"Claroscuro"

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El argumento: Estados Unidos, década de 1920. Clare es una mujer mulata casada con un racista blanco que se hace pasar por blanca, incluso ante su marido, para beneficiarse del estatus social y económico que les era negado a los negros en aquella época.

Conviene ver: "Claroscuro" ha tenido un limitado lanzamiento en salas antes de su estreno en la plataforma Netflix suponiendo el debut en la dirección de la actriz Rebecca Hall adaptando una novela de Nella Larsen de 1929 que contaba una historia de racismo y apariencia en una sociedad en la que dos mujeres se coartan y se ocultan, tanto su identidad como sus sueños, por la represión de un entorno segregado. Un tema que interesó tanto a la novelista como a la directora ya que el abuelo materno de Hall fue un hombre negro que se hacía pasar por blanco además del hecho de que la autora recogió en su obra un fenómeno nada inhabitual en el entorno que se movía por aquella época.

Una película que se centra en una fotografía cuidada y exquisita, en la que el blanco y negro no sólo es una evocación clásica sino que se permite jugar con los rostros de unas mujeres que, por la tonalidad de su piel, pueden hacerse pasar por blancas desde un punto de vista aspiracional y pragmático ya que, como se comenta en una de las conversaciones de la cinta, es más fácil eso que ver a un blanco intentando hacer creer que es negro. Hay refinamiento y melancolía en una cinta que incluso juega con una premisa hitchcockiana como es la del juego de las identidades que lleva a estas dos mujeres a volver a toparse con sus fantasmas y a tener en cuenta el desprecio que provocan a los demás cuando sus caminos se encuentran de nuevo habiendo creído hasta ese instante que cada una de ellas había alcanzado, a su manera, la felicidad.

“Claroscuro” se adentra en el Nueva York de la década de los 20 en el que vemos a una mujer joven y atractiva que, con una pamela estratégicamente escogida, oculta parte de su rostro cuando viaja al centro de la ciudad con el fin de comprar un regalo a su hijo por su cumpleaños. De repente la sensación de agobio, tanto por estar en un lugar que siente que no le corresponde y por el calor del verano, le lleva a tener un mareo que hará que vaya a un hotel para tomar un refrigerio y algo de aire. Ella es Irene Redfield, vive en la parte buena de Harlem y tiene una vida cómoda a pesar de todo dentro de la burbuja de su barrio, con buenas amistades y siendo respetada en la zona, centrada en obras benéficas y casada con un prestigioso doctor (más negro que ella y que se duerme por las esquinas) y madre de dos niños que poco a poco van tomando consciencia de lo que es ser negro en un país como Estados Unidos empezando a recibir los primeros insultos en el colegio por su condición o siendo conocedores de las revueltas o los abusos de los que son víctimas la gente de su raza.

De una manera fortuita Irene se topa con Clare Kendry, amiga de la infancia y que todavía puede hacerse pasar por más blanca que ella, teniendo en cuenta su origen mulato y estando casada con un hombre de negocios blanco que para poco por casa y que demuestra desde su primera aparición un racismo nada oculto. Clare es una mujer que se siente libre y que ha sabido adaptarse al modo de vida como blanca, con el precio de ocultar sus orígenes para poder llegar a algo, creyéndose feliz por la pura fachada, algo que se desmonta cuando las dos mujeres vuelven a entrar en contacto y Clare, debido a su manifiesta soledad tanto física como psicológica, se reencuentra gracias a Irene con aquello que dejó atrás y de lo que procede, aprovechando su estancia en Nueva York para poco a poco ir introduciéndose en la vida de Irene, encandilando al marido, los hijos, la asistenta y los amigos de ésta, y participando con ellos de una vida social que consiste en asistir a fiestas y clubs nocturnos, estando rodeada de gente negra, volviendo a sentir liberación respecto al encierro autoimpuesto en el que ha vivido con el fin de poder prosperar.

“Claroscuro” se mueve entre mensajes y subtextos (destacando especialmente su primer encuentro en el hotel en el que sus miedos y formas de vida se ponen sobre la mesa) en el que unas personas se hacen daño a sí mismas a pesar de todo lo que les une por el hecho de, tras acostumbrarse a tener una vida que no sienten como la suya, volver a abrazar aquello a lo que renunciaron, algo que no será fácil en una sociedad en la que se quiere que uno se defina de una manera a otra y, en base a eso, se forme parte de un determinado grupo.

Y es que si por un lado Claire se tira sin red a la vida que en verdad le hubiera gustado construir, sin tener que fingir ser otra persona, Irene se siente amenazada cuando una fuerza del exterior pide paso amenazando la estabilidad que ha logrado en su vida e, incluso, planteándose si lo que ha ido formando a su alrededor es verdaderamente sólido, volviendo a sentirse agobiada por unas sensaciones que había enterrado, gracias al calor de su familia y la rutina de su día a día, y por las que no había fomentado frente a su marido la posibilidad de trasladarse al extranjero para empezar una nueva vida.

Cada detalle de “Claroscuro” está cuidado al máximo amparándose en la excelsa fotografía de Eduard Grau, subrayado por un formato de 4/3 que fomenta la sensación de opresión en la que cada fiesta tiene su propio aire de felicidad pero también de decadencia, la casa en la que vive Irene tiene todas las comodidades pero también tiene su poso de prisión y el juego de escaleras se adentra en los miedos y en el retrato de las distintas clases sociales. Es realmente desoladora esa llegada a la fiesta final en la que vemos a Claire y al marido de Irene subiendo las escaleras de manera distendida ante la noche de alegrías y baile que se presenta mientras que Claire se mueve varios pasos atrás, cariacontecida y despojada de su vitalidad, la cual le ha sido arrebatada por una Claire que, más que darle luz y alegría con su ímpetu, tan soberbio como vulnerable, le ha hecho darse cuenta de que todo es fachada y que sigue presa de sus miedos sin la posibilidad de desenvolverse con la libertad que su amiga parece haber descubierto, a pesar de las consecuencias que puede tener para ello en un entorno hostil alejado de esa burbuja de gueto que es muy distinta que lo que representa el resto del país frente a los que son diferentes como ellos.

Rebecca Hall se luce en lo estético y en el trabajo de dos actrices extraordinarias, aunque el conjunto parece ensimismarse en su languidez y, por momentos, a pesar de que la luz de un día caluroso va oscureciendo hacia la nieve del frío invierno, no queda matizado como debiera ese microcosmos en el que ellas se mueven, además de por unos cambios bruscos como saltos temporales que más que dar agilidad lo que provocan es que lo que ocurre entre escena y escena no quede muy definido, dando la sensación de que se nos priva información, pasando casi sin corte de una noche en la que Irene deja que su marido y Claire acudan ellos solos a una fiesta o otra (se supone semanas después) en la que vemos a Irene sentada junto a su marido en un club nocturno con Claire habiéndose ido de la ciudad ya hace tiempo. Es por eso que la cinta tiene más forma que consistencia abordada con sobriedad, preciosismo y buen gusto y con unas Tessa Thompson y Ruth Negga que bordan sus personajes acompañadas de André Holland, Alexander Skarsgård y Bill Camp.

A pesar de que Tessa Thomspon está estupenda, con un rostro que transmite con luminosidad su viaje en la película, el personaje de Ruth Negga, esa Claire que irrumpe como un huracán, es el que está llevándose más alabanzas y que bien podría contar en la próxima carrera de premios. Todo ello salvado por el talento de una actriz que sabe coger el punto exacto de matices, dentro de su pose de seguridad liberada y desprejuicidada, a una mujer que se ha aburrido de ser alguien que no es, a pesar de desearlo tanto desde la infancia, y que ahora quiere acercarse a la luz que desprende una vida que no es la suya, ni tampoco la que eligió, pero que es la que descubre que es la que le hubiera llenado más, rodeada de gente, los suyos, en una diatriba en la que por momentos no se sabe si Claire ama a Irene, incluso de manera pasional, o si lo que quiere es tejer una red para hacerse con lo que ella tiene al ser celosa de su suerte. A esa confusión no ayuda una música machacona que por repetitiva deja de jugar el papel que hubiera merecido a la hora de crear tensión en la cinta, más allá de los aportes de temas de jazz o blues que rompen la tónica del piano del tema principal.

La dualidad de los personajes es el alma de “Claroscuro”, cinta sobre sentimientos y una amistad que por los condicionantes que han puesto en sus vidas estas mujeres les resta más que les suma. Todo detallado con silencios y miradas de gran fuerza melodramática que hacen que la cinta fluya durante algo más de hora y media hacia un desolador final que confirma la tragedia de un destino que parece condenar a los que se salen de las normas de lo establecido en un momento en el que la represión provoca que la fuerza de lo que impera en la sociedad gane en el pulso al empeño del individuo, más cuando el grupo al que éste pertenece prefiere agachar la cabeza y seguir con las reglas marcadas por miedo a lo que pueda ocurrir. Todo en la confrontación de dos mujeres que aunque han logrado escapar del racismo, refugiadas en lo que es ser de clase media-alta, siguen asfixiándose por el hedor que se desprende a su alrededor.

Conviene saber: “Claroscuro” fue adquirida por 16 millones de dólares Netflix tras su pase en el Festival de Sundance 2021 optando a 5 premios Gotham, interpretación de reparto, dirección revelación y guión.

La crítica le da un SIETE

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