"Escrito en los huesos. Los recuerdos que custodia nuestro esqueleto"

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"En la novela El silencio de los corderos, Thomas Harris le dio a su personaje Hannibal Lecter un dedo corazón duplicado en la mano izquierda, aunque esta particularidad no se trasladó a la película. También es muy raro ver dedos transpuestos. Una vez di clase en un bar (fue para el festival «Una pinta de ciencia», cosas a las que se anima una...) y hablé sobre mi investigación en torno a la identificación de manos. Cuando terminé, una joven me preguntó si quería sacarle una foto de las manos, porque había nacido con los dedos corazón y anular transpuestos. Y hace poco pude fotografiar las manos de una mujer con un pliegue transversal adicional en los dedos meñiques que no se correspondía con ninguna articulación. A ella le parecía extraño; para mí era interesantísimo, porque es algo que se presenta en menos del 1% de la población. Me encantan las manos y lo extravagantes que son".

Título: "Escrito en los huesos. Los recuerdos que custodia nuestro esqueleto"

Autor: Sue Black

Editorial: Capitán Swing

Cualquier aficionado a la ficción sabe o cree saber sobre técnicas forenses aplicadas a la investigación pero también comprende que hay bastante distancia entre lo que nos enseñan pantallas y libros y la realidad. Sue Black toma nuestro esqueleto empezando por la cabeza y llega hasta los últimos huesos de nuestros pies, incluidas las uñas que son capaces de cosas insospechadas.

"Cuando intentamos averiguar qué le había pasado a una mujer de mediana edad que había desaparecido de repente de una pequeña ciudad escocesa, la única pista que teníamos era un trozo pequeñísimo de algo que el equipo de la policía científica creía que podía ser hueso. Nadie había vuelto a ver a Mary desde que se puso el abrigo para salir de su lugar de trabajo cinco días antes de que se denunciara su desaparición. Lo último que había dicho a sus compañeros era que se iba a casa a poner a su marido de patitas en la calle porque ya estaba harta de sus mentiras y engaños. Ese día había recibido una llamada del banco, porque había algunas irregularidades en los papeles que la pareja acababa de firmar para solicitar un préstamo de cincuenta mil libras. Había irregularidades, sin duda, porque ella no había firmado nada. El marido había falsificado su firma. Este, además, tenía varios negocios fallidos a su nombre y ahora se enfrentaba a deudas cada vez mayores. A Mary se le había acabado la paciencia y a menudo comentaba a sus amigos que, si un día no iba a trabajar y la policía preguntaba por ella, tenían que decirle que buscaran en su jardín trasero.

La policía científica inspeccionó la vivienda. Encontraron algo de sangre en el baño, que más tarde se cotejó con el ADN de Mary, y cuando metieron un endoscopio por el sifón de la bañera encontraron un trocito de esmalte dental. Evidentemente, esto no era en absoluto suficiente para sugerir que estaba muerta. Podía haber tropezado al entrar al baño y haberse dado un golpe en la barbilla contra el borde de la bañera. Una caída corriente podría explicar fácilmente tanto la sangre como el fragmento de esmalte. Después, la científica examinó la cocina, donde encontraron restos de sangre alrededor de la puerta de la lavadora. Del filtro de la máquina sacaron lo que creían que era un trozo pequeño de hueso. Antes de enviarlo para que se analizara el ADN, necesitaban que un antropólogo lo viera y les dijera, a poder ser, si era hueso, si era humano y, de serlo, de qué parte del cuerpo provenía.

Esa esquirla de hueso, si es que lo era, no medía más de un centímetro de largo y la mitad de ancho. Analizar el ADN implicaría molerlo y prácticamente destruirlo. Era muy importante lograr una identificación anatómica del hueso, pues un posible cargo por asesinato dependía de ello. Se puede vivir con algunos cachitos de hueso de menos, pero si se encontraban otros fuera del cuerpo lo más probable sería que la persona a la que pertenecían estuviera muerta.

La policía me trajo el fragmento al laboratorio y todos nos sentamos alrededor de la mesa mientras mi colega y yo lo estudiábamos a través de una lupa para intentar averiguar qué era lo que teníamos delante. Era tan delicado que no nos atrevíamos a cogerlo para no dañarlo aún más. Este tipo de situaciones son de lo más estresantes, porque tenemos que exponer nuestro razonamiento a los policías allí presentes. A menudo, lo que al final decides que es más probable que sea el hueso no coincide con lo que creías en un principio. Tener que llegar a una conclusión en voz alta, pasando por todos los callejones sin salida y las inevitables pistas falsas, hace que te preocupe lo que la policía pueda pensar de ti y de tu pericia".

Esto escribe Sue Black de uno de los primeros casos a los que se enfrentó como antropóloga forense en el Reino Unido. Sue es una de las más destacadas en su oficio, ha identificado a miles de víctimas de crímenes de guerra y desastres naturales. Es la presidenta del Real Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda. A su obra más vendida, "Todo lo que queda" (sin título español por el momento), se suma ahora este nuevo libro dedicado a nuestros huesos.

"Nunca te fíes de un forense que diga en la televisión que el esqueleto lleva once años enterrado. Chorradas". La ficción trata de superar la realidad.... hasta que se tropieza con ella y Sue Black se ha tropezado muchas veces con ambas, ficción y realidad.

En su libro se salpican múltiples ejemplos forenses sobre una base científica potente, ya que los antropólogos forenses son científicos, en el Reino Unido no suelen tener titulación médica. Black se dedica a explicarnos nuestros huesos, como son, como se forman y deforman, desde los más delicados huesos de nuestros pies hasta el cráneo: "No hay ninguna imagen que se asocie tan estrechamente con la iconografía de la muerte como la calavera. Desde tiempos remotos, casi todas las culturas y civilizaciones han usado el cráneo, o sus representaciones, con fines rituales. En la actualidad, es el aterrador emblema de Halloween; la insignia que han adoptado el heavy metal, los moteros y los antiguos piratas; el símbolo internacional del veneno, y el diseño preferido para las infames camisetas góticas".

Así Black comienza su libro por arriba, por la cabeza, pero no sólo pensando en nuestra calavera. Ejemplo: "¿Cómo es que en un congreso celebrado en Arabia Saudí...? las mujeres tenían que sentarse en un lado del auditorio y los hombres en el otro, y ambas zonas estaban claramente delimitadas. Al observar las relaciones interpersonales entre las mujeres que escogían el nicab, y que por lo tanto llevaban todo tapado excepto los ojos, me di cuenta de algo asombroso. Cuando entraban en la sala, eran capaces de reconocer a sus amigas desde una distancia considerable a pesar de que estaban sentadas, con la cara cubierta, todas vestidas con la misma tela negra y sin joyas distintivas a la vista. Se lo comenté a un compañero saudí, que no supo explicarme cómo se identificaban las unas a las otras con tanta facilidad. Me invitó a su casa para que conociera a su esposa y se lo preguntara. Ella me confirmó que tampoco le costaba reconocer a sus amigas con nicab, pero, como suele suceder con las habilidades que hemos desarrollado en la infancia y damos por sentadas, no estaba segura de cómo lo hacía".

La curiosidad de Sue Black nos arrastra por su libro inevitablemente, a pesar de que emplea algún que otro término ajeno a la inmensa mayoría. Uno de sus términos anatómicos favoritos es sincondrosis esfenooccipital, que cometo la "maldad" de no explicar aquí.

Tener en la mesilla un libro en cuya portada hay dos brazos en esqueleto, no es lo mejor para una primera cita erótica, pero todas las historias de Black son apasionantes, a menudo forradas de humor negro, como la de la anciana de una residencia que por la noche recopilaba dentaduras postizas, o de filosofía estoica sobre la fragilidad de nuestras vidas, y la conveniencia de vivirlas dejando de lado bulos y augurios innecesarios.

Como me dijo un colega español de Sue Black hace ya años, la vida no necesita explicación, se explica por sí misma, lo importante es no descubrir demasiado tarde su brevedad. Si llegáis a vivir hasta los 80 años, sabed que tenéis 4.000 semanas antes de pasar a manos de la antropología. En semanas la realidad es más dura, así que no perdáis el tiempo y leer el libro de Black es aprovecharlo.

Carlos López-Tapia

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