En ocasiones Frank veía alguna película, habitual-mente norteamericana, ambientada en una redacción  periodística. Se esforzaba por encontrar algún paralelismo con su propio entorno de trabajo. En ellas  los periodistas siempre eran unos cínicos encallecidos, o unos ingenuos idealistas, nunca unas  medianías que se arrastraban por las redacciones como él se veía sí mismo y a muchos colegas. Su  rutina era un mundo trepidante y repleto de grandes y cortas frases, no largas noches sin sentido en las  que se preguntaban de qué era su bocadillo. Sus equivalentes hollywoodienses bebían café solo,  nunca té con leche, comían galletitas danesas, nunca chocolatinas grasientas, y parecía que nunca  debían cubrir noticias sobre nuevas y controvertidas medidas para regular el tráfico.
Cuando Frank miraba a sus colegas durante la reunión de producción de la mañana, anhelaba esas  salas de reunión acristaladas con largas mesas ovaladas donde se celebraban esas reuniones en las  películas. Nunca había visto en ningún film a un ningún duro equipo de periodistas alrededor de un  sofá manchado, al lado de una nevera que olía a leche pasada en una pequeña cocina de oficina. Observó que el especialista en  noticias científicas seguía con su habitual costumbre de vestirse con ropa informal, por no decir  directamente sucia, con la camisa bastante por debajo de la cintura y unas zapatillas de andar por  casa.
Martin, el productor, estaba hablando de una nueva línea de coches de bomberos respetuosos con el  medio ambiente que se estaban introduciendo en Coventry: —Aparentemente están hechos de un tipo especial de plástico, y por eso son mucho más ligeros y  utilizan menos combustible.
Mustansar soltó: —¿Están hechos de plástico? ¿No se derretirán cuando apaguen fuegos? Lo cual fue recibido con unos pocos murmullos y unas tímidas risas, pero Martin hendió el aire con su  bolígrafo.
—Ésa ha estado bien, Mustansar. Frank, ahí podríamos tener una bromita de las tuyas. ¿Podrías  preparar algo de ese tipo para la entradilla? Ya sabes, un poco de la magia de Frank Allcroft para  hacer el tema más ligero.
Julia contestó antes de que pudiera hablar Frank.
—¿Lo quieres más ligero? Pues quita la noticia y el chistecito. Eso sí que lo hará más ligero.
Martin la ignoró y pasó a la siguiente historia.
—Evidentemente daremos los festejos que se celebran esta noche por el Día de la Pólvora. Luego  tenemos una bonita historia del año pasado sobre una mujer en Walsall que hace réplicas de  monumentos del mundo con pinzas de tender la ropa y luego las quema por la noche. ¿Alguien se  acuerda? Julia susurró a Frank: —¿Quién podría olvidar ese notición? —Bueno, yo creo que deberíamos hacer algo con esa historia. Por desgracia no quemará la maqueta  hasta las siete, así que no vamos a poder tener ninguna filmación editada de la quema, pero ¿a alguien  se le ocurre algo que podamos hacer? Julia lo interrumpió: —¿Por qué tenemos que cubrir eso otra vez? Ya dimos la noticia el año pasado. ¿No es bastante  para esa tontería? Martin meneó la cabeza.
—A los telespectadores les gustará que se lo recordemos, so lista. Esa mujer es un personaje local.  Es una bonita historia. Venga, ¿alguna idea? Un reportero habló: —Qué tal si en la cabecera del informativo ponemos unas imágenes de la mujer tendiendo ropa,  primer plano de las pinzas y les preguntamos a los telespectadores con voz de fondo: «¿Qué va a  hacer esta mujer esta noche?» Ya sabes, un poco de misterio. Martin asintió.
—Sííí. Me gusta. Un poco de misterio para captar la atención del público. ¿Qué me decís? A Frank le pareció una idea muy endeble. Y podía sentir cómo hervía la indignación de Julia.  El mismo reportero volvió a hablar: —O... o... Otra posibilidad. Al arrancar el informativo, Frank dice: «Y esta noche vamos a ver la  Casa Blanca en llamas —o lo que sea que vaya a quemar esa mujer—. Dentro de breves momentos.» —Una idea genial —dijo Julia—, porque es muy divertido fingir que la Casa Blanca arde en llamas  y  nuestros telespectadores precisamente esperan de nosotros que demos esa clase de noticia en Heart  ofEngland Reports. Brillante.
Martin volvió a pasar de ella.
—Una buena sugerencia, Steve. Creo que los telespectadores captarán el espíritu. A propósito, ¿qué  edificio emblemático ha hecho esa mujer este año? ¿O qué monumento? ¿Dónde está Sally? Ella es  quien sugirió cubrir otra vez esta noticia. Sally, ¿estás aquí? Sally se había mantenido detrás del grupo sin decir nada.
—Hummm... sí..., estoy aquí, Martin.
—Sally, ¿qué ha hecho este año? A ésta se la veía incómoda.
—Sí... realmente no sé cuándo sugerí esta idea. Pero acabo de hablar con ella por teléfono y ya sé  qué va a quemar.
Martin estaba impaciente.
—Bueno, sí. ¿Y qué va a quemar? Sally hizo una mueca.
—Bueno... aparentemente este año esa mujer ha hecho una réplica de Al-Masjid al-Haram.
Se oyeron algunos aspavientos.
Martin se quedó en blanco.
—¿Y qué es eso? Mustansar se lo miró, y no daba crédito.
—Creo que es la mezquita sagrada de La Meca.
Martin se hundió en su asiento.
—¡La leche! Pero Julia levantó la cabeza.
—¿Y esa mujer va a quemar una réplica de La Meca en Walsall? —Ahora estaba sonriendo  abiertamente—. Sí, desde luego, los telespectadores seguro que captan el espíritu que anima la noticia. Lo reconozco, Martin, eres un genio.
De vuelta en sus mesas, Frank le dijo a Julia: —¿Has disfrutado, verdad? —Ha sido una pequeña recompensa por tragarme toda esa otra basura. Ese tío es un idiota. Tiene  una opinión tan baja de los telespectadores... Se piensa que son imbéciles. —Hizo una pausa, pero  Frank sabía que Julia tan sólo acababa de empezar—. Y no es el único, desde luego. A veces me  pregunto para quién hacemos el informativo. ¿Hay gente ansiosa porque demos comunicados de  prensa de promoción del servicio de bomberos? ¿Hay gente que no pide más interactividad que una  dirección de correo electrónico sobrepuesta en pantalla? ¿Hacemos un informativo para gente que no  puede centrar su atención nada más que durante un minuto y medio? Todo lo que hacemos es  bombardear a la gente con secuencias al azar y descontextualizadas de caras y hechos. ¿Te has  preguntado alguna vez quién ve realmente nuestro informativo? —Bueno, la gente nos ve, lo dicen los datos de audiencia.
—¿Tú crees que nos ven? ¿De verdad nos ven? ¿Tú te lo crees? Vale, quizá la gente de más edad  que siempre nos ha visto. Pero el grueso de esos datos de audiencia son gente que nos pone de ruido  de fondo. Un ruido familiar mientras se toman su té.
Frank movió la cabeza.
—Pero las noticias regionales son importantes. La pequeña escala, lo local, eso le importa a la gente,  me importa a mí. ¿Crees que no debemos ver las noticias que ocurren aquí? ¿Crees que no debemos ser conscientes de nuestra propia identidad? Julia se echó a reír.
—¿Estás de broma? ¿De qué identidad me hablas? ¿Qué significa nuestra región? Sólo somos un  tercio de Inglaterra. ¿A quién en Birmingham le preocupa un pimiento que haya una banda causando  desórdenes públicos en un barrio de Stoke o en una granja de Hereford? Si quieren saber cosas del  resto del país, mirarán las noticias principales de los informativos nacionales. Si quieren noticias  locales, querrán noticias de su ciudad. La única identidad que este informativo refleja es la que el  idiota al mando de turno haya decidido que salga en pantalla.
—En ocasiones acertamos.
—Pocas veces, y más por casualidad que por voluntad. La mayor parte del tiempo damos noticias de  esa zona fantasma donde los hechos ni son concretos ni tienen el suficiente alcance para interesar a  nadie. A veces tengo la sensación de que es como si tuviéramos una política deliberada para evitar las  noticias reales, para no cubrir nada que sea realmente importante.
Frank meditó sobre esto.
—Éste es un tiempo de transición. Ya lo hemos vivido en el pasado. Internet lo ha cambiado todo y  aún estamos tratando de manejarnos con eso. Pero creo que lo lograremos. Mientras tanto, no creo  que estemos haciendo nada equivocado o perverso.
Julia sonrió.
—No. Sólo hacemos cosas sin sentido. Me gusta trabajar contigo, Frank, ya lo sabes, y no me lo  tomes a mal, pero para ti éste es sólo el sitio al que vienes a pasar unas horas al día. Solamente es un  trabajo para ti. Tienes una familia y más cosas fuera del trabajo y nunca dejas que esto sea importante para ti. Pero mi trabajo lo es todo para mí. Quiero que me defina como  persona. Si estoy haciendo un trabajo de mierda, siento que no valgo nada, y eso me reconcome.
Frank sonrió brevemente.
—¿De qué te ríes? —No... de nada.
—¿De qué? —Estaba pensando lo mucho que te pareces a los periodistas de las películas, ya sabes, llenos de  ganas de comerse el mundo, vamos, de hacer algo importante de verdad.
Julia asintió tristemente.
—Tengo que salir de aquí, Frank.
—No creo que las cosas sean muy diferentes allá donde vayas.
—¿Cubrirán quemas de monumentos hechos con pinzas de tender la ropa? Venga, hombre.
—Tiene el peculiar sabor de nuestro color local. Eso no hace ningún daño.
—Año tras año la misma asquerosa basura.
Frank se sintió cansado de repente, agotado por la rabia de Julia. Se dejó caer pesadamente en su  silla.
—Bueno, eso es la vida, ¿no?