El cine en las estrellas: La soledad del cosmos (III)

El cine en las estrellas: La soledad del cosmos (III)

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Querido Teo:

Por el contrario, en la mayoría de los casos, los extraterrestres protagonistas se muestran dotados de algún tipo de inteligencia, aunque esta sea la puramente depredadora como la de “Alien” (1979), o incluso con las mismas necesidades e inquietudes que la humana, como le ocurre el trío interplanetario de “Las chicas de la Tierra son fáciles” (1988). Pero que la inteligencia sea un rasgo evolutivo que tarde o temprano cualquier especie extraterrestre terminará desarrollando es algo que, por el momento, cae fuera del ámbito científico, aunque no el filosófico. Es conocida la famosa paradoja que estableció el físico Enrico Fermi: si, como pensamos existen multitud de civilizaciones ahí fuera, ¿cómo es que aún no hemos recibido la visita de ninguna civilización científicamente superior en algún momento de los 4.500 millones de años de existencia del planeta Tierra?. Aunque solo sea porque les estorba para la construcción de la nueva autostopista galáctica (“Guía del autoestopista galáctico”, 2005), o porque a los pobres se les has estropeado la nave en el peor planeta posible (“District 9”, 2009). Probablemente, las enormes distancias existentes en nuestra Galaxia y para muchos la inestabilidad de una civilización cuando alcanza el máximo grado de desarrollo tecnológico harán imposible un encuentro en la tercera fase.

Pero aun así el hombre ha desarrollado programas científicos con el objetivo de buscar vida inteligente por ahí fuera. El más conocido de ellos, es sin duda el programa SETI (Search Extraterrestrial Intelligence), en el que diversas radioantenas repartidas por el mundo buscan (mientras no están ocupadas con observaciones radioastronómicas) un tipo de señal continuada procedente de algún sistema estelar en la frecuencia de 21 centímetros, que se espera fuera la que utilizaría una civilización avanzada para comunicarse, al tratarse de una señal generada por el hidrógeno, el elemento más común en el Universo, y sufrir escasa atenuación en su largo camino por el Universo. En cualquier caso, también se están desarrollando proyectos SETI diseñados para buscar intensos pulsos de luz en el óptico, similar al que provocaría un potente láser, por si este fuera el método empleado por nuestros lejanos vecinos para comunicarse. Desgraciadamente, y salvo algún evento de difícil interpretación como la famosa señal Wow!, los proyectos SETI no han reportado ningún resultado satisfactorio hasta la fecha, al menos en la realidad, ya que en la gran pantalla han salido triunfantes en esto de “contactar”. La prueba son películas como “Han llegado” (1996) y muy especialmente “Contact” (1997), basada en la celebérrima novela de Carl Sagan y donde algunos personajes están basados en miembros reales del equipo de SETI, como el astrónomo ciego Ken Cullers, que fue director del proyecto Phoenix, perteneciente a SETI, además de haberse rodado en una de las radioantenas estrella de dicho programa: la radioantena de 305 metros de diámetro situada en Arecibo, Puerto Rico.

Pero a pesar de SETI y demás proyectos similares, una cosa es contactar, y otra muy diferente es comunicarse. Es en nuestro propio planeta y no hemos sido capaces de descifrar los códigos que emplean el resto de especies para comunicarse entre sus miembros. Sabemos que las ballenas emiten cantos perceptibles a enormes distancias, o que las abejas emplean una serie de patrones de comunicación en su vuelo, o que las hormigas segregan una serie de sustancias químicas para marcar el camino de sus compañeras de hilera, pero poco más. ¿Seríamos capaces de comunicarnos con seres de otro planeta?. ¿Es la “inteligencia”, independientemente de los caminos evolutivos que haya seguido, suficiente bagaje para asegurar la comunicación?. En este sentido, nos gustaría destacar dos excelentes películas que dan una magnífica vuelta tuerca a la comunicación entre especies planetarias. Por un lado, la mítica “2001: Una odisea del espacio” que plantea la existencia de una jerarquía en la inteligencia. Hasta que el protagonista Bowman no adquiere un estado superior de evolución, la comunicación resulta imposible (o está vedada) con una civilización superior que nos vigila y estudia como animales curiosos de un zoo cósmico. Por otro lado, en “Solaris”, basada en la obra maestra de Stanislaw Lem, y llevada dos veces al cine, generaciones de científicos llevan años intentado infructuosamente comunicarse con el macro-organismo que supone el planeta que da nombre a la novela, y cuyo comportamiento, intuyen, representa algún tipo de vida e inteligencia. La evolución ha generado dos planos de inteligencia tan diferentes que la comunicación resulta imposible, ni tan siquiera definible, en una de las historias de amor más salvajes y hermosas que ha dado la literatura.

En cualquier caso, y a falta de algo mejor, nos seguiremos dejando “contactar” en la pantalla.

Emilio J. García Gómez-Caro (Astrónomo)

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