In Memoriam: Stephen Sondheim, el rey de Broadway

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Querido Teo:

Justo en el momento en el que su reverenciada figura volvía a ser reivindicada a la hora de hablar de su influencia y legado se ha conocido la muerte de Stephen Sondheim, emblema del teatro musical que ayudó a hacer grande a Broadway en la segunda mitad del siglo XX y a convertirse en referencia y espejo en el que mirarse para muchos nuevos talentos. Tal fue el caso del Jonathan Larson al que apadrinaba como vemos en la reciente “Tick, tick… Boom” poniéndole rostro un estupendo Bradley Whitford y escuchando incluso la voz del propio Sondheim en el mensaje que deja en el contestador automático. Una muerte a tres semanas del estreno de "West Side Story", la versión llevada a cabo por Steven Spielberg de la obra a la que puso letra en 1957, ocurrida de manera repentina a los 91 años y dejando una vitrina con 9 premios Tony, 8 Grammys, el Pulitzer y hasta el Oscar ya que su huella directa o indirectamente quedó reflejada en múltiples artes y en la cultura en general.

Más melancólico, vanguardista y atonal que otros compositores bastaron sólo 15 obras para conseguir un estatus envidiable reuniéndose en él el combo de talento creativo que, en otros casos, precisaba de un tándem ya que Sondheim bordaba tanto la letra como la música aunque precisamente su característica falta de melodismo le hizo ser más reconocido por la crítica que querido por el público debido a la dificultad de tararear unos temas que no, obstante, sí que tenían riqueza, complejidad y crítica siendo adelantados a su tiempo como auténticos tratados de la condición humana, las relaciones de pareja o la amargura de la vida contemporánea.

Después de "West Side Story" (1957) se encargó también de la letra de "Gypsy" (1959) siendo "Golfus de Roma" (1962) la primera obra a la que puso palabra y música. Fueron las adaptaciones al cine de estas piezas las que añadieron dimensión y presencia de un Sondheim que estaría a punto de entrar en la que sería su década más productiva y relevante, la de los 70, un puente entre el clasicismo del pasado y la llegada de nuevos estilos. Un renovador desde que quedara fascinado por el mundo de Broadway a los 9 años. 

Stephen Sondheim ha sido el baluarte de un perfeccionismo experimental y conceptual alejado de las fanfarrias y el subrayado sentimental de otros compositores siendo heredero de Irving Berlin, Cole Porter u Oscar Hammerstein II e influido por la música de Dimitri Shostakóvich o los textos de Harold Pinter.

Es lo que le convierte en un existencialista del género al que añadió dimensión y restó artificialidad destacando por obras como "Company" (1970), “Follies” (1971), "A little night music" (1973) o “Sweeney Todd” (1979), quizá su cuarteto imbatible, sin desmerecer a “Pacific overtures” (1976), “Sunday in the park with George” (1984), que no ganó el Tony pero sí el Pulitzer, o “Assassins” (1990), en las que nada más y nada menos, respectivamente, cuestionaba el imperialismo usamericano, se adentraba en el universo plástico del pintor Georges Seurat expresándose a través de sus cuadros o ponía el foco en la leyenda negra de los magnicidios de Estados Unidos.

Un artista complejo, poliédrico y meticuloso, de figura inabarcable a la hora de desentrañar una obra marcada por bañar de urbanismo y realidad a unos personajes marcados por la soledad llenando de jazz, versos tan cuidados como imposibles y fácil empatía, sus anhelos, lamentos y preocupaciones.

Para el cine compuso dos bandas sonoras, “Stavisky” (1974) y “Rojos” (1981), y un buen puñado de canciones destacando las tres de “Dick Tracy” que le llevaron a conseguir su único Oscar en 1991 por el tema Sooner or later materializando con ella su única nominación. Sin embargo cuando más icónica ha sido la presencia de Sondheim en el cine es cuando han sonado algunos de sus temas más míticos en cintas como “Postales desde el filo” (1990), “Lady Bird” (2017), "Joker" (2019) o "Historia de un matrimonio" (2019).

Sin llegar nunca a superar el entorno teatral en el que realmente se luce más todo el imaginario del compositor y letrista, al menos se sigue recordando la versión de Tim Burton de "Sweeney Todd" (2007), la cual musicalmente se sostiene en el Dies Irae de Mozart, en la que la fusión de su obra con la del director no pudo ser más magistral en una de esas piezas en las que todo encaja y que siempre conviene reivindicar como adaptación modélica de un musical. Menos lucida fue "Into the woods" (2014), un paso en falso para un género musical con una relación llena de altibajos en sus incursiones cinematográficas.

Los temas de Stephen Sondheim siempre merecen revisitarse y redescubrirse, ante el riesgo de quedarse en la superficie por su, en apariencia, poco vistoso empaquetamiento formal que ha provocado que más de uno se quedara fuera, pero el talento de su obra ha sido enarbolado por voces como las de Frank Sinatra, Liza Minnelli, Elizabeth Taylor, Angela Lansbury, Patti LuPone, Bernadette Peters, Christine Baranski, Judi Dench, Meryl Streep o Barbra Streisand que no han hecho más que ser profetas propagando el mensaje de uno de esos genios de su arte que surgen muy de vez en cuando y que marca el tiempo tanto en el que viven como los que vienen después.

Desde 2010 en Nueva York y 2020 en Londres dos teatros tienen su nombre. Para Mandy Patinkin Sondheim es Shakespeare, para Elaine Stritch Sondheim es Dios. Nada más que decir. 

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Nacho Gonzalo

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