Capítulo 2

Duke y sus mujeres

Aunque John Wayne nunca se consideró un hombre atractivo, las mujeres le adoraban. Y algunas de las actrices más seductoras de Hollywood bebían los vientos por él. Joan Crawford, por ejemplo, hizo todo lo posible por conquistarle. Pero no tuvo éxito. Como tampoco lo tuvo Susan Hayward, que se había enamorado perdidamente de John mientras rodaban El conquistador de Mongolia. No siempre fue así. Clara Bow y Marlene Dietrich, por citar sólo dos nombres, incluyeron su nombre en su larga lista de conquistas masculinas. Y sobre un supuesto romance entre el actor y Gail Russell se habló largo y tendido en los mentideros de Hollywood. Otra cosa era compartir su vida con una mujer. A la hora de casarse, Duke siempre lo tuvo muy claro: no quería actrices y se volvía loco por las latinas.

 

 

Duke Morrison conoció a JosephineJosieSaenz, hija de una familia hispanoamericana de excelente posición económica y social, durante su primer año de estudios en la University of Southern California. La conocida inclinación del actor por las mujeres latinas explica la actitud de “amor a primera vista” que mantuvo con esta joven bella y cultivada: Wayne había salido con la hermana de Josie, pero cuando le presentaron a su futura esposa, supo inmediatamente que esta despampanante mujer sería parte fundamental de su vida. Los padres de Josie, sin embargo, no aprobaban su relación: ella era católica practicante y él un actorcillo que vivía a salto de mata, bebía demasiado y no mostraba interés por ningún tipo de religión. «Sólo le besaba -se quejaba él- si un sacerdote le daba permiso». Se casaron el 24 de junio de 1933, después de un noviazgo de siete años. Los problemas surgieron desde el primer momento. Wayne estaba siempre de viaje, rodando; él y Josie no tenían casi nada en común; ni amigos, ni costumbres, ni estilos de vida..., tan sólo el amor que sentían el uno por el otro. Pero ninguno estaba dispuesto a ceder para satisfacer al otro.

El hecho es que la relación de la pareja siempre fue precaria. Josie hacía gala de una actitud posesiva que irritaba al actor. Quería introducir a su marido en los ambientes aristocráticos que ella frecuentaba antes de su matrimonio, y éste se mostraba generalmente aburrido con sus amigos de la alta sociedad. También pretendía quitarle el vicio de la bebida y su malos modales. Es más, cometió el imperdonable pecado de no aceptar su círculo de amigos, pues aborrecía las borracheras que se corría su marido con John Ford y los colaboradores habituales. Fue la gota que colmó el vaso.

Los doce años de su matrimonio dieron como fruto cuatro hijos, dos varones y dos niñas: Michael (1934), Antonia Maria [Toni] (1936), Patrick (1938) y Melinda (1940). Se divorciaron en 1945, poco después del nacimiento de Melinda. El actor deseaba un divorcio inmediato, pero las creencias religiosas de Josie la hacían vacilar. Al cabo de seis años le concedió finalmente el divorcio. Duke se casó rápidamente con Esperanza Bauer (Chata), una actriz mexicana a la que había conocido en la ciudad de México en 1941. Aunque en la temporada inmediatamente posterior al divorcio su relación fue tormentosa, luego aprendieron a tratarse amistosamente. Patrick Wayne recordaría más tarde que ninguno de sus padres intentó jamás utilizar a sus hijos como peones del divorcio, y los hijos visitaban con frecuencia tanto a su madre como a su padre.

Duke no era un mujeriego, pero tampoco era un modelo de fidelidad. Quizá se debiera a que su matrimonio con Josie ya no marchaba bien, pero lo cierto es que el actor inició en el verano de 1940 un sonado romance con una de las grandes estrellas de la pantalla: Marlene Dietrich.

La actriz alemana, a la que precedía una bien ganada fama de devorahombres (en aquella época alternaba como amantes a Douglas Fairbanks Jr. y a Erich Maria Remarque), se prendó del rudo vaquero nada más conocerle en el comedor de la Universal. «Con aquel maravilloso andar suyo como si flotara -dijo el director Tay Garnett-, Marlene pasó junto a Wayne como si él fuera invisible, luego se detuvo, se medio giró y le estudió desde el último mechón del cabello hasta sus botas de cowboy. Entonces se volvió hacia mí y me susurró: «¡Oh, papi, cómprame esto!».

Lo que sucedió a continuación fue típico de la diva alemana. Según Donald Spoto, «un día de junio, después de las pruebas de vestuario para Siete pecadores, invitó a Wayne a un encuentro privado en su camerino de la Universal. Marlene despidió a los demás, cerró la puerta con llave y lanzó una provocativa mirada al actor, al tiempo que con su áspera voz le preguntaba sí sabía qué hora era. Respondiendo a su propia pregunta, Marlene se levantó la falda y allí, rodeándole el muslo, apareció una liga negra con un reloj. Después de mirar la hora, se quitó lentamente la falda y, observando de nuevo a Wayne, susurró: “Es muy temprano, querido. Disponemos de mucho tiempo”». Más tarde, Duke le contó a Pilar que él hizo entonces «lo que cualquier otro americano de sangre caliente hubiera hecho en aquellas circunstancias». Así comenzó un apasionado idilio que tardaría tres años en apagarse.

El rumor de una relación entre los dos actores corrió como la pólvora por los mentideros de Hollywood. Nadie se molestó en desmentirlo. De hecho, Marlene y Duke se comportaba a ojos de todo el mundo como dos completos enamorados: ella cocinaba para el actor en su bungalow y diariamente le llevaba la comida al plató de la Universal; ambos jugaban a las cartas durante los descansos entre toma y toma, asistían a partidos de fútbol y salían de la ciudad los fines de semana para ir a pescar al lago Arrowhead o pasar momentos de tranquilidad en Montecino o en San Luis Obispo.

Dietrich fue para Wayne algo más que una excelente compañera de cama. Fue la primera persona en la industria del cine, exceptuando a John Ford, que creyó en él. La actriz logró que Duke volviera a sentirse un hombre, tanto en la cama como en los platós. Entre ellos nunca hubo malentendidos ni promesas de matrimonio. Eran simples amantes que compartían momentos íntimos. Cuando todo terminó, Marlene rompió todos los lazos afectivos: «Gente desagradable, los actores -escribió ella años después-. El primero John Wayne. Necesitaba dinero y me suplicó que le ayudase... Wayne no era un hombre realmente brillante: se limitaba a recitar sus frases, eso es todo. Wayne no era un tipo distinguido ni muy excitante. Me confesó que nunca leía libros, lo cual prueba que no hace falta ser demasiado inteligente para convertirse en una gran estrella de cine». Después de Marlene Dietrich, Duke se vio con otras mujeres, entre ellas Paulette Goddard, con quien rodó Piratas del Mar Caribe, y Martha Scott, que le había dado la réplica en En el viejo Oklahoma.

 

El matrimonio de Duke con Josie fue pura felicidad conyugal comparado con lo que le tenía reservado el amor. El actor rindió las armas ante otra dama hispanoamericana el 18 de enero de 1946, fecha de su boda con una temperamental y seductora actriz mexicana cuyo nombre de soltera era Esperanza Bauer. Wayne la llamaba Chata, en español, por el perfil de su nariz. Cuando Duke la conoció en un viaje a México D.F. en 1941, Esperanza, hija de un inmigrante alemán y de una mejicana, era una simple aspirante a actriz. Tenía veinte años, un cuerpo escultural, un hermoso rostro y un gran magnetismo sensual. John, que por esas fechas ya andaba tramitando su divorcio, sucumbió rápidamente al encanto de la joven: «Esperanza -afirmó el actor a los pocos días de iniciar con ella su idilio- tiene todo lo que buscó en la mujer latina: una gran sensualidad, un cierto misterio y el sentido de la vida en familia».

Después de cartearse un cierto tiempo, Wayne, loco de amor por la bella mejicana, le dijo a Chata que cogiera un avión y se instalara en Hollywood para obligar a Josie a acceder a un divorcio rápido. Según todas las versiones, los amigos de Duke le aconsejaron que no se casara con su nuevo amor. Incluso le llegaron rumores de que en el pasado había ejercido la prostitución. Pero él hizo oídos sordos. Tras vivir dos años en la preciosa villa “D’Encino”, en Hollywood, John y Esperanza unieron sus destinos el 18 de enero de 1946, sólo unas semanas después del divorcio del actor. También este segundo matrimonio nació muerto, esta vez por culpa del mismo Wayne: el actor permitió que su suegra se instalara con ellos.

La apasionada relación entre Duke y Chata degeneró en el más turbulento de los tres matrimonios del actor. Aunque en apariencia eran compatibles a la hora de disfrutar de la gran vida en el circuito de fiestas de Hollywood, la pareja se enzarzaba en continuas y violentas peleas. Duke llegaba a casa más tarde cada noche, y al final simplemente no llegaba. En el frente doméstico, Esperanza y su madre maquinaban posibles venganzas y se confirmaban mutuamente la pobre opinión que les merecía el hombre de la casa. Ambas mujeres bebían mucho y pagaban sus frustraciones con John. El actor, que por entonces también era aficionado a la botella, daba rienda suelta a su genio con igual frecuencia. El matrimonio empezó a ocupar los titulares de prensa cuando Esperanza acusó a su marido de tener una aventura con la actriz Gail Russell, su pareja en El ángel y el pistolero y La venganza del bergatín. Wayne lo negó, aunque su historia no resultó del todo convincente. Chata tampoco era un modelo de fidelidad. Y a sus múltiples infidelidades -que ella no ocultaba- seguían terribles escenas de celos por parte de su marido. La pareja se separó en numerosas ocasiones, hasta que en el mes de octubre de 1953 llegó la ruptura definitiva, después de varios años de disputas, gritos, bofetadas, reconciliaciones y noches de intensa pasión.

El divorcio fue uno de los escándalos más jugosos del año en Hollywood. Ambas partes lanzaron acusaciones, incluidas algunas que rozaban lo absurdo. Esperanza presentó veintidós cargos de crueldad y Wayne contraatacó con treinta y un cargos propios, además de intentar vincular a Esperanza con Nick Hilton, el heredero del imperio hotelero. El lío fue monumental, Finalmente, Chata fracasó en su intento de obtener por vía judicial una parte ridículamente grande de los bienes de Wayne, y la modesta suma que le otorgó el tribunal no debió compensarle de sus esfuerzos. Se volvió a México a vivir con su madre, que luego murió alcoholizada.

En noviembre de 1954, justo al año del divorcio, Esperanza fue hallada muerta en un hotel de México D.F. Tenía treinta y dos años. La causa del fallecimientos fue un ataque al corazón, presumiblemente agravado por el alcoholismo. Tras su muerte, Duke se portó como un caballero y prefirió recordar los momentos felices que la pareja había compartido en los primeros tiempos de su matrimonio.

 

 

La tercera señora Wayne también era latina, una peruana de gran belleza llamada Pilar Palette. Duke y Pilar se conocieron en circunstancias muy peculiares. En 1951, el actor -por entonces casado con Esperanza- realizó un viaje a Perú para buscar localizaciones exóticas de cara a una de sus producciones. Durante su estancia en Lima visitó una producción norteamericana que se estaba rodando allí, Green Hells. Entre las protagonistas de la cinta se encontraba una joven actriz de veintidós años que respondía al nombre de Pilar Palette. Era menuda, frágil, muy distinguida, y poseía, aparte de una misteriosa sonrisa, unos fascinantes ojos negros. Wayne se enamoró inmediatamente de ella. Pero Pilar, que desconocía casi todo del actor, no le prestó demasiada atención. Además, estaba casada con Richard Weldy, director de relaciones públicas de una línea aérea norteamericana.

«Sabía que era un hombre muy importante, muy alto, muy guapo. Y no dejaba de pensar: “Qué voy a decirle”. Al final le comenté, intentando hacerme la sofisticada, “Sr. Wayne, estuvo usted maravilloso en ¿Por quién doblan las campanas?” En aquel momento todo el mundo se quedó callado, el Amazonas dejó de fluir, se hizo el silencio, y pensé: “Dios mío que es lo que he dicho”. Duke se echó a reír como un loco y me contestó: “Me confunde con mi amigo Gary Cooper”. Creo que el hecho de que yo no supiera quien era le hizo preguntarse: “¿Cómo puede ser tan estúpida para no conocerme?” Y pienso que eso le intrigó», escribió Pilar en sus memorias. Ambos volvieron a encontrarse tres años después, en Los Ángeles, donde la joven actriz estaba rodando una película. Y esta vez, Pilar, que ya estaba divorciada, no fue ajena a la química que se había creado entre los dos. Duke le pidió que se quedara en Hollywood y ella, perdidamente enamorada, accedió. Irónicamente, John se vio forzado a ocultar esta nueva relación a su segunda esposa, como había hecho con Josie la primera vez.

La pareja fue discreta hasta que Wayne obtuvo su segundo divorcio. Pero antes tuvieron que pasar por un auténtico calvario. Cuando Pilar le dijo a Wayne que estaba embarazada de tres meses, éste llamó corriendo a su abogado para ofrecer a Chata cualquier tipo de acuerdo que ella conviniese, con tal de acelerar el trámite del divorcio. Chata, sin embargo, buscaba venganza y no dinero, y su odio aumentaba con cada botella de ginebra que se bebía (y eran muchas). Como la cosa se complicaba sin remedio, los directivos de la Warner Brothers, mostraron al actor su preocupación. Le hicieron ver que, como había sucedido con Ingrid Bergman (su fuga a Italia para unirse a Rossellini), una separación escandalosa era lo que menos le interesaba a una estrella de su reputación. Chata no paraba de acosarle y le desacreditaba en los Tribunales durante las vista del divorcio, mientras que los moralistas de Hollywood le cercaban como buitres alrededor de la presa.

Pilar se ofreció entonces a abortar, aun en contra de sus creencias, con tal de solucionar el problema. Pero Duke se negó tajantemente. Estaba seguro de que podría encontrar alguna solución. Barajó todo tipo de posibilidades, incluso que escondieran al niño en México hasta que él fuera realmente libre. Todo fue inútil. Al final, Pilar, viendo que Chata estaba haciendo pasar al actor por un infierno, decidió abortar sin su consentimiento. Fue un triste final.

La boda se celebró el 1 de noviembre de 1954 en Hawai. Ella no volvió a aparecer en pantalla y se contentó con criar a los hijos que tuvo con Wayne: Aissa en 1956, John Ethan en 1962 y Marissa en 1966. Pilar era una mujer tranquila y digna que parecía reunir las mejores cualidades de las dos ex-mujeres de John, sin la temperamental vena latina que ambas tenían. Sobre Pilar comentó: «Puedo decirle por qué la quiero. Su dignidad me provoca auténtico deseo. Veo ese rostro tan maravillosamente clásico y veo en él un sentido del humor que me encanta. Cuando la miro pienso en cosas maravillosas, emocionantes, decentes». Duke había encontrado por fin la felicidad. Pilar le dio aliento en los años más productivos de su carrera. No era una juerguista alocada, pero, demostrando muy buena disposición, toleraba a los compañeros de borracheras de su marido. Fue ella quien ayudó al actor en su casi milagrosa recuperación del cáncer en 1964, e hizo todo lo que estuvo en su mano porque la familia se mantuviera todo lo unida posible a lo largo de los años.

«Ella amaba profundamente a mi padre -comentó Aissa Wayne-, recuerdo que le cortaba las uñas de los pies, se los envolvía en una toalla caliente y le mimaba como a un bebé. Pienso que eso era lo que necesitaba realmente de una mujer». Según uno de sus biógrafos, «Duke se movía en un mundo de estereotipos, un mundo muy simple. En ese mundo, las mujeres latinas escuchaban a sus maridos, no discutían con ellos. Podían ser muy bravas, pero eran fieles y comprensivas. Eran, en muchos sentidos, justo lo que su madre no era. Creo que a Wayne le atraían las mujeres muy diferentes de su madre».

Al principio su relación con los tres hijos mayores de Duke no fue muy estrecha. Michael nunca la aceptó como esposa de su padre, según las memorias de la propia Pilar, y a Michael, que compartía las firmes creencias religiosas de su madre biológica, le costaba admitir que el matrimonio entre sus padres había acabado. A pesar de todo, se puede decir que la familia disfrutó de muchos momentos maravillosos.

Ante el asombro de gran parte de Hollywood, Wayne y Pilar se separaron en 1973. No es fácil apuntar las causas, pero hay una buena explicación en el libro de Pilar “Duke: my Life with John Wayne”. No hubo un hecho concreto que precipitara su separación, más bien se fueron distanciando poco a poco. Siguieron siendo muy buenos amigos hasta el final, y hablaron de volver juntos, a pesar del sonado romance que en sus últimos años mantuvo Duke con su secretaria particular, Pat Stacy, la mujer con la que se habría casado si ella hubiera accedido a sus deseos. Pero Pat, mujer profundamente honrada, nunca quiso convertirse en la esposa del ídolo para no ser tachada de oportunista y crear problemas en el reparto de la herencia. Cuando la salud de Duke empeoró y hubo que hospitalizarle, familiares y amigos se turnaron constantemente a la cabecera de su lecho. Pero una sola persona estuvo con él día y noche, durante su enfermedad y larga agonía: Pat.

«No puedo reprocharle nada a Pat. Amo todavía a John, pero reconozco que éste tiene muchas más cosas en común con ella que conmigo. Sin duda alguna, es la mujer que necesita para ser plenamente dichoso», afirmó Pilar durante una entrevista, unos días después de su divorcio. Su generosidad y gran corazón llegó aún más lejos: reveló a la joven Pat cómo cuidar del viejo vaquero, quien ya por entonces se encontraba gravemente enfermo. Le enseñó cuáles eran sus comidas de régimen favoritas y cómo debía prepararlas. La instruyó también en todo lo referente a la preparación y dosificación de sus medicamentos. Finalmente, le indicó cómo debía dormir, en posición elevada, con dos almohadones, para que su pulmón -operado dos años antes- y su delicado corazón no se resintiesen. Tras la separación, Pilar se trasladó a un apartamento llamado “Big Canyon”, para empezar una nueva vida como decoradora de interiores. Publicó sus memorias, “Duke: my Life with John Wayne”, que se convirtieron en un best-seller, y en la actualidad dedica todo su tiempo a la pintura. Tiene una galería en Fort Worth, localidad cercana a Dallas, en el Estado de Texas, y allí pueden contemplarse muchas de sus obras, cuyo estilo al decir de los expertos raya en lo naïf.

Pilar no mantiene mucho contacto con los hijos mayores de Wayne y su relación con Michael sigue siendo tensa. Pero está unidísima a los hijos que tuvo con el actor, que la visitan con frecuencia en su casa. Quienes frecuentan su amistad no dudan en afirmar lo mucho que ama al hombre al que todavía alude como “mi marido”. No es de extrañar que aún se presente con orgullo como la señora de John Wayne. Pilar tiene incluso una página web en Internet, en la que, además de retratos del actor y otros trabajos artísticos, se pueden encontrar fotos del álbum familiar.

Si había una cosa que John Wayne valoraba tanto como el amor a la patria, era el amor a la familia. Duke se ganó a lo largo de su vida la fama de consumado hombre de familia, a pesar de haber sufrido dos tormentosos divorcios y la separación de su última esposa. Quienes le conocieron no dudan en afirmar que a Wayne se le caía la baba con sus hijos, sobre todo con los que tuvo ya mayor, y ellos sentían lo mismo por él. «Mi madre murió siendo yo muy niño -declaró su hijo Patrick- y, aunque él se volvió a casar, nunca se olvidó de nosotros. Recuerdo con emoción los rodajes... como niño me parecía increíble que una persona que manejaba con tanta habilidad el rifle o sacudía con tanta eficacia a los adversarios pudiera ser tan simpático cuando nos leía un cuento».

Su familia era su mejor tesoro. Pero pocas veces pudo reunirse con toda su familia. Causas de toda índole -profesionales y privadas- lo impidieron. «Su agobiante jornada profesiona y el placer personal que le proporcionaban la caza y la pesca, así como beber y jugar a las cartas con sus amigos, puede que le costaran un par de matrimonios; pero uno tenía que ver a sus siete hijos y a sus veintiún nietos para comprender que Duke hallaba tiempo para ser un buen padre», dijo Ronald Reagan.

Hasta el día de su muerte gozó pasando las horas con ellos y haciendo lo que podía para que no les faltara de nada. «He tratado de vivir mi vida», señalaba frecuentemente, «para que mi familia me quiera y mis amigos me respeten. Los otros pueden hacer lo que les venga en gana». Esta lealtad tuvo su justa correspondencia y, al contario que muchos hijos de actores famosos, la prole de Wayne nunca provocó titulares con comportamientos embarazosos. Todos estos años han llevado una vida discreta y muy digna.

El hijo mayor, Michael, terminó dirigiendo la compañía productora de Wayne en los años sesenta; su hijo Patrick, el actor, hizo papeles cortos en algunas películas de su padre y después protagonistas en el cine y en la televisión, sin hacerse notar mucho. Los tres más pequeños también aparecieron con Wayne como sus hijos o nietos en algunos filmes durante los años sesenta y setenta.