Cine en serie: "The hollow crown" - "Enrique IV. Parte II"

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Querido primo Teo:

Te comentamos hace unos días la magnífica impresión que nos había causado la adaptación de la primera parte de “Enrique IV” en el ciclo shakespeariano que la BBC nos ha ofrecido este verano. A cargo del mismo director (Richard Eyre) y, prácticamente con el mismo equipo, cuenta su continuación, el tercer episodio de la tetralogía. La segunda parte de “Enrique IV”, arranca inmediatamente después de donde dejamos la acción en la primera parte. Tras la batalla de Shrewsbury, cuando las noticias de la derrota rebelde llegan al conde de Northumberland, y abarca los variados avatares del final del reinado de Enrique IV y la coronación de su hijo Enrique V.

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Sobre el papel, la segunda parte de “Enrique IV” es menos atractiva y dinámica que la primera, y las notas y comentarios que este segundo capítulo ha recibido son algo peores que los de su predecesor. Falta la acción y dinamismo de aquél, pero aporta notas tan interesantes que, en nuestro modesto parecer, lo hacen aún superior. Es un capítulo más reflexivo, emotivo y melancólico. Mucho más oscuro y dramático que el anterior. Aunque la presencia de Falstaff asegura momentos de comicidad, también de esperpento, ni siquiera Falstaff es el mismo de la primera parte. Aunque quizá el cambio se opera de modo más manifiesto en otro de los personajes que resplandecía en la comedia en el anterior episodio/parte y que aquí se va desprendiendo del todo la ligereza y picardía que atesoraba para convertirse en una personaje puramente dramático. Nos referimos a Hal, en pleno proceso de metamorfosis en príncipe primero, y después en rey. Los momentos cómicos y puentes del capítulo, a cargo de Falstaff, son menos divertidos, menos brillantes y algo más pesados que otros vistos en el primer capítulo. Todo ello se compensa con los grandes momentos dramáticos que abren y cierran la obra, excepcionalmente desarrollados e interpretados. Mención especial merece la emocionantísima apertura del capítulo, en la que el conde de Northumberland, interpretado por un inmenso Alun Armstrong, en medio de un desolado y bello paisaje cerca de su castillo, recibe una terrible noticia. El dolor del conde es de esos que se contagian y que atraviesan el alma del espectador, y nos prepara para un capítulo con una gran carga emocional.

Los otros grandes momentos del capítulo los protagonizan el rey Enrique IV (Jeremy Irons) y su heredero, el príncipe Hal (Tom Hiddleston). Comentamos de pasada el estupendo trabajo de Jeremy Irons en el primer capítulo, pero su gran exhibición llega en este segundo, dando pleno sentido a que la obra se titule “Enrique IV”. Su mimesis con el personaje es impresionante, dando cuerpo y alma a un monarca atribulado, y ahora ya decrépito y fatigado, con un aspecto casi cadavérico, que delata que la muerte le ronda. Un rey consumido por el peso y las preocupaciones de la corona. Su cara a cara final con el príncipe de Gales (Hiddleston) es escalofriante, como poseído por un frenesí febril se aferra a esa corona que tantos sinsabores le ha propiciado (su personaje tiene un algo de trasunto, en última instancia, del Gollum de “El señor de los anillos”) y protagoniza un emocionante reencuentro final con su hijo. Irons ha recibido, con razón, unas magníficas críticas por su trabajo.

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No está de menos reseñar que ante una actuación tan enorme de Irons, Tom Hiddleston es capaz de aguantar el tipo, y lo hace con nota. Ya comentamos que teníamos la impresión de que iba creciendo con el personaje y eso se manifiesta, especialmente, en esta segunda parte. Le sienta mejor el drama, y sin Falstaff (Simon Russell Beale) que le haga sombra, da sus mejores momentos como Hal. Aunque esto no es del todo exacto, en sus dos encuentros con su orondo antiguo compañero de juergas, está estupendo, y son dos grandes momentos del capítulo (en especial su encuentro final durante la coronación). Entre las escenas que quedan en el recuerdo, su diálogo con Poins (David Dawson) en la sauna (en una escena muy sugerente) donde se ve como la mirada de Hal ya no es la mirada alegre y despreocupada de la primera parte, ahora es recelosa, en especial, hacia sus más antiguos y más canallas amigos. Quizá su gran momento es el emotivo soliloquio que comienza tras “autocoronarse”, comenzando a asumir que esa corona oprimirá en adelante no sólo su cabeza, sino también su vida.

En la melancolía que inunda el capítulo pesa la presencia inexorable de la muerte a lo largo de él. Primero, con el sentido inicio de la mano del conde Northumberland, doliente por su hijo fallecido. Después, en la presencia cadavérica del monarca que, aunque desde su fragilidad física sustenta un espíritu de una energía casi sobrenatural por momentos, acudimos a lo largo del capítulo a la historia de su agonía y de las preocupaciones que le alejan del descanso final. Sólo se abandona a la muerte cuando la reconciliación con su hijo y heredero le dan la paz que anhelaba. En Hal también vemos pesadumbre, como se va alejando de lo que fue, de sus correrías y juergas, de sus antiguos amigos, para comenzar a asumir las que serán sus nuevas responsabilidades. Unas responsabilidades que le llevarán a desconfiar y renegar de esas antiguas compañías (y que recuerdan el brillante texto que Hal recita en la primera parte en la que adelanta su catarsis). Pero es que la pesadumbre llega incluso a Falstaff, al que vemos especialmente conmovedor en su relación con la prostituta Doll (Maxine Peake) y reflexivo sobre su vida y la vejez tras su reencuentro con el juez Shallow (David Bamber). Y este Falstaff menos bufón y menos divertido es el punto básico sobre el que se basan algunas de las críticas a Russell Beale. Personalmente, me sigue pareciendo que hace un grandísimo trabajo, humanizando el personaje y acercándolo al público.

Comparada con "Ricardo II", esta obra en dos partes es mucho más accesible al lector y también lo son sus capítulos para los espectadores. Es difícil (e injusto) comparar unos capítulos que parten de unos materiales literarios tan distintos, pero nos atrevemos a resaltar la labor de Eyre en su adaptación, quizá más clásica y más sobria que la llevada a cabo por Goold en el primer capítulo. Su puesta en escena es menos teatral y su adaptación al medio en el que se proyecta, televisión, está mucho más conseguida siendo absolutamente fiel al texto. Bien es cierto, que el material de ambas obras se da más a ello, pero creemos que Eyre merece todo el crédito por el estupendo resultado final, que ronda el sobresaliente. La ambientación de ambos capítulos es fantástica, llamando la atención el contraste visual entre el suntuoso vestuario con el que vimos a “Ricardo II” en el primer episodio y la austeridad monacal casi excesiva con la que viste “Enrique IV”, que nos dice casi todo de la diferencia entre los personajes en un mero golpe de vista. Como única nota negativa, quizá la música algo cargante e innecesariamente subrayadora usada en algunos momentos cómicos.

En líneas similares a lo visto en los dos capítulos de Enrique IV se moverá el último capítulo de la tetralogía, “Enrique V”, el más bélico de todos ellos, en el que Tom Hiddleston toma el protagonismo absoluto de la serie.

Tu prima.
Ananula

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