Cine en serie: "The offer", o cómo narices lograron rodar "El padrino"

Cine en serie: "The offer", o cómo narices lograron rodar "El padrino"

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Querido Teo:

"Hola a todos. Soy Robert Evans. Vicepresidente Primero de Paramount Pictures. Los últimos años han sido duros para Hollywood. Ahora mismo el alma americana está rota. Deben avivar sus almas y.... ¿cómo se hace eso? Es difícil.... muy difícil. La guerra.... los asesinatos.... las protestas civiles. Sufrimos, y la gente no confía en la política y los grandes negocios así que.... ¿Qué puede admirar América? Se lo diré.... se lo diré. Paramount. Miren el logotipo. Somos la cima de la montaña, la estatua de la libertad porque ya pueden darnos multitudes cansadas, pobres, amontonadas que anhelan respirar libres, que nosotros les daremos dos horas de alivio de las duras realidades de este mundo rematadas con.... palomitas y Coca-Cola. Haremos lo que no pueden los demás: les entretendremos. Les daremos una evasión. Les avivaremos sus almas hasta que estén llenas a reventar. Y eso no se puede cuantificar al considerar las acciones... sabemos lo que quiere la gente. Quiere almas, amor, romance, historias y.... violencia. Love Story y El Padrino". 

Este diálogo del capítulo sexto de "The offer", resume en boca de uno de los personajes centrales, el espíritu romántico que sostiene a algunas personas dedicadas al mundo del cine. Bob Evans lo suelta ante un Consejo de Administración de la empresa que decide si vender Paramount o no.

Como dijo en cierta ocasión el productor de "El padrino", Albert Ruddy, en cuyos recuerdos se basa esta estupenda serie de diez capítulos, en realidad nadie tenía mucho interés en hacer la película. Paramount era por entonces un negocio lateral de otra gran empresa, cuyo peso en la cuenta de resultados era de alrededor de un 5%, aunque nunca creáis las cifras ofrecidas por los Estudios a los periodistas y escritores que cuentan su historia... y no solo son las cifras lo que hay que poner en duda cuando se habla de Hollywood.

Ejemplo: En marzo de 1968, Paramount se hizo con la opción de un manuscrito de 150 páginas firmado por Mario Puzo, titulado "La mafia". Robert Evans, el jefe de producción del Estudio y uno de los personajes esenciales en esta serie, aseguró que Puzo esperó nervioso en la antesala de su despacho y cuando entró le dijo: «“Debo once de los grandes. Si no los consigo, me partirán un brazo". Yo, cuenta Evans, que ni siquiera quería leer el libro, le dije: “Toma doce mil quinientos y escribe ese libro de una puta vez".» Pero Puzo negó que esto hubiera pasado.

La realidad es que "El padrino" se había convertido en el libro más leído del año en que se publicó y Paramount tenía los derechos. Albert S. Ruddy, que sería el productor, creía que «No les habría disgustado que el libro saliera de la lista de bestsellers; pero no, El padrino seguía». Cuando Universal le ofreció a Paramount un millón de dólares por la opción, se dieron cuenta de que podrían tener algo bueno delante de las narices y decidieron seguir.

Aquel año Paramount había perdido unos 65 o 70 millones de dólares, lo que equivale a 450 millones de hoy, así que querían hacerla con bajo presupuesto, dos o tres millones como máximo. Albert S. Ruddy, que había llegado al Estudio por el éxito de una serie televisiva, aceptó embarcarse porque posiblemente se hubiera subido a cualquier proyecto que fuera una película.

Muchos de los protagonistas de esta historia son muy conocidos pero los que están tras la pantalla menos. Dos son esenciales, comenzando por el que hacía el verdadero trabajo de producción en Paramount: Robert Evans.

Evans era un treintañero que había hecho el papel de torero en la versión cinematográfica de "Fiesta" de Hemingway y poco más, pero a él le parecía suficiente para creer que el cine corría por sus venas. No carecía de algunos talentos entre los que destacaba su facilidad para conquistar mujeres. Era guapo, siempre bronceado, una sonrisa encantadora de dientes blancos y perfectos, a los que sumar un tupé denso y saber vestirse, ya que había comenzado precisamente en el negocio de la ropa y era consciente de lo bien que le caían unos buenos vaqueros de ante. Lo que a Evans le gustaba más eran las mujeres. Cuando despertaba por la mañana, podía no recordar sus nombres así que tenía un ama de llaves que le servía el desayuno en la cama, café solo y un trozo de tarta de queso, y que debajo del plato de la tarta le ponía un papelito con el nombre de la chica de turno. Se dice que a sus ligues les regalaba el pijama, como recuerdo.

Según recoge el periodista e historiador del cine Peter Biskind, en su libro "Moteros tranquilos, toros salvajes"...

"Evans alcanzaría la plenitud durante su noviazgo con Ali MacGraw y una vena autodestructiva que lo llevaría a internarse en aguas tenebrosas. No obstante, pese a su vanidad y estupidez, era un hombre cálido, leal y generoso. Dice Al Ruddy: «Bob quería que lo vieran con mujeres hermosas, tenía fotos de pared a pared en las que se lo veía con todos los actores que visitaban la ciudad. Pero tenía un lado amable, y básicamente era una buena persona.» Evans hacía lo que quería, en gran parte porque nunca amenazaba a los que tenía por encima. Tenía verdadero talento, ejercitado en muchas ocasiones, para morder el polvo. Si Evans le hacía daño a alguien, la mayoría de las veces ese alguien era él mismo".

En la cumbre del éxito, jugaba al tenis con Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Henry Kissinger, Ted Kennedy... y siempre perdía. Todo Hollywood sospechaba que Evans le proporcionaba mujeres a otro de los personajes de esta serie, el dueño de Paramount, Charles Bluhdorn.

La empresa de Bluhdorn se llamaba Gulf + Western, Mel Brooks la llamaba Engulf and Devour (Abarca y devora) y compró Paramount en 1966. Bluhdorn tenía 39 años y su esposa francesa, encandilada por el encanto de Bob Evans, le sugirió contratarle para llevar las cuestiones prácticas de las películas. Bluhdorn era un hombre colérico de enormes dientes cuadrados que parecían fichas del Scrabble. Bluhdorn era un financiero brillante que se tomaba el mercado de valores como si fuera un hipódromo. Al final de las reuniones, solía dar un puñetazo en la mesa y anunciar: «Mientras estábamos discutiendo aquí, he hecho más dinero con el azúcar que Paramount en todo el año».

Tenía una risa contagiosa, y podía ser encantador pero la mayor parte del tiempo lo pasaba gritando y aterrorizando a sus subalternos, que a sus espaldas se divertían imitando sus inflexiones hitlerianas y lo llamaban «Mein Führer». Un ejecutivo recuerda que cuando el jefe perdía los estribos, cosa que ocurría a menudo, «empezaba a echar por la boca como unas estalagmitas de espuma, unas estalactitas de baba, y yo pensaba: ¿Tendrá la rabia?»

Bluhdorn tenía grandes plantaciones de caña de azúcar –y también ganado– en la República Dominicana, donde reinaba como un señor feudal. Allí tenía su pista de aterrizaje privada, patrullada por su guardia armada personal. Cuando llegaban las visitas, un ejército de criadas, jardineros y criados vestidos de blanco con galones dorados, se apostaban listos para el agasajo.

Las reacciones que provocaba iban de la devoción al miedo y el odio. Evans, lo calificó de «matón, un hombre terrible, un ser humano totalmente repugnante». Y para otro de los miembros de su equipo «Era un malvado, un hombre mezquino, despreciable y sin escrúpulos, que vivió demasiados años. Daba miedo porque siempre llevaba encima ese bastón puntiagudo y, a menos que uno lo ahuyentara y le dijera “Vete a la mierda”, te lo clavaba hasta que te desangrabas. Era obvio que tenía un desequilibrio químico».

Paramount era un manicomio lleno de personalidades imponentes, de egos y temperamentos. Los trabajadores del Estudio solían referirse a ellos como "la familia Manson". Lo raro era que las películas se terminasen, pero no puede negarse que eran tipos listos y que todos amaban el cine. "Romeo y Julieta", "La extraña pareja", "La semilla del diablo", "Love Story", "Chinatown", "El padrino"... En 1971 Paramount estaba a la cabeza de todos los Estudios de Hollywood.

Vídeo

Carlos López-Tapia

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