Introducción

 

Siempre nos quedará Casablanca

 

Antes un icono que una obra de arte, Casablanca es, posiblemente, la película más famosa de la historia del cine. Su popularidad es tan grande que ha sobrepasado los límites de la leyenda para convertirse en un símbolo universal del séptimo arte. Y su actualidad es tan absoluta que desconcierta. Este monumento de celuloide, ajeno al paso del tiempo y al efecto corrosivo de las modas es, junto a Lo que el viento se llevó -su equivalente en Technicolor-, el filme más comentado de todos los tiempos.

Libros, entrevistas, artículos, memorias, ensayos y tesis doctorales forman un completo arsenal destinado a desentrañar el misterio de la perennidad de este mito inagotable. Sociólogos, psicólogos, freudianos, feministas y otros altos pensadores han analizado la película y han llegado a conclusiones fascinantes. Howard Koch, por ejemplo, definió el filme como una  y a sus fieles se les llama “casablanquistas”.

Se conocen paso a paso los avatares de su realización, las anécdotas de su caótico rodaje, las estrategias comerciales del estudio y se sabe que el secreto de su éxito radica en una serie de maravillosas casualidades, pero también en la milagrosa conjunción de una docena de admirables artistas en estado de gracia, que lograron componer un equipo creador de perfección tal vez igualada, pero nunca superada.

Casablanca es casi con total seguridad -para asombro de aquellos implicados en sus producción- la película de la historia del cine que más se disfruta viendo una y otra vez. En cada ocasión, alguna joya de su catálogo de diálogos ingeniosos e irónicos te golpea como si fuese nueva. Todo en ella roza la genialidad, cuando no la toca a fondo.

Dada su turbulenta historia, Casablanca fue sumamente afortunada a todos los niveles.