher fue la primera mujer nombrada primer ministro del Reino Unido (desde entonces sólo Theresa May ha seguido su estela) y la cuarta temporada de “The crown” se ubica cronológicamente desde el principio hasta el fin de su mandato durante los 11 años que van de 1979 a 1990. La arrolladora y excéntrica personalidad de la política conservadora la convertía en todo un valor añadido para que la serie pudiera centrarse en ella como ya ocurrió con el Winston Churchill de la primera temporada y ante el papel menos influyente del resto de políticos que gobernaron el país entre uno y otro.

Gillian Anderson ha recibido encontradas opiniones ante su interpretación entre los que consideran que capta la esencia del personaje, una vez vistas imágenes reales de Thatcher, y los que opinan que se deja llevar por la parodia. Para el que esto escribe la actriz está estupenda convirtiéndose en uno de los alicientes de la temporada y logrando humanizar a la persona que hay detrás de una figura denostada por el paso del tiempo y fruto de una década de los 80 llena de precariedad, división social y falta de trabajo en la que sus políticas tuvieron mucho que ver.

Siempre apoyada por su abnegado y comprensivo esposo Denis Thatcher (Stephen Boxer), que no duda en decir con esa ironía tan británica que el país está ahora en manos de dos mujeres menopáusicas con todo lo que ello conlleva, Margaret llega al cargo con la intención de darle un vuelco a su país asentando su liderazgo en el poder tras considerar que las políticas de los laboristas en los últimos cinco años, siendo primeros ministros Harold Wilson primero y James Callaghan después, han llevado al Reino Unido a una pérdida de credibilidad y de posicionamiento internacional. Por ello no dudará en cortar cabezas entre los miembros de su gabinete que no están comprometido con ella y que, entre el machismo y el desdén, no dudan en hacer público su descontento y en poner en cuestión la capacidad de la política.

Aun así la dama de hierro denota cierta fragilidad y conecta con el espectador con un guión que no duda en resaltar su inseguridad y miedos. Thatcher se nos presenta como una estudiante modelo que fue el ojo derecho de su padre y que ha ido progresando en la vida con el único fin de hacerse un nombre en un mundo de hombres y demostrarse a sí misma su valía y que los demás pueden sentirse orgullosos de ella, a la postre algo no muy diferente a lo que ha ocurrido con la reina.

Eso no impide que desconozca los protocolos ya que detrás de la política está sobre todo la mujer, madre y ama de casa que en el capítulo 4x02 pasa unos días de vacaciones en Balmoral, invitada por la familia real como es tradición, sin la ropa adecuada y más preocupada por todo el trabajo pendiente que ha dejado en Londres que por dejarse llevar por las jornadas de caza, banquetes y juegos con los que se entretienen los Windsor. Un test que ella no superara y que demuestra que la reina y ella pertenecen a dos mundos que no se entienden entre sí, uno marcado por el esnobismo y otro más terrenal pero también incapaz de generar algo cercano a la empatía.

Una cercanía que se trasluce cuando en el capítulo 4x04 llega a plantear a la reina cuál es su hijo favorito después de que Thatcher no dude en una de sus audiencias en definir así a su hijo, Mark, el cual ha desaparecido en una expedición automovilística. Una franqueza que nos lleva al hogar de una mujer, alejado del glamour del poder, que entre pucheros y asuntos mundanos no deja de mostrar que todo su mundo gira en torno al frívolo de su hijo frente al papel de segundona que lleva a cabo su otra hija, Carol, precisamente personaje que interpretó Olivia Colman en “La dama de hierro” (2011).

Ello llevará a uno de los mejores capítulos de la temporada cuando, retada por su marido, la reina se proponga descubrir quién es su hijo favorito entre los cuatro que tiene, entrando en escena tanto Andrés como Eduardo, aquellos con los que Carlos y Ana, los hijos mayores de Felipe e Isabel, no dudan en molestar calificándolos como “el equipo B”.

La relación entre la reina y la primer ministro tiene sus fricciones a lo largo de la temporada a pesar de ese respeto y el reconocimiento de que tanto la una como la otra hacen lo que hacen ante el gran sentido del deber que atesoran y el amor que profesan a su país. Un choque de egos que explota en el 4x08 en el que ambas se enfrentan por el papel de la Commonwealth en una convención llevada a cabo en Sudáfrica, momento en el que uno de los objetos de orgullo del reinado de Isabel se ve saboteado por una Thatcher que considera que esto no es más que una pérdida de tiempo y que el papel internacional del Reino Unido tiene que estar en otra liga, ganando estratégicas batallas como la de isla de las Malvinas, y no junto a países pobres o en desarrollo cuyos lazos están cogidos por los pelos.

Aun así, eso no impedirá, que ambas como mujeres sepan convivir con esa tensión política, los conflictos semánticos y con su diferencia de caracteres y mundos a los que pertenecen haciendo prevalecer por el bien y la estabilidad del país lo que realmente les une, mucho más que lo aireado por una prensa siempre dispuesta a sacar punta no pudiendo permitirse ni unos ni otros que se propague la idea de unas malas relaciones entre el Palacio de Buckingham y Downing Street.

Por supuesto el otro vértice de la temporada no ha sido otro que el formado por Carlos (Josh O’Connor) y Diana (Emma Corrin). Comenzamos una cuarta temporada con un Carlos que deambula tras verse obligado a distanciarse de Camila (Emerald Fennell), su verdadero amor, ante las presiones del entorno de su familia y teniendo una serie de relaciones esporádicas, entre ellas la hermana mayor de Diana, una joven de espíritu libre e inocente que vive en Londres en un piso compartido y que trabaja en un colegio.

Más que flechazo la fragilidad de ambos es lo que termina atrayéndoles siendo para Carlos la mejor opción para cumplir el expediente de pasar por el altar y asegurar la continuidad de la corona. Si bien ella queda atraída por ese nuevo mundo que le plantea Carlos, resolviendo los envites iniciales con desparpajo y carisma, él no puede evitar de pensar que, a pesar de todo, van abocados al desastre al no haber amor de verdad en esa relación.

Diana pasa el test de Balmoral (cosa que no pudo decir Margaret Thatcher) ayudando a Felipe a hacerse con un ciervo herido que ha traspasado las tierras de la corona, encontrando complicidad en su futuro suegro por el hecho de que él siempre haya sido considerado un extraño dentro del engranaje de la familia Windsor. Todo ello, y la conversación de Carlos con su madre, le empujará a ir adelante con el compromiso de boda confiando en que el amor llegará como así ocurrió con su bisabuelo, el anterior príncipe de Gales, que también mantenía un amor fuera del matrimonio.

La soledad de Diana en el Palacio de Buckhingham durante un viaje de Carlos cuando están comprometidos, época que se aprovecha para instruirla pero separada del resto de miembros de la familia real que no hablan con ella ni por teléfono, los episodios de trastorno alimentario y las discusiones llenas de amargura van erosionando una pareja que, como bien aventura Margarita, nunca será feliz ante el hecho de la recurrente tradición de la familia real por forzar matrimonio que sólo generan desdicha.

Algo que ya se vislumbra cuando la música de “La traviata” actúa como leitmotiv en el 4x02, ejemplo operístico de amor desdichado y trágico que ven ambos representada y que vuelve a sonar cuando esa cabeza de ciervo cazado se une a la nómina de trofeos de caza en Balmoral, una metáfora de lo que es ser prisionero en un mundo asfixiante como así ocurre de nuevo en el capítulo final en el que la conversación entre Felipe y Diana, y la posterior sesión de fotos, evidencia que ella ya ha dejado de ser de los suyos.

Todo después de las nada disimuladas vidas separadas y paralelas que viven Carlos y Diana con otras personas ante su falta de conexión, intereses diferentes, algún desliz ante la prensa de sus desencuentros y el hecho de que el heredero no pueda soportar la forma de ser de una “princesa del pueblo” que conquista allá donde va, a pesar de su evidente infelicidad, metiéndose en el bolsillo a todos.

Es lo que ocurre cuando eclipsa con todo su encanto a Carlos durante la gira australiana que lleva a cabo la pareja (4x06), y que gracias a ella termina haciendo naufragar los intentos nacionalistas de desprenderse de la influencia de la corona, o en un hospital para pobres en Nueva York en su primer viaje oficial en solitario (4X10).

La envidia y la inseguridad invade a un Carlos pusilánime que, por mucho que manifieste su desamparo e intención de poner fin a lo que define como “una grotesca farsa”, tampoco puede hacer mucho ante el hecho de que su madre no le va ayudar en ello porque la institución está por encima de todo, aunque ello lleve la infelicidad a los que la rodean alentando a la pareja a que se dejen de tonterías y de miradas afligidas y que asuman la posición que ocupan.

Un Carlos que sabe que todo ha terminado, a pesar de la “tregua” australiana, cuando en una gala de cumpleaños del príncipe Diana aprovecha para felicitarle el bailando al ritmo de Uptown girl de Billy Joel, frente al clamor del público, o cuando Diana sigue queriendo levantar el matrimonio en la reunión privada que mantiene la pareja con Isabel y Felipe y en la que Carlos no es escuchado simplemente porque no interesa lo que tiene que decir. Una Isabel que, al igual que en la tercera temporada, vuelve a mostrar su ausencia de sentimientos con los suyos y su especial habilidad para mirar a otro lado a pesar de lo evidente que es que las iniciales miradas inocentes entre Carlos y Diana han pasado a ser de mero desprecio.

La temporada no ha dejado mucho espacio para otros personajes a los que se les podía haber sacado más partido como es el caso de Felipe, que ha sido más consorte, apoyo y apostillador que nunca, una reina Madre (Marion Bailey) siempre demasiado anecdótica y una Ana (Erin Doherty) que ha visto traducida su rebeldía juvenil en réplicas que piden mármol hastiada de su vida y centrada, sobre todo, en sus caballos y en el hecho de aceptar de que es a todos luces “la segundona”.

En el 4x01 cabe mencionar la presencia de Lord Mountbattem (Charles Dance), el “abuelo oficioso” de Carlos que es con el que más se sincera pero también del que más se siente decepcionado cuando éste vira hacia los intereses de la institución. Un capitulo que logra reflejar, en uno de los escasos momentos de la temporada, la tensión política y social provocada por las actividades del IRA en un desarrollo a tres tiempos que juega con la tensión hacia la tragedia que tiñe de luto a la Casa Real.

La que no ha dejado de poder tener un capítulo dedicado a ella es Margarita (Helena Bonham Carter), uno de los personajes más apreciado por los fans durante las cuatro temporadas de la serie. Aunque es verdad que el personaje ha pasado a tener una presencia muy de soporte frente a las primeras temporadas, siempre que Margarita entra en escena atrae la atención de todos. No sólo por el hecho de mirar con desdén las metidas de pata de Diana, o aventurar que ese matrimonio no tiene ningún futuro, sino el hecho de seguir pidiendo paso y protagonismo para ser algo más que un objeto decorativo.

En el 4x07 asistimos a un recital por parte de Bonham Carter en un capítulo dedicado a ella en el que vemos como ya no es la estrella de las fiestas, su vida social languidece de manera patética y la salud le hace mella fruto de una vida de excesos. Más cuando se sigue sintiendo arrinconada por la familia cuando el príncipe Eduardo cumple 21 años y le hace bajar un escalón más dentro de la jerarquía real, y por una hermana que no le da “trabajo” para sentirse entretenida y valorada, algo que le llevará a plantearse su estabilidad mental, visitando a una psicóloga y descubriendo la historia de dos primas de su madre que, al intimar su familia con la realeza, tuvieron que ser arrinconadas y olvidadas, recluidas en un sanatorio y dadas oficialmente por muertas.

Para el final dejamos “Fagan”, el 4x05, posiblemente el capítulo más redondo de la temporada y que es una película en sí misma digna de Mike Leigh, Stephen Frears o Kean Loach por el componente social que encierra del Reino Unido en los 80 en uno de los escasos momentos en los que el foco no se ha puesto en las relaciones de palacio sino en los problemas de la calle. Unos años marcados por las protestas al gobierno de una Margaret Thatcher que hizo subir los impuestos, el paro, la precariedad y la falta de oportunidades.

Es el caso del personaje interpretado por Tom Brooke, que da título al capítulo, un padre de familia separado de su mujer que malvive entre borracheras, colas en la oficina de empleo y la sensación de que su vida se ha desmoronado sin miramientos mientras va de ventanilla en ventanilla pidiendo explicaciones.

Todo hasta que se propone llegar a las altas estancias y, aprovechándose de la cuestionable seguridad de palacio, llegar hasta el dormitorio de la reina (no una, sino dos veces) para tener una conversación con ella con el fin de hacerla consciente de los problemas reales de unos ciudadanos que no sobresalen a ojos de los nobles. Una conversación de altura en la estancia en el albor del amanecer y que dice tanto sobre dos mundos que sólo en contadas ocasiones tienen la oportunidad de mirarse frente a frente.

“The crown” sigue siendo televisión de calidad, más para saborear en el tiempo que para ver en maratón, con el fin de apreciar el detalle y alargar el placer lo máximo posible. Una serie que más que ser histórica recrea un universo conocido y mitificado por la pompa real, cada vez más cercano a nuestro tiempo, adentrándose en su tragedia humana detrás del oropel dejando grandes momentos sobre unos personajes que, a pesar de tenerlo todo en apariencia, son prisioneros de sí mismos y de esa corona que desde las alturas les observa con toda su tradición y peso sin dejarlos ser ellos mismos.

Una vez más “The crown” no entiende de jerarquías ni de elites adentrándose en los dramas humanos más comunes y que, en su caso, es algo tan universal como la necesidad de afecto y de sentirnos valorados que tenemos cada uno de nosotros para que nuestro papel en el mundo cobre un sentido y podamos seguir adelante.

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Nacho Gonzalo

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