"R.M.N."

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La web oficial.

El argumento: Unos días antes de Navidad, Matthias vuelve a su pueblo natal, una localidad multiétnica de Transilvania, tras dejar su trabajo en Alemania. Está preocupado por su hijo, Rudi, que ha crecido sin él, y por su padre, Otto, que se había quedado solo, y desea volver a ver a Csilla, su exnovia. Trata de implicarse más en la educación del niño, que ha pasado demasiado tiempo a cargo de su madre, Ana, y quiere ayudarle a superar sus miedos irracionales. Cuando la fábrica que Csilla dirige decide contratar a empleados extranjeros, la paz de esta pequeña comunidad se verá perturbada, y las inquietudes afectarán también a los adultos. Las frustraciones, los conflictos y las pasiones volverán a aflorar, rompiendo la paz aparente de la comunidad.

Conviene ver: En “R.M.N.” una apacible comunidad se ve erosionada por el fanatismo avivado por la xenofobia cuando la fábrica que mantiene económicamente el lugar decide contratar a trabajadores extranjeros. Todo paralelo a las vicisitudes de un padre que intenta volver a conectar con un hijo al que hace mucho tiempo que no ve y que, hasta entonces, ha estado la mayor parte del tiempo con su madre. Christian Mungiu apuesta por un cine lleno de simbolismo y madurez, entre el onirismo y la tensión latente, con el que el director se muestra preocupado por una sociedad cada vez más intolerante como se transmite en ese pueblo multiétnico transilvano anclado en la tradición que culpa al diferente de su mala suerte, al que se ve en una mezcla de rechazo y miedo frente a la tolerancia de boquilla, y que es una alegoría nada disimulada a una Europa dividida que ve con desdén a esos países que han entrado después en la Comunidad y con los que también hay que repartir el trozo del pastel. Un malestar que golpea el avispero de la intolerancia a pesar de que estos extranjeros hacen precisamente lo que han hecho los hijos de estas personas huyendo de su país, intentar encontrar un futuro mejor.

“R.M.N.” explora lo que es vivir bajo el yugo de una sociedad patriarcal ahondando con pesimismo críptico esa atmósfera de insatisfacción generalizada en la que no se sabe muy bien a quien culpar a la hora depositar todo el cúmulo de frustraciones y dramas enquistados. El director vuelve a lanzar un potente mensaje, perdido en un tono fabulado que resta contundencia y añade confusión, en el que Matthias (interpretado por Martin Grigore), rumano de origen gitano que trabaja en un matadero alemán, regresa a su casa tras golpear a su jefe y tener que huir de allí, reencontrándose con un matrimonio roto, un hijo al que apenas conoce y que no habla por estar traumatizado por una presencia que vio en el bosque, un padre con problemas neurológicos (cuyo tratamiento da título a la película) y una ex amante que dirige una fábrica de pan.

Es ahí donde fluyen los conflictos económicos y étnicos de una cinta lucida en la que la principal denuncia se basa en la necesidad de trabajar de los lugareños que tienen que aceptar las leoninas condiciones que se les plantean si no quieren que sus puestos de trabajo recalen en mano de obra barata, en este caso emigrantes de Sri Lanka, dispuestos a pasar por el aro del capitalismo atroz que da trabajo a precio de saldo (mientras piensan que están haciendo el bien dando una oportunidad a gente necesitada) por una cuestión de supervivencia ante tantas empresas que hacen malabarismos imposibles en sus costes de personal para poder seguir adelante a la caza de subvenciones y de pagar el salario mínimo. Dos mujeres emprendedoras que ven como escasea la mano de obra y que intenta, frente a la emigración de los suyos, aprovecharse de los migrantes que recalan en el lugar en un ejercicio de integración que no será nada bien recibido por una comunidad pequeña y tradicional que mantiene un gran peso de la religión y que, ante la pujanza del extremismo, ha llevado a que el rechazo haya pasado de la tensión verbal a la violencia física y real. Una realidad que hace eclosionar la hasta ahora tranquila convivencia entre rumanos, húngaros, alemanes y europeos de otros países a través de la incomprensión, el odio y la violencia.

Cristian Mungiu se adentra en un lugar marcado por la radicalización entre lo sombrío y apesadumbrado del carácter de los lugareños alrededor de bosques inmensos y lúgubres mostrando el devenir de un mundo que se desmorona y en el que no hay atisbo de solidaridad y comprensión sino el intento desesperado de huir hacia adelante en un sálvese quien pueda. Una fábrica que contratará a aquellos que le hagan el trabajo al menor precio posible y unos habitantes que saben que si no claudican provocará que alguien hará el trabajo por ellos, condenándoles a la incertidumbre, sin que tampoco estos extranjeros necesitados merezcan ser estigmatizados y reprochados por ello ya que, en definitiva, todos comparten el interés de llevar un trozo de pan a casa. Algo que no impide que se les rechace y que se les maltrate en un ambiente desangelado y corrompido que se adentra en la perversión laboral y en la degradación de los valores humanos ante unos tiempos inciertos de supervivencia en el que ya se ha confirmado hace tiempo que, al contrario de lo que sería deseable en la evolución natural, las generaciones de ahora no van a vivir mejor que la de sus padres.

Cristian Mungiu ha sido acusado de quedarse corto en la denuncia, y de irse a lo fácil, pero cumple en su análisis sin prejuicios sobre las fuerzas del comportamiento humano ante lo desconocido, sobre la forma en la que percibimos al otro y sobre cómo nos relacionados con las circunstancias de un futuro inquietante, algo que se evidencia en el celebrado y escalofriante plano secuencia de 20 minutos durante una asamblea entre los miembros del pueblo como reflejo de los temores de la Europa de hoy en día con una clase trabajadora que ha adoptado el discurso del fascismo frente al diferente al sentirse abandonada por todos. Un momento que ya pasa a ser de los más memorables en el cine reciente por todo lo que condensa no sólo en reflejo y denuncia sino también en tensión y preocupación por el futuro que se está construyendo a la hora de votar sobre si echar a los extranjeros del pueblo en una perversión de lo que supone el voto a la hora de tomar decisiones en grupo.

La complejidad del ser humano y de cómo responde ante situaciones límites en el que los buenos propósitos, el egoísmo, el prejuicio y la miserabilidad tanto económica como moral acaban conformando un todo en el que no hay ni buenos ni malos sino el hecho de que cada uno intente defender sus intereses como mejor cree y sabe. Un retrato intenso y atemporal que explora fantasmas inundando de fatalismo no sólo nuestro presente sino también un futuro nada halagüeño en el que la indignación por lo que no se tiene, y por las expectativas rotas por la miseria y la desigualdad, son caldo de cultivo del racismo y el populismo haciendo emerger el lado más primitivo del ser humano y la certeza de la dificultad de crear una verdadera integración europea ante el crisol de tantos intereses, derechos adquiridos, circunstancias y procedencias lo que se representa en una animalidad que representa en ciervos, osos o ovejas desde el miedo por la indefensión, la brutalidad primaria o la lucha del individuo frente a la presión social del grupo.

Conviene saber: A competición en el Festival de Cannes 2022.

La crítica le da un OCHO

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