"Adú"

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El argumento: En un intento desesperado por alcanzar Europa, y agazapados ante una pista de aterrizaje en Camerún, un niño de seis años y su hermana mayor esperan para colarse en las bodegas de un avión. No demasiado lejos, un activista medioambiental contempla la terrible imagen de un elefante, muerto y sin colmillos. No solo tiene que luchar contra la caza furtiva, sino que también tendrá que reencontrarse con los problemas de su hija recién llegada de España. Miles de kilómetros al norte, en Melilla, un grupo de guardias civiles se prepara para enfrentarse a la furibunda muchedumbre de subsaharianos que ha iniciado el asalto a la valla. Tres historias unidas por un tema central, en las que ninguno de sus protagonistas sabe que sus destinos están condenados a cruzarse y que sus vidas ya no volverán a ser las mismas.

Conviene ver: “Adú” es una cinta que se adentra en la realidad del continente africano y el drama de los refugiados a través de tres historias, bien engarzadas y cohesionadas que no tiran de sensiblería barata ni de obviedades construyendo una denuncia accesible, profunda y conmovedora. Todo con una madurez que no esconde temas que van desde un niño que huye con su hermana Alika de Camerún a España, pasando por Senegal, Mauritania y, más tarde, Marruecos, viajando incluso en las bodegas de un avión, el reencuentro de un padre activista que lleva una reserva de elefantes y su hija en África con la brecha generacional y de carácter haciendo estragos a la hora de ver el papel de las ONG, y un Guardia Civil que acaba envuelto en la muerte de un congoleño que intentaba saltar la valla fronteriza en Melilla con todo el debate moral que eso supone. Es verdad que es la historia del niño Adú, en el esforzado viaje hacia llegar a España para encontrarse con su padre, que también da título a la película, la que termina siendo el alma de la historia, por todos los avatares que sufre haciendo palidecer a las otras dos y siendo el corazón emocional de la cinta, pero el conjunto deja un fresco muy interesante y nada superfluo ni ilusorio sobre la realidad del continente africano y la perspectiva que se tiene de él desde España, subrayando esas barreras que nos autoimponemos a la hora de ver al diferente y darle cobijo. Realismo accesible pero también crudo cuando vemos las condiciones insalubres de las calles, las corruptelas de las mafias que sólo quieren sacar negocio a costa de los desesperados e, incluso, la prostitución infantil como vía para conseguir dinero en busca de una vida mejor. Vibrante el uso de la cámara para reflejar esa tensión y rabia de los personajes que se mueven entre la miseria y desesperanza, la burocracia y los problemas familiares, y el mantenimiento de la dignidad y la profesionalidad en una situación extrema destacando la escena desde las bodegas del avión o la de que, en mitad de la noche, se intentará cruzar la frontera como última vía al no poder saltar la valla por no tener dinero aunque haya grandes posibilidades de morir en el intento. Además de unos estupendos Adam Naourou y Moustapha Oumarou, que desarman por su desparpajo, mirada y complicidad en el relato que da título a la cinta, también sobresalen en los otros dos Luis Tosar y Anna Castillo, como padre e hija desconectados entre sí y que comparten unas vidas vacías marcadas por su carácter errático, y Álvaro Cervantes como el guardia civil que sigue manteniendo su integridad a pesar de padecer el corporativismo del cuerpo y tener a un compañero que representa la falta de empatía de los que ven las vallas no como una separación sino como una señal del que está al otro lado para que el que quiere cruzar sepa que es él el que tiene que resolver por sí mismo sus problemas. También se ve a Miquel Fernández, Jesús Carroza, Nora Navas, Ana Wagener, Belén López, Marta Calvó, Emilio Buale o Josean Bengoetxea en pequeños papeles. Una cinta rodada estupendamente con brío, empaque, medios y belleza, con hechuras de gran superproducción, pero sin renunciar a momentos de intimismo o a ocultar el crudo impacto en algunos momentos (como la escena inicial en la valla llena de tensión) con el fin de quitarnos esa mirada de superioridad occidental y nuestras contradicciones como especie queriendo ser muy solidarios de boquilla pero también, la mayoría de las veces, llevando al egoísmo de que mientras uno mismo y su familia estén bien no ocurre nada y vale la pena enterrar los problemas que no queremos ver bajo la alfombra. En todo caso, una muy buena apuesta para comprender el drama de la inmigración y alejar los fantasmas de la xenofobia con los que cargan algunos como si vivir en la miseria y pasando penurias fuera plato de gusto para ellos. Es verdad que el conjunto puede ser que no esté todo lo engrasado que debiera, y que se fuerce el dramatismo sensiblero para complacer a un público amplio, pero la historia de Adú, su carrera junto a Nassar llena de fuerza, empeño e inocencia hacia una meta que no se sabe que deparará, y la música de Roque Baños, termina arrebatando saliendo uno de verla emocionado y concienciado, cosa que no todas las películas logran. Ésta tiene alma y debería ser de visionado obligatorio en escuelas para combatir los discursos del odio.

Conviene saber: Es el segundo largometraje de Salvador Calvo tras “1898. Los últimos de Filipinas” (2016).

La crítica le da un SEIS

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Rodri
Rodri
3 años atrás

Un 6 se le queda corto. Fabulosa banda sonora de Roque Baños.
(Por cierto, el personaje de Adam Naourou no es su hermano, es el amigo)

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