Julia está ausente esta semana. Dijo que se tomaba unos días de descanso, pero, confidencialmente, le   contó a Frank que necesitaba una semana para aclararse las ideas y decidir lo que quería hacer con su   carrera profesional y con su vida. Su decepción con el programa había llegado a su punto de ruptura   hacía poco. Sentado a su lado en el pequeño sofá mientras las cámaras rodaban, Frank sintió que   algo se agitaba bajo la superficie. Algunos días pensaba que aquello iba a explotar de forma   espectacular, con Julia dimitiendo en directo con un encendido discurso. La veía como a Peter Finch   en aquella película en que, hecho unos zorros, le grita a la cámara: «Estoy muy loco y no lo aguanto   más.» Pero Frank tenía que reconocer que eso era descabellado, incluso quizá ilusorio. Ése no era el   estilo de Julia.
Para suplir la ausencia de Julia, Frank copresentó con Suzy durante la semana. Suzy aparecía todos   los días tan campante, con su inmaculado vestido de punto, el pelo como un casco y sus maravillosas   historias del club de golf y de la cámara local de comercio. No tenía ningún interés en ir al fondo de   las noticias o en aclarar con los reporteros qué estaban tratando exactamente de contar. Suzy era una presentadora y su   trabajo, en su opinión, consistía en ser una presencia agradable para los televidentes. Podía señalar un   error gramatical en el teleprompter, pero nunca cuestionaba la lógica interna de un reportaje o su   validez. Frank tuvo que admitir que, por una semana, después del reciente mal humor e incomodidad   de Julia, tener a Suzy fue un placer. Aunque él y Julia sostenían más o menos puntos de vista similares   sobre el informativo, sobre los niveles a los que debían aspirar y sobre cómo dar una noticia   decentemente, Frank descubrió que mantener ese grado de descontento era agotador.
El último día que iban a trabajar juntos Frank le preguntó a Suzy si le apetecía tomar una copa   después del programa.
—No, gracias, Frank. Tengo que irme.
—Ah, bueno, qué pena. Quería decirte que ha estado muy bien volver a trabajar contigo esta semana.
Suzy sonrió para sí y movió la cabeza.
Frank se dio cuenta de que ocurría algo.
—¿Qué pasa? —Nada.
—No, ¿qué pasa? Ella lo observó.
—Tú te piensas que soy ridicula, ¿no? Frank se quedó desconcertado.
—No, claro que no.
Suzy miró al techo.
—Al menos podrías ser honesto. —Frank no sabía qué decir—. Me ves muy «de la vieja escuela»,   ¿no? Frank se encogió de hombros.
—Bueno, eso no es un insulto.
Suzy se rió.
—Yo creo que lo es, Frank. Y creo que los dos lo sabemos. —Cogió rápidamente su bolso y su   abrigo, dio unos pasos y luego se detuvo para mirar a Frank—. ¿Puedo preguntarte, Frank, cuántos   años tienes? —Tengo cuarenta y tres.
—Bueno, yo tengo cincuenta. No hay mucha diferencia, ¿verdad? Y sin embargo tú estás en el   informativo estrella y yo arrinconada en los boletines de la mañana, donde con un poco de suerte   nadie repara en mí.
—Nadie te arrinconó. Tú decidiste irte a la franja de la mañana.
—Oh, sí, yo lo elegí, pero recibí un montón de consejos y ayuda para que tomara la decisión después   de que cumplí los cuarenta.
—¿De quién? —De los que mandan. Los mismos que ahora me están comentando que quizá sería bueno para mí   que me retirara. Ya sabes, se me notan los años, así que ¿por qué complicarme la vida si puedo   retirarme? Tomarme un bien merecido descanso...
—¿Por qué quieren que te retires? —Oh, venga, Frank. Tengo cincuenta años. Soy una mujer. Está muy bien que un hombre de esa   edad presente un programa. Y está bien que a esa edad un hombre dé el salto a la televisión nacional,   que inicie una nueva etapa en su carrera frente a una audiencia más amplia, o que se case con una   mujer a la que le dobla la edad. Pero se supone que nosotras debemos desaparecer discretamente   mientras tenemos cuarenta y pocos. Podemos aparecer en anuncios de viajes organizados, o de   productos bancarios destinados a la tercera edad, podemos poner alguna que otra voz en off en la   radio, pero no dar la cara en un informativo. ¿Quién querría vernos? Frank se dio cuenta de que no estaba impresionado por lo que estaba diciendo, sino porque lo decía.   Comprendió con cierta vergüenza que él siempre había asumido que Suzy no era consciente de que la   estaban dando de lado.
—Estoy segura de que Julia piensa que ellos me sustituyeron por ella por su integridad periodística,   por su rigor. Bueno, dile algún día que esas cosas no importan nada. Ha habido muchas   presentadoras antes que ella en nuestro informativo y en muchos otros, y por todos ellos ha pasado un   plantel de periodistas brillantes, mujeres muy profesionales, pero ninguna pasaba de los cincuenta.   —Miró de cerca a Frank—. Mira, Frank, tus arrugas te dan madurez, las mías me hacen inútil.
Y dicho esto se fue de la sala de redacción.
Un reportero llamado Clive había estado por allí y había escuchado la conversación disimuladamente.   Miró a Frank y se puso un dedo en la sien, haciendo el gesto universal de que a alguien le falta un   tornillo.
—La menopausia las vuelve locas.
Frank apartó la mirada y se sintió parte de ese asqueroso orden de cosas.