la era del espionaje. Espejo de nuestros tiempos “No será inútil mi espionaje”, le dice el troyano Dolón a su caudillo Héctor, cuando, en el canto X de la Ilíada, se postula para infiltrarse entre los invasores griegos. Muy poco después será uno de los atacantes (nada menos que Ulises) quien se lance, con afán imitativo, a vigilar a los troyanos, en lo que tal vez haya que considerar el primer caso de espionaje de la literatura occidental. Pero no se trata en absoluto de un ejemplo insólito y aislado. La guerra secreta es tan antigua como la que se ejerce a campo abierto, y ello significa que la encontramos en todos los períodos de la historia y en todos los ámbitos de la geografía. La Biblia menciona casos parecidos, los chinos se atribuyen méritos fundacionales, el Rig Veda lo incorpora a su enseñanza, la corte artúrica fue visitada por enemigos encubiertos y, para avanzar un poco más en el tiempo, la hipótesis de que el gran Christopher Marlowe hubiera trabajado como agente secreto de la reina Isabel es un rumor con suficiente solera filológica como para soñar un bonito guión cinematográfico al respecto. Sólo que si ese guión viera la luz un día, el resultado sería un film de género histórico, no una película de espías. El género se forja como espejo de una contemporaneidad que nace esencialmente en la Primera Guerra Mundial, cuando el espionaje empieza a concebirse a escala global, al tiempo que las redes de comunicación hacen enormemente más complejos e impenetrables los vínculos sociales. Un género encubierto Aunque el espionaje privado de La ventana indiscreta la aleje del genuino cine de espías, es significativo que su director, Alfred Hitchcock, pueda ser considerado el más excelso practicante del género que vamos a tratar en este libro. Un género, por cierto, que ha querido siempre hacer honor a su temática, pues se introduce en la historia del cine de forma tan encubierta y sutil como las organizaciones secretas que lo habitan. El propio Hitchcock, a quien nadie dudaría en considerar uno de los más grandes directores del cine clásico, aparece pocas veces citado en las monografías sobre los géneros. Esta paradoja no se explica porque renunciase a los códigos genéricos, sino porque aquellos a los que se consagró (el thriller de suspense y el cine de espías), ocupan un discreto e intermitente segundo plano ante la contundencia maciza, prolífica y perseverante de géneros mayores como la comedia, el musical, el fantástico, la aventura o el western.