San Sebastián 2021: Un poeta atormentado, reivindicación del cuerpo femenino, atmósfera vacía con dientes de hielo y la cultura de la cancelación

San Sebastián 2021: Un poeta atormentado, reivindicación del cuerpo femenino, atmósfera vacía con dientes de hielo y la cultura de la cancelación

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Querido Teo:

Esta edición del Festival de San Sebastián viene marcada por el cine hablado en francés y en español, algo que se nota en la cosecha de este año y que simboliza el encuentro entre Marion Cotillard y Penélope Cruz, recibiendo la primera de manos de la segunda el premio Donostia por su carrera. Por lo demás se ha podido ver entre otras la nueva proeza estilística de Terence Davies o algunas propuestas que, al margen de su resultado final, plantean temas interesantes.

"Benediction" (Terence Davies), el poeta antibelicista y atormentado // Sección Oficial

“Benediction” es el regreso de Terence Davies a la sección oficial de un certamen en el que se ha ido convirtiendo en asiduo compitiendo por tercera vez en él tras “The deep blue sea” en 2011 y “Sunset song” en 2015 contando la historia Siegfried Sassoon, un poeta antibelicista y atormentado que sirvió durante la I Guerra Mundial en la Royal Welch Fusiliers siendo conocidos sus textos satíricos sobre la guerra de trincheras y por los que a punto estuvo de ser condenado.

La cinta también se adentra en su vida personal, marcada por una homosexualidad que era tipificada como delito en la Inglaterra de la posguerra, convirtiéndose al catolicismo y casándose con una mujer. Una cinta en la que reside la elegancia formal de un Davies que cuida cada plano con exquisitez y mimo jalonado con el oficio británico y el uso de canciones típicas de la época siendo tan habitual el uso de música diegética de este tipo en su filmografía.

Uno de los problemas del cine de Davies es su falta de condensación explayándose en una duración de dos horas y veinte que abusa de solemnidad y desborda melancolía y añoranza por una juventud más que perdida descarrilada por la moral de la época, retratando la vida de un hombre que, pudiendo dar para película, no arroja una vida tan interesante como para abarcar tanto, más teniendo en cuenta que comienza con unos 15 minutos que piden un esfuerzo al espectador ante una insistente voz en off e imágenes de archivo de la época centrándose en el drama bélico.

Tampoco le favorece a la cinta su irregularidad temática no terminando de encajar los saltos en el tiempo no creyéndonos a muchos de los personajes en su versión más adulta, así como el crear un folletín romántico que alterna momentos del contexto de la represión de la época, a través de los amantes que el protagonista tiene a lo largo de su vida y que calan en él, no terminando de interesar lo que se cuenta de Sassoon ya cercano a la vejez con su mujer y su hijo, más cuando la película podría haber prescindido de una época de su vida que muchas veces se resuelve con unas líneas en los títulos de crédito finales.

Sassoon está interpretado por Jack Lowden y Peter Capaldi siendo el primero el que se lleva todos los parabienes de la cinta cumpliendo en su faceta de hombre atormentado y elegante que se mueve con soltura tanto en el ámbito de combatiente en la guerra como codeándose con la flor y nata del artisteo de la época; primero como poeta satírico y después como un autor muy respetado en el campo de la prosa. Precisamente lo que se recordará de la película es el plano final de Jack Lowden que resume todo el dolor, heridas y drama interior de un personaje que se siente vacío y atrapado de sí mismo por una identidad que no se ha permitido dejar emerger en su integridad a pesar de conseguir ese tipo de vida convencional tan preciada y mitificada de la que parece que él ha sido mero espectador refugiándose en su obra frente a su falta de sentimiento patriótico por un lado y la prohibición de vivir su condición por otro.

Para algunos Terence Davies ha conseguido uno de sus mejores trabajos aunque para otros como el que escribe le falta brillantez e impacto forzando ese estilismo tan característico que en esta ocasión funciona de manera más intermitente pero contando eso sí con unos diálogos que en ocasiones funcionan como aguijonazos de su tiempo en el que se mueve un hombre que al no terminar de aceptarse él mismo es incapaz de encontrar la redención soñada por mucho que se refugie en el arte, en la religión o en un matrimonio de conveniencia. 

"Camila saldrá esta noche" (Inés María Barrionuevo), la autoconciencia y lucha por la defensa del propio cuerpo // Sección Oficial

“Camila saldrá esta noche” es un trabajo de Inés María Barrionuevo que se adentra en el Buenos Aires iconoclasta en el que una joven adolescente se muda allí junto a su madre debido a la enfermedad terminal de su abuela lo que provocará que de estudiar en una escuela pública liberal, acostumbrada a decir lo que quiere, tenga que amoldarse a la disciplina y pensar de un colegio privado de élite.

Allí no se tardará de hacer de notar aliándose con “los marginados” del grupo, explorando el amor y el sexo sin límites de género y rebelándose frente a las injusticias de un centro educativo muy sustentado en la apariencia y en el estatus prefiriendo tapar los problemas que afrontarlos directamente.

La cinta comienza de una manera que recuerda mucho al clima de naturalidad y descubrimiento a la vida adulta de “Las niñas”, compartiendo incluso algunos elementos como el grupo de amigas qué se forma o los tiras y afloja de la relación de la protagonista con su madre, pero a pesar de que su realización poco llamativa, y que su arranque podía hacer pensar que a la cinta podría quedarle grande la sección competitiva, la verdad es que finalmente se erige como un retrato fresco y auténtico en el que se permite lanzar un mensaje valiente de unión y empoderamiento femenino a la hora de defender la teoría del consentimiento y la autonomía del cuerpo.

Una película que termina valiendo la pena por el reflejo de la rebeldía de la generación que empuja desde atrás en su espíritu combativo y la mirada entre estupor y satisfacción de una madre frente a su hija que como simbolismo final muestra tanto con tan poco.

"Earwig" (Lucile Hadzihalilovic), un cuento gótico críptico y provocador // Sección Oficial

“Earwig” es lo nuevo de la directora Lucile Hadzihalilovic que ya dejó a todos noqueados en “Evolution” (2015) con la que ganó el Premio especial del Jurado. Ahora plantea un cuento gótico extraño, bizarro y enfermizo que nos lleva a un lugar recóndito de Europa a mitad del siglo XX en el que vemos a una especie de custodio que se encarga de tutelar a una niña con dientes de hielo, la cual se somete a una serie de experimentos mientras el teléfono va sonando de manera periódica para saber cuál es el estado de la niña hasta que un día se considera que ya está preparada para emprender un viaje que le llevará al exterior no se sabe con qué fin.

Es una obra críptica orgullosa de serlo, subyugante en sus imágenes pero también tosca y áspera a la hora de agarrarse a una narración inconexa, unos personajes que son meras perchas sin traje por el que ser cubiertas y unas escenas que buscan lo grotesco creando imágenes que exploren la relación entre el cuerpo y el dolor con el único fin de provocar y suplir de esta manera sus carencias narrativas.

Está claro que hay que tener una voz propia, y no amoldarse a lo preestablecido, pero hay directores que se pasan de modernos y transgresores como es el caso de una directora que puede ser imaginativa en su puesta en escena pero que demuestra que no sabe pulsar el tono de una historia en la que no logramos encajar lo que se cuenta en la trama de la niña, el cuidador y esas extrañas llamadas y, por otro lado, lo que tiene que ver con el personaje de Romola Garai que confirma que termina siendo un pegote como subtrama.

Una escena final realmente enfermiza y en la que, pretendiendo ser reveladora, ni nos termina de dar a entender cuál es el origen de la niña ni sabemos si ese viaje que propone la película ha valido la pena y va más allá de lo puramente grotesco e inclasificable. Para muy fans de este tipo de películas en las que parece que uno es más inteligente si saca interpretación a la nada y que una vez vista parece ser fruto de un mal sueño tendente a amargarnos cualquier noche.

"Arthur Rambo" (Laurent Cantet), de la gloria al ostracismo a golpe de tuit // Sección Oficial

“Arthur Rambo” es el nuevo trabajo de Laurent Cantet, el cual sigue viviendo del crédito que le dio la Palma de Oro conseguida por “La clase” en 2008 pero bien es verdad que su filmografía, aunque irregular, deja trabajos interesantes. No lo es menos, en premisa, una cinta que nos presenta a Karim, un joven escritor de origen argelino que es referente para su comunidad y que, por otro lado, se convierte en el autor del momento dentro de la élite cultural parisina.

Acaba de sacar un libro y es el tentado con nuevos contratos y la posibilidad de hacer una película, pero todo se trastoca en una noche en la que pasa de la gloria al ostracismo cuando se revele que está detrás de la cuenta de Twitter que da título a la cinta y desde la cual se han lanzado comentarios incendiarios años atrás en contra de los judíos, los homosexuales, los gordos y cualquier colectivo que se pusiera por delante así como lanzar pullas a Francia o referirse a la figura de Osama Bin Laden.

Un retrato de las redes sociales a día de hoy y de cómo crean héroes y villanos en un abrir y cerrar de ojos hablando de temas tan interesantes como la libertad de expresión, el hecho de tener que separar o no la obra de la vida del autor y el cómo la existencia ha llegado a un punto en la que se parece a vivir bajo el yugo de las redes sociales y su eterno cuestionamiento de todo queriendo por un lado fomentar espíritus transgresores pero siempre que no crucen determinadas líneas y, por supuesto, sobrevolando el temido riesgo de la cultura de la cancelación que hace temblar a autores, artistas y empresas ante cualquier desliz que haga peligrar su pureza frente al exterior. Algo que muestra la película cuando la fama llega a que emerja la lava más incendiaria de Twitter que terminará despojando al protagonista de sus sueños de futuro, primero con la editorial y más tarde frente a amigos y familiares.

“Arthur Rambo” es una película que tiene una primera media hora muy potente, aquella en la que no sólo vemos ese ambiente de fiestas y de postureo que se basan en la promoción para que los artistas estén en el candelero y en la que parece que todos te comen con los ojos porque eres el hombre del momento y todo el mundo quiere entrevistarte o hacerse una foto contigo. Es lo que le ocurre a un protagonista que verá como de ser el rey de la noche pasa a ser un apestado por todo ese séquito que le rodeaba, el cual querrá pronto desentenderse de él y dejarlo caer ante todo lo que puede provocar (desde un punto de vista económico y de prestigio). Una muestra de la hipocresía de todos los que rodean que, siendo conscientes de la existencia de esos tuits o del espíritu transgresor de Karim, huyen cuando la anécdota entre amigos se convierte en escándalo.

Una pena que a partir de ahí la cinta decaiga y se haga reiterativa en el deambular del protagonista mientras es, en parte, reprendido por amigos y familiares que no se explican cómo no ha podido evitar meterse en semejante jardín que marcará para el futuro la imagen que se tenga de él y de su carrera, siendo el caso de su novia, su madre, sus amigos y su hermano pequeño, el cual pretende generar un subtexto de drama social en la historia pasando de puntillas por ello y luciendo un vibrante arranque, con esos descolocantes mensajes sobreimpresos en la pantalla, que terminan siendo una idea mal ejecutada a pesar de que lo que pretenda retratar el director es como alguien que lo tiene todo puede ir quedando despojado de todos sus galones y estatus a golpe de tuit, un latigazo social en forma de golpe de rabia que acaba jugando en contra a su propio autor que nunca fue consciente de las consecuencias de lo que supone ser esclavo de tus palabras en un mundo de grises en el que el espectador se mueve entre la empatía por la caída a los infiernos de Karim y el rechazo por unas palabras bañadas de violencia que buscaban el debate y salir del letargo pero que suponen el precio de la fama.

"Un amor intranquilo" (Joachim Lafosse), la visibilidad de la enfermedad mental // Perlas

“Un amor intranquilo” de Joachim Lafosse es una de esas películas que no merecen pasar desapercibidas, por lo qué cuentan y por cómo lo cuentan dando voz e importancia al drama de las enfermedades mentales, las cuales hasta hace bien poco se guardaban bajo la alfombra a nivel mediático como una vergüenza social que no convenía difundir.

Aquí nos encontramos a un matrimonio de artistas bohemios que vive junto a su hijo, el cual es testigo de esos arrebatos de creatividad de su padre que, en verdad, lo que muestran son los síntomas de que algo no funciona bien en él por los altibajos de su carácter y algunos episodios excéntricos y estruendosos que avergüenzan a los suyos.

Una enfermedad que se presenta en clave de thriller familiar angustioso, más cuando la decisión a tomar es o hacer como que no pasa nada (a pesar de la evidencia) o realmente tomar el mando de la situación aunque eso implique enviar a una persona que quieres a un centro especializado para su tratamiento, más cuando se evidencia que la estancia en casa y unas dosis de litio que el paciente no toma lo que hacen es complicar más la situación. Una apuesta que pasa  del desparpajo inicial a la inestabilidad inquietante siendo una película que incorpora como elemento opresivo la pandemia que hemos vivido y la necesidad de una familia de convivir en una casa que termina siendo una reclusión irrespirable con personajes bien definidos conviviendo con la enfermedad cada uno desde su posición.

Leïla Bekhti y Damien Bonnard están brillantes en una descarnada mirada llena de cotidianidad sobre como una enfermedad mental pone patas arriba el hogar familiar tanto por el que lo padece, los que le cuidan y los que son testigos de ello, especialmente ese niño que se ve obligado en ocasiones incluso a mostrar la madurez que no le corresponde por edad pero atisbando que su padre necesita de la comprensión y los cuidados propios de su circunstancia. La cinta se aleja de todo idealismo mostrando aquella que no se ve pero con lo que se convive frente a la incomprensión de muchos y la inoperancia de otros tantos que, pudiendo poner medios, pretenden que problemas así se lidien solos.

Sincera, auténtica, sobrecogedora y sencilla sin cargar tintas ni tremendismos pero abordándolo con fina precisión, desarrollo orgánico y un equipo rodando con armonía y en el punto exacto de unos personajes que basan su complejidad en la realidad y calado de lo que padecen transmitiendo los miedos y experiencias del propio realizador el cual también sufrió el trastorno bipolar de su padre, circunstancia en la que se inspira una película que es de las primeras que hemos visto que ha sabido adaptarse a la realidad pandémica con las mascarillas y con esa sensación de opresión e incertidumbre propia del confinamiento que todavía fue más dañino para unas enfermedades que, al menos, en comparación con otras épocas parecen estar encontrando el foco que se merece poner en ellas, hechos a los que esta película contribuye sobremanera a la hora de visibilizar y poner en su justa medida.

Nacho Gonzalo

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