En 1944, Otto Preminger dirigió todo un clásico, el film noir Laura, con guión de Jay Dratler, Samuel Holfenstein y Betty Reinhardt sobre la novela de Vera Caspary. Los papeles principales fueron para Gene Tierney, Dana Andrews, Clifton Webb y Vincent Price como Shelby Carpenter, el novio infiel de la protagonista. Tierney, cuya enigmática imagen quedó unida a Laura Hunt para la posteridad, es la directora de una agencia publicitaria a la que encuentran muerta en su apartamento de Nueva York. Un detective (Andrews) investiga el caso interrogando al círculo de personas de quien se rodeaba la fallecida. A medida que va descubriendo a Laura, se va enamorando de ella a través de su belleza plasmada en un retrato y de la personalidad que reconstruye con los testimonios de las personas a las que entrevista. La primera gran película americana del alemán Preminger, Laura, es un fascinante y onírico thriller en blanco y negro (el director de fotografía Joseph La Shelle ganó un Oscar en 1944 por su excelente trabajo), que, más allá de la trama policíaca, supone una sutil variante del mito de Pigmalión, con Dana Andrews idealizando, al igual que el rey de Chipre, a una mujer inexistente (la de éste era una estatua, la de Andrews el cuadro de una finada), y, como sucede también con el chipriota, un cambio inesperado insufla vida a la fémina aparentemente inerte.

De toda su filmografía, Price siempre prefirió Laura, que consideraba una de las pocas películas perfectas, nada pretenciosa, simple y brillante, y recordaba el desastre que había supuesto un remake para televisión.

Después de Laura, Vincent Price volvió a trabajar con Otto Preminger en La zarina (A Royal Scandal, 1945), basada en la comedia Czarina, que, desgraciadamente, no está a la altura de su película anterior. La Fox creyó conveniente que Ernst Lubitsch y Otto Preminger trabajaran juntos, pero al poco de iniciado el rodaje, Lubitsch sufrió un ataque al corazón y Preminger acabó la película. Price consideraba que Lubitsch era uno de los grandes directores de comedia y, sin embargo, para él Preminger tenía el sentido del humor «de una guillotina». La zarina fue un fracaso. Al frente del reparto, Tallulah Bankhead, Charles Coburn, Anne Baxter, William Eythe y Vincent Price como el marqués de Fleury. El guión es de Edwin Mayer y la fotografía de Arthur Miller.

Gene Tierney protagonizó en 1945 Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven), de John M. Stahl, otro de los grandes clásicos de la Fox y otra de las películas preferidas por Price. Con guión de Joe Swerling sobre la novela de Ben Ames Williams, cuenta la degeneración de una pareja a causa de los celos enfermizos de la mujer, Ellen Benent (Tierney), capaz de asesinar al hermano inválido de su compañero, Richard Harlan (Cornel Wilde), y tirarse por las escaleras para abortar y conseguir así una mayor atención de su enamorado. Vincent Price es Russell Quinton, ex prometido de Ellen y fiscal implacable en el juicio final contra la hermana (Jeanne Crain) de Harlan, acusada del asesinato de Benent, quien en verdad se ha suicidado con el enloquecido objetivo de culpar de su muerte a su cuñada. Que el cielo la juzgue es la obra maestra de Stahl, que utiliza el color de una manera muy sugerente y original para un melodrama criminal, característica en la que tuvo mucho que ver la cuidada fotografía de Leon Shamroy. Alfred Newman se encargó de la música, al igual que en la película de la que nos ocuparemos a continuación.   

El castillo de Dragonwyck (Dragonwyck) comenzó a rodarse en febrero de 1945. Aunque en un principio la iba a dirigir Ernst Lubitsch, éste, debido a su enfermedad, decidió centrarse sólo en la producción y finalmente fue Joseph L. Mankiewicz, que únicamente iba a escribir el guión, quien dirigió la película, convirtiéndose así en su opera prima.

La historia, basada en una novela de Anya Seton, se desarrolla en la Connecticut de 1884, donde Nicholas Van Rynn (Vincent Price) se casa con su joven prima Miranda Wells (Gene Tierney) tras la muerte de su esposa en extrañas circunstancias. Miranda, que va a vivir con su marido al castillo de Dragonwyck, queda embarazada y da a luz a un niño que muere el mismo día del bautizo, lo que desquicia aún más al ya inestable Van Rynn, que asesinó a su mujer anterior porque era estéril y pretende hacer lo mismo con Miranda.

Price debió disfrutar encarnando al loco y drogadicto Van Rynn -antecedente de sus personajes para la American International Pictures-, pues también El castillo de Dragonwyck está entre sus trabajos preferidos, y tampoco desagradó su personaje a la crítica de Hollywood, que ya comenzaba a considerar la categoría estelar del actor. Vincent luchó duro para conseguir este personaje, pues sus ingenuos jefes de la Fox no le veían interpretando a un villano del tal calaña, pero Mankiewickz entró al trapo y le dio el papel. No intuía el actor que Mankiewicz, al que le fascinaba «la locura del personaje interpretado por Vincent Price»2, se convertiría a la postre en un director de prestigio que no volvería a contar con él.

A continuación tenía que trabajar en Ambiciosa (Forever Amber, 1947), de Otto Preminger, pero diversos problemas hicieron que fuera sustituido por Richard Greene, al igual que a Peggy Cummins la sustituyó Linda Darnell. Así pues, el actor se embarcó en otro proyecto, un film de Serie B titulado El susto (Shock, 1946), dirigido por Alfred Werker, y donde encarna al doctor Richard Cross, un psiquiatra asesino que se anticipa a los diferentes y conocidos mad doctors que interpretaría a lo largo de su carrera.

La última película del contrato de Vincent Price con la Fox, Moss Rose (1947), del actor y director de origen ruso Gregory Ratoff, cuenta la ascensión social de una joven y ambiciosa corista que se ve envuelta en una intriga criminal. Vincent interpreta al inspector Clinner, y tuvo la oportunidad de trabajar con la gran actriz Ethel Barrymore, a la que destacaba como una mujer muy simpática y familiar y una entusiasta del béisbol.

 

Villanos por doquier

En 1947, Price vuelve a trabajar para la Universal en La araña (The Web, 1947), un film policíaco de Michael Gordon donde interpreta al malvado Andrew Colby. En Noche eterna (The Long Night, 1947), dirigida por Anatole Litvak para la RKO, nueva versión de Le Jeur se Lève (1939), de Marcel Carné, Vincent aparece ataviado como Maximilian, un mago poco fiable relacionado con una joven (Barbara Bel Geddes) que intenta indagar en la vida privada de un criminal (Henry Fonda).

Otra vez en la Universal, el actor interpretó al alcalde corrupto Tweed en Up in Central Park (1948), de William A. Seiter. Para el crítico Thomas Pryor, del “New York Times”, Vincent no era el actor apropiado para el personaje. Sin embargo, su fama era ya considerable y se formó su primer club de fans. En esta película conoció a Mary Grant, diseñadora de vestuario a la que le unía la pasión por el arte y con la que llegaría a casarse.

Poco después del fracaso de Up in Central Park, la Metro Goldwyn Mayer le contrató para interpretar al Cardenal Richelieu (al que dota de una serenidad inquietante y una sonrisa obscena) en Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, 1948), la más conocida versión cinematográfica del clásico de aventuras de Alejandro Dumas. Los rivales del bellaco interpretado por Price son Gene Kelly (D’Artagnan), Van Heflin (Athos), Robert Coote (Aramis) y Gig Young (Porthos). La hermosa Lana Turner es Milady de Winter; June Allyson, Constanza; y Angela Lansbury lleva la corona de la reina Ana. En la dirección, George Sidney, artífice de importantes musicales, lo que se entrevé en las divertidas coreografías de lucha de Gene Kelly. El guión es de Robert Ardrey y la música de Herbert Stothart, aunque se recurre a Tchaikovsky constantemente. Los tres mosqueteros es una buena película de aventuras, no exenta de humor y con algunos momentos melodramáticos. Rodada en Technicolor, se nos deleita con una feria cromática en los suntuosos vestidos y los majestuosos decorados que nos remontan a la Francia de Luis XIII.

Una vez abandonadas las capas y espadas, Price encarnó al alemán Mark Van Ratten en La legión de los condenados (Rogue’s Regiment, 1948), una cinta de espías. La dirección de la película corresponde al francés Robert Florey, responsable de El doble asesinato de la calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932) e incluso de una temprana y desconocida versión de La caída de la casa Usher (1928).

Soborno (The Bribe, 1949), dirigida por Robert Z. Leonard, es un film policíaco con un detective, Rigby (Robert Taylor), que investiga el tráfico de excedentes de aviones de guerra encabezado por Carwood (Vincent Price) y que se enamora de Elizabeth Hintten (Ava Gardner), presuntamente implicada también. En la película aparece Charles Laughton, de quien Price dijo que era un hombre extraordinario a pesar de sus excentricidades. 

En 1949, Price y Edith Barrett se divorciaron. La carrera de la actriz, que había trabajado en clásicos como I Walked With a Zombie (1943), de Jacques Tourneur, y Alma rebelde (Jane Eyre, 1944), de Robert Stevenson, había sufrido un declive a la par que la de su marido ascendía notablemente, lo que originó algunas disputas profesionales, sobre todo cuando sus papeles en La canción de Bernardette y Las llaves del reino fueron de menor envergadura que los de Price, e irremediablemente personales. Barrett debió sentirse infravalorada y su carácter se agrió hasta el punto de resentir la relación con su marido.

No mucho después de su divorcio de Barrett, Price contrajo matrimonio con Mary Grant (el 28 de agosto de 1949). Fruto de esta unión nació, el 27 de abril de 1962, Victoria Price, guionista de televisión y autora de “Vincent Price: A Daugther’s Biography”, libro que hemos citado en estas mismas páginas. Aunque el enlace fue más duradero que el anterior, las desavenencias llegaron y en 1973 Price y Grant decidieron disolver su compromiso.

En el verano de 1949, Vincent, con el ojo derecho quemado por un accidente, comenzó a rodar Bagdad, de Charles Lamont, como el despiadado gobernador turco Pasha Ali Nadim. La protagonista es Maureen O’Hara como la princesa Marjan, que debe vengar la muerte de su padre. Aunque la acción transcurre en Turquía, la película se filmó en Lone Pine, California, bajo un sol abrasador. Para ambientar la historia consiguieron camellos, uno de los cuales estaba en celo y, debido a sus gritos, pararon el rodaje en varias ocasiones.

 

Un respiro antes del horror definitivo

Antes de que llegaran Los crímenes del museo de cera, el actor tuvo tiempo de tomar aliento, entre sus malvados anteriores y Henry Jarrod, para embutirse en algunos sujetos de mejor ralea, personajes con un cariz más amable, o, al menos, más divertido, tal es el caso de Burnbridge Waters, presidente de Milady Soap Company, en la comedia Champagne for Caesar, de Richard Whorf, cuyo argumento gira en torno de los concursos televisivos de pregunta/respuesta. El protagonista de la historia, que consigue ganar el premio gordo y a quien debe frenar el director de una fábrica (Vincent Price) que patrocina el concurso, está interpretado por Ronald Colman, uno de los actores favoritos de Vincent. Éste solía oír a Colman en el show radiofónico de Jack Benny, donde interpretaba al vecino al que Benny gorroneaba. Cuando la flamante pareja Ronald Colman/Benita Hume invitó a cenar a los Price, éstos, ni cortos ni perezosos, se presentaron en la casa más cercana a la de Jack Benny, llamaron al timbre y dijeron «Mr. y Mrs. Colman nos esperan». Pero no vivían allí, nunca lo habían hecho. ¡Vincent Price siempre creyó que Colman era realmente el vecino de Jack Benny! Para colmo de males los Price no conocían la dirección real y tampoco un número de teléfono donde llamarles. Por fin, encontraron el domicilio, pero llegaron tarde a la cena porque estaban bastante lejos. 

En la segunda película de Samuel Fuller, The Baron of Arizona (1950), Price interpreta a un pícaro que se proclama barón falsificando unos papeles. Según el crítico Evening Herald, la elección de Price para ese papel estaba muy acertada. Se estrenó en marzo de 1950 en Phoenix, Arizona, con una buena acogida de público. Para tal ocasión se cocinó un enorme pastel con la forma del estado de Arizona, pero la algarabía duró poco, pues The Baron of Arizona no tardaría en pasar al olvido.

En 1950 participó en Curtain Call at Cactus Creek (1950), de Charles Lamont, un western cómico-musical protagonizado por Donald O’Connor y donde Price da vida a Tracy Holland. Debía montar a caballo, animal que a Price no le gustaba demasiado porque decía que él tenía «las piernas demasiado largas y el torso muy corto» para subirse a ellos. Howard Hughes, que había comprado la RKO -a la que por cierto llevó a la quiebra-, contrató a Price para Las fronteras del crimen (His Kind of Woman, 1951), de John Farrow, donde Dan Miller (Robert Mitchum), un jugador que se enamora de la cantante Lenore (Jane Russell), tendrá que vérselas con unos individuos en un rancho mejicano. Price interpreta a Mark Cardigan, personaje que, según el crítico Darr Smith, de “Los Angeles Daily News”, es lo mejor de la película. Ésta se iba a llamar en principio The Smiler With a Gun.

En La taberna de Nueva Orleans (Adventures of Captain Fabian, 1951), de William Marshall, rodada no sin problemas en el sur de Francia, volvió a encontrarse con Errol Flynn, autor del guión. En el equipo técnico-artístico abundan los franceses, entre los que se encuentran la protagonista, Micheline Presle (Prelle en Estados Unidos), actriz de maestros como Georg Wilhelm Pabst, Abel Gance y Marcel L’Herbier. Vincent da vida a George Brissac. Su esposa, Mary Grant, se encargó del vestuario. Ambos aprovecharon su viaje a Francia para realizar una ruta artística por París. Las Vegas (The Las Vegas Story, 1952), de Robert Stevenson, emparejó a Vincent Price con Jane Russell. Interpretan a un matrimonio, Lloyd y Linda Rollins, que se disuelve después de parar en Las Vegas durante su viaje por Los Angeles. En la luminosa ciudad del ocio, donde ella había sido cantante de nightclub, Lloyd contrae una fuerte deuda que le lleva a la cárcel; Linda, por su parte, vuelve a enamorarse del sheriff Andrews (Victor Mature), su antigua pareja.

 

Los crímenes de cera de Henry Jarrod

A principios de los 50, Price estaba un poco cansado de hacer del malo de la película y, tras su positiva experiencia con otros caracteres, quería dar un giro y alejarse de los individuos torvos, pero el bueno de Bink desconocía que la más absoluta oscuridad estaba aún por llegar. Cuando andaba con la idea de encauzar su trayectoria fuera del horror, se le presentó una encrucijada: elegir entre la comedia de Broadway “My Three Angels”, que iba a dirigir José Ferrer, o la película Los crímenes del museo de cera, donde encarnaría a un desquiciado. Por suerte para el fantastique, Price eligió la segunda oferta, un trabajo que ya, inexorablemente, le catapultó a la galaxia de las estrellas del terror.

Los crímenes del museo de cera (House of Wax, 1953) es una delicia del género, que reafirmó a Vincent Price como un actor ideal para interpretar tipos de psique turbia, tendentes a la aberración y capaces de gozar con los actos más deleznables. Así es Henry Jarrod, escultor de figuras de cera que, en principio, es un artista que adora la belleza y ama sus creaciones como si estuviesen vivas, pues son su única compañía. Se niega a plasmar imágenes tétricas para su museo, pues no quiere complacer la “curiosidad morbosa” del público. Una noche, su socio, mucho más materialista que él, prende fuego al local con el escultor dentro para cobrar la indemnización del seguro. Jarrod, que sobrevive al incendio con graves secuelas físicas y psíquicas, alberga un odio desmesurado fruto de la destrucción de sus “criaturas”. Con el rostro desfigurado se dedica a cometer diversos asesinatos, entre ellos los de su socio y Cathy, la amante de éste, cuya amiga, Sue, se salva de ser asesinada también. Ya con la horrible cara oculta por una réplica exacta de la original, creada gracias a las habilidades del artista, inaugura un nuevo museo donde representa crímenes históricos y asesinatos modernos. Obsesionado con la que era su obra maestra, la figura de Maria Antonieta, invita a Sue, que se ha percatado del misterioso parecido que la estatua de Juana de Arco guarda con su desaparecida amiga Cathy, a que pose para él. El desenlace nos rebela la tétrica realidad: las figuras no son sino cadáveres recubiertos de cera.

La película, dirigida por el francés André de Toth para la Warner, con guión de Crane Wilbur sobre una historia de Charles Belden, es un remake de Los crímenes del museo (The Mistery of the Wax Museum, 1933), de Michael Curtiz y protagonizada por Lionel Atwill y Fay Wray. La versión que nos ocupa es bastante más conocida que la del director de Casablanca, entre otras cosas porque se rodó en Natural Vision 3-D, o sea, tres dimensiones, lo que era un acontecimiento entonces y hoy no es sino una anécdota. La publicidad animaba al espectador con frases rimbombantes y engañosas del tipo «¡Salta directamente de la pantalla a su regazo!» y «¡Vea enloquecidos y lascivos monstruos saltar de la pantalla al patio de butacas!». Realmente merece la pena concentrarse en la película y no perder el tiempo colocándose las gafas bicolor, aunque aparezcan unas bailarinas de can-can enseñándonos las piernas en medio del salón. Curiosamente, André de Toth, ciego de un ojo, no pudo disfrutar de la visión de estos efectos tridimensionales.

La música de David Buttolph mantiene la tensión en todo momento. Junto a Vincent Price, inolvidable ya como Henry Jarrod, encontramos a un pétreo Charles Buchinsky -más tarde de todos conocido como el justiciero Charles Bronson-, con quien Price volvería a coincidir en El amo del mundo.

En Los crímenes del museo de cera, Vincent Price esconde su rostro tras el maquillaje, obra de Gordon Bau, quien estudió diferentes tipos de quemaduras junto a dos doctores, en varias ocasiones: al principio, cuando comete sus crímenes y al final de la película, momentos en los que vemos el semblante desfigurado del personaje. El maquillaje, harto complicado, tardaba unas tres horas en colocarse y más o menos lo mismo en quitarse. Cuando lo tenía puesto, Price sólo podía beber, y a veces lo llevaba durante diez horas. En una ocasión, el actor llegó a desmayarse por falta de oxígeno. Para una de las escenas finales, cuando Sue destroza el rostro de Jarrod y descubre sus tremendas heridas, Price tuvo que soportar dos máscaras, ya que se hizo una en cera de su cara que se colocó sobre la otra de su rostro quemado. Por suerte sólo hubo que hacer una sola toma. Pocas veces más a lo largo de su carrera dejaría Price que se transformara su rostro con tal obstinación.

Gracias a Vincent Price, Henry Jarrod se ha convertido en una figura indispensable de la cámara de los horrores de la historia del género.