"Elvis"

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El argumento: La película explora la vida y la música de Elvis Presley a través del prisma de su complicada relación con el coronel Tom Parker, su enigmático manager. La historia profundiza en la compleja dinámica que existía entre Presley y Parker que abarca más de 20 años, desde el ascenso de Presley a la fama hasta su estrellato sin precedentes, en el contexto de la revolución cultural y la pérdida de la inocencia en Estados Unidos. Y en el centro de ese periplo está Priscilla Presley, una de las personas más importantes e influyentes en la vida de Elvis.

Conviene ver: Con "Elvis" el cineasta australiano Baz Luhrmann homenajea la figura de Elvis Presley, cuyo estatus legendario sigue inalterable a pesar de que ya se cumplen 45 años de su fallecimiento y de los bandazos que hemos ido dando desde entonces. El rey del rock era un joven sureño, de orígenes extremadamente humildes, que revolucionó el mundo del espectáculo concebido para blancos tanto a nivel musical como estético, algo que le llevó a ser declarado inmoral por la sociedad más conservadora y segregacionista y también a ser perseguido por ello. Coqueteó con el cine, dio lo mejor de sí en sus espectáculos de Las Vegas y fue el primer artista en dar un concierto vía satélite desde Hawaii en 1973 y que llegó a una audiencia de más de 1.000 millones de espectadores. Elvis Presley fue una de las mayores estrellas que conoció el siglo XX y pudo haber sido más grande y probablemente haber tenido una mejor vida si no hubiera tenido como representante al Coronel Parker, alguien de oscura procedencia que estaba más interesado en explotar a la gallina de los huevos de oro para velar por sus intereses personales y que encontró en la industria de la música y en la figura de Elvis la vía de financiación para su estatus y ludopatía. Es precisamente el Coronel Parker, acusado de haber precipitado el final de su criatura, el encargado de narrar la historia de Elvis Presley para tratar de justificar sus actos y no quedar como el villano de la historia, lo que le lleva a ser un biopic diferente en estructura mostrando el desaforado amor del público que llevó a la idealización del mito, el de un ser terrenal víctima de toda esa popularidad arrolladora y de no ser más que un títere objeto de negocio entre movimientos de cadera, trajes kitsch y con lentejuelas culmen del artificio y merchandising de todo tipo. El joven Elvis Aaron Presley, cuyo padre fue a la cárcel por falsificar un cheque, que era el blanquito de un barrio de negros y que aprendió a tocar la guitarra, cantar y a moverse viendo las fiestas clandestinas celebradas en barracones, no habría salido de la marginalidad a la que estaba condenado si no fuera porque se convirtió en la gran apuesta de un farsante enganchado al juego que fue el impulsor, con una cámara vigorosa y vertiginosa como testigo, del frenesí de una carrera que le llevó de la cuna de Memphis a los casinos de Las Vegas, pasando por el ejército para potenciar su imagen de buen americano y por clubs, platos de televisión y Hollywood, revirtiendo y ampliando el público de la música negra con la que se crío como miembro de una familia blanca problemática y convirtiéndose en un símbolo del auge y caída del sueño americano en unos años de esplendor pero también del fin de la inocencia ante un país apesadumbrado y en paranoia marcado por la muerte de ilustres figuras como las de Martin Luther King, Bobby Kennedy o Sharon Tate.

Una relación entre representante y representado que, en todo caso, sacó rédito para ambos generando una dependencia de necesidad mutua (Parker llegó a hacerse con el 50% de los ingresos en los últimos años) sobre la que Elvis mostró algún requiebro de personalidad negándose a dejar de moverse cuando su pelvis fue acusada de lasciva por la facción conservadora del momento. También cuando Parker organizó un espectáculo televisivo navideño en la NBC en 1968 en el que se pretendía que sólo cantara villancicos pero que fue reformulado por el artista y por el productor Steve Binder para hacer algo más personal y acorde las preocupaciones del mundo de ahí fuera convirtiéndose en todo un éxito para crítica y público que relanzó la carrera de Elvis. Todo sin olvidar esa deseada gira internacional para llevar su espectáculo a Estados Unidos a pesar de los persistentes intentos de boicot por parte de su manager en ello por una razón que se desvelará al final de la historia y que llevó a Elvis a permanecer casi en exclusiva en la jaula de oro que fue el Hotel Hilton de Las Vegas.

“Elvis” es una obra de Baz Luhrmann para lo bueno y también para lo malo. Vemos la esencia más lúdica del autor de “Moulin Rouge” (2001) y también, precisamente por ello, la más extravagante. A nivel audiovisual “Elvis” es un espectáculo prodigioso, en donde el director hace virguerías con la imagen y juega con los estilos narrativos, incluso con secuencias en las que homenajea el cómic, brillando en momentos como los de Suspicious mind o If I can dream, y a ello contribuyen una puesta en escena magnífica concebida por Catherine Martin, la hermosa dirección de fotografía de Mandy Walker y una selección musical anacrónica que, además de remozar los temas de Elvis no duda en aportar las remezclas que ya son marca de la casa de Luhrmann y que tan buen resultado le dan, vertebra la película y en el que cada acorde está estudiado teniendo como objetivo el demostrar la atemporalidad de una figura como la de Elvis Presley a través de las décadas y en paralelo a la Historia y la evolución de un país. Luhrmann no conoce la mesura y en 159 minutos de duración no le otorga al espectador ni un solo segundo de tregua. Es una cinta disfrutable por lo que es, un espectáculo de grandes dimensiones que justifica la experiencia cinematográfica, más que por lo que pretende ser. En “Elvis” Baz Luhrmann no nos cuenta nada que no sepamos sobre Elvis Presley ni de su siniestra sombra pero sí que vemos su fascinación desde la infancia por los ritmos negros, la especial conexión con una madre sufridora, el auge que le lleva de ser de un mero telonero del pusilánime y conservador cantante country Hank Snow a toda una estrella, o la influencia que tuvieron en él nombres de la cultura negra como Arthur "Big Boy" Crudup, Sister Rosetta Tharpe, Big Mama Thornton, B.B. King o Little Richard. En todo caso siempre presente la vulnerabilidad que le llevó a no querer decepcionar a los suyos pero también no traicionarse a sí mismo.

La historia queda demasiado devorada por la atracción de feria con una puesta en escena apabullante y algunas concesiones flagrantes para el sentido más excesivo de la historia en la construcción de este rebelde en el escenario que, aun así, también daba la imagen de íntegro patriota y yerno ideal convirtiéndose en todo un icono transversal que tuvo la habilidad de, sin dejar de ser él, adaptarse como artista y eso provocó que su público nunca le abandonara, tanto en su fase más rebelde y contestataria con sus movimientos de pelvis, alcanzando la madurez y presencia apoyada en la voz y su carisma, o en sus años de decadencia afectado por su inseguridad, los desmanes de un manager oscuro o su enganche a las pastillas ante el hecho de que mucha gente ganara dinero con él y había que explotarlo. Lamentablemente eso arrastra a los trabajos de Tom Hanks y Austin Butler. Ambos están magníficos y especialmente es admirable la elegancia y la sutileza con la que Butler asume la etapa más decadente de Presley, pero habrían alcanzado la excelencia si tuvieran alguien que les diera más cancha y menos preocupado en ser el gallo del corral. Una energía despreocupada, volcánica y sin freno en la que no se da tregua y que está más centrada, que en la persona o en el mito, en la trascendencia que lleva a ello, aupando sólo a unos elegidos ante la corriente que son capaces de generar hacia su público. Es por ello que la estela, el carisma y la iconografía de Elvis Presley sigue bien viva a día de hoy, tributo al que rinde la película con fastuosidad fallera que es más que entretenida, se luce en los números musicales y no se hace larga a pesar de sus dos horas y media (las abruptas elipsis demuestran que todavía podría haber dado para mucho más) quedando, sobre todo, como un nuevo derroche ante la cámara del director más oligofrénico y barroco contando aquí con un trabajo entregado y mimético de Austin Butler que, por supuesto, pretende seguir la senda de éxito y premios del Rami Malek de “Bohemian Rhapsody” (2018).

Conviene saber: La cinta pudo verse en el Festival de Cannes 2022.

La crítica le da un SIETE

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