Recordando clásicos: No sin mi piso

Recordando clásicos: No sin mi piso

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Querido Teo:

Las personas tenemos la mala costumbre de necesitar cosas, que si tres comidas al día no sea que nos desnutramos, que si luz eléctrica no sea que el coco nos lleve y por encima de todo lo que más nos llama la atención es tener un vivienda, es increíble la fascinación que ejerce sobre nosotros el tener un techo sobre nuestras cabezas al que poder llamar hogar, donde poder estar calentitos en invierno, fresquitos en verano y ver películas todo el año.

Aunque os parezca extraño ese deseo de tener una casa ha sido algo generalizado en cualquier tiempo o lugar y por supuesto en España también, lo que ocurre es que en este nuestro país ese deseo se ha visto irremediablemente acompañado de la incapacidad de los poderes públicos para satisfacerlo.

En los años 40 millones de españoles se mudaron del campo a la ciudad, lo que unido a la destrucción de edificios durante la guerra dio como resultado una terrible escasez de viviendas en las grandes ciudades y muy especialmente en Madrid. La ausencia de perras hacía imposible que todos esos españoles adquirieran una casa, así que la solución (por llamarlo de alguna manera) fueron los arriendos y subarriendos, pero estos eran escasos, caros y con pisos en malas condiciones. ¿Os suena la canción? Cambiemos el año, la destrucción de viviendas por el uso turístico de los pisos y creo que tenemos una situación reconocible por todos, nunca dejará de sorprenderme cómo se repite la historia una y otra vez.

Nuestros artistas aún no se han visto inspirados por esta situación pero los directores de antaño si, lo que dio lugar a una serie de películas en las que sorteando la censura se denunciaban las penurias sufridas. De entre todas estas obras este mes vamos a descubrir dos de ellas, y concretamente he elegido dos comedias porque como dice el refranero castellano, al mal tiempo buena cara y si no puedo proporcionaros 100 metros donde vivir espero al menor haceros pasar un buen rato.

“El pisito” (1958)

“El pisito” cuenta la historia de Rodolfo, un pobre hombre que busca infructuosamente una casa para poder casarse con su novia de toda la vida, así que en un estado de total desesperación y sin hallar otra solución posible decide casarse con su casera para poder quedarse con el alquiler del piso al morir ésta.

“El pisito” es la película inaugural dentro de nuestro cine de lo que podemos llamar humor negro, ese humor que nos saca carcajadas con dolor, dejando un poso amargo y un sentimiento de haber ensuciado nuestro karma. Para lograr una comedia partiendo de semejante argumento hay que tener mucho talento y Marco Ferreri y Rafael Azcona lo tenían. Hay alianzas míticas dentro del cine como son Ginger Rogers/Fred Astaire, Alfred Hitchcock/James Stewart, etc… y dentro de nuestra cinematografía podemos hablar sin duda del dúo Ferreri/Azcona.

Marco Ferreri fue un director italiano que llegó a España como vendedor de los objetivos Totalscope, la versión italiana de los Cinemascope americanos, gracias a lo que conoció a Azcona, formando una breve pero intensa relación profesional que dio lugar a dos obras maestras “El cochecito” (1960) y la que hoy nos ocupa.

Concretamente “El pisito” es el primer guión firmado por Azcona que adapta su propia novela, a la vez basada en un caso real acontecido en Barcelona, y su maestría ya está presente en cada línea, pocos guionistas en nuestra Historia han logrado el nivel de excelencia de Azcona y me atrevería a decir que ninguno ha plasmado en pantalla las miserias de la burguesía como él.

El encargado de insuflar vida a éste guión y de plasmarlo en pantalla fue Ferreri que lo hizo a través de una puesta en escena muy controvertida en su época, Ferreri llena cada imagen como las abuelas llenan los platos, hasta los topes. Sus planos están llenos de personas, de objetos, de historias que convergen creando un mundo caótico y agobiante, que transmite perfectamente la desazón de los personajes.

En todas las secuencias rodadas dentro del edifico alquilado la acumulación de elementos y personajes llega a su máxima expresión, creando una serie de escenas a medio camino entre Rue del Percebe y un mural con infinidad de sujetos que nos obligan a no solo estar atentos a la que pasa en primer plano, ya que como en la vida, en muchas ocasiones, lo más interesante es lo que está escondido en un segundo lugar.

Antes de pasar a la siguiente obra un pequeño apunte sobre los actores, todos y cada uno de ellos están maravillosos desde José Luis López Vázquez presidiendo el elenco como eterno perdedor, pasando por todos sus secundarios, pero para mi destaca por encima de todos Mary Carrillo sencillamente porque le toca bailar con la más fea y sale airosa. Su personaje es simplemente despreciable y gracias a ella, no solo podemos llegar a entender a ésta eterna novia sino que podemos llegar a tenerla lástima. Atentos a la escena del baile, probablemente uno de los bailes más tristes que yo haya visto en pantalla, en el que Carrillo con una mirada perdida y susurrando un agónico “Debimos casarnos” logra reflejar la tristeza, el asfixiante y terrible sentimiento de haber perdido una vida persiguiendo algo que no llega.

“El inquilino” (1957)

La segunda película que os traigo este mes es una rareza maltratada en la fecha de su estreno y desgraciadamente condenada al ostracismo del olvido muy probablemente debido a su controvertido director, el siempre follonero José Antonio Nieves Conde.

“El inquilino” muestra a un padre de familia (brillantemente interpretado por Fernando Fernán Gómez) cuya vivienda está a punto de ser derruida por lo que inicia una búsqueda contra reloj de un nuevo hogar para los suyos.

Al igual que en el caso anterior nos encontramos con una película con una importante carga de critica social, pero mientras que en “El pisito” se incide sobre todo en la situación de los personajes, en las consecuencia sin destacar la causa o el problema, el inquilino pone énfasis en cada uno de los males de la época (y por desgracia actuales): excesos burocráticos, mala calidad de las viviendas, usura del sistema bancario y la especulación inmobiliaria son algunos de los problemas a los que se van enfrentando nuestros protagonistas en su búsqueda de un piso.

La estructura de la película puede hacerse ciertamente un tanto repetitiva, ya que cada rayo de esperanza en forma de hogar para nuestra desdichada familia, se ve opacado por algún problema relacionado generalmente con la clase gobernante/pudiente, pero a cambio de esta repetición vemos una de las críticas más certeras y valientes al problema inmobiliario en España que se han hecho para la gran pantalla.

Otra importante diferencia entre “El pisito” y “El inquilino” es que mientras la primera película es pura comedia, aquí las escenas cómicas son escasas y fueron introducidas por el director como medio para intentar sortear la censura, llegando a lograrlo en un primer momento, pero en los años 50 el problema de los pisos llegó a ser tan acuciante que en 1957 se creó el Ministerio de la Vivienda y una de sus primeras medidas fue censurar la película por considerarla dañina para el prestigio del Ministerio. La película estuvo un año prohibida y luego se rehizo con un resultado que no fue para nada del agrado del director y así fueron pasando los años, hasta que en los años 80 una copia del metraje original fue encontrada en unos almacenes, esta copia fue restaurada por la Filmoteca y por eso hoy ha llegado hasta nosotros.

Más allá de la rareza que suponga, de mi fascinación por el director (ya escribiré más adelante sobre Nieves Conde) o de su increíble crítica social, “El inquilino” es una película que merece ser vista por el hermoso mensaje que transmite (y no estoy hablando del final impuesto por la censura). La familia cuando es desahuciada no tiene a donde ir, así que los obreros de la constructora les permiten quedarse en la planta baja, para que puedan vivir allí mientras encuentran otro hogar y ellos van demoliendo las plantas superiores. Pero este precioso detalle no es único, tenemos el dueño del bar que presta el teléfono, el torero de poca monta que ofrece su jornal y la vecina siempre dispuesta a cuidar de los pequeños, porque frente a las injusticias siempre nos quedará la solidaridad humana y este, queridos amigos, es un mensaje que por muchos años que pasen y por muy cínicos que nos volvamos siempre merece la pena recordar y poner en práctica.

Mrs. Muir

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