“Masacre: Ven y mira” y “Charulata. La esposa solitaria”, la cartelera se abre a los reestrenos de autor

“Masacre: Ven y mira” y “Charulata. La esposa solitaria”, la cartelera se abre a los reestrenos de autor

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Querido Teo:

Llega una curiosa dicotomía en estos tiempos de intento de recuperación pandémica. Con una cartelera de estrenos todavía a medio gas, a la espera de que a partir del verano los Estudios de Hollywood empiecen a poner la carne en el asador, se está encontrando espacio para el reestreno de algunos títulos que van desde los auténticos fenómenos perdurables por siempre (la trilogía de “El señor de los anillos” que ha vuelto a reinar en taquilla) hasta café para muy cafeteros con la llegada a salas de dos títulos que ayudan a adentrarse en otro tipo de cine que nos permite descubrir nuevos estilos y filmografías. Es el caso de las versiones restauradas de “Masacre: Ven y mira” de Elem Klimov y “Charulata. La esposa solitaria” con la que se ha podido celebrar el centenario del realizador Satyajit Ray.

De “Masacre: Ven y mira” (1985) es más conocido el rostro desesperado y noqueado de su protagonista que la propia película en sí y el cual suele ser recurrente cuando se repasa el cine que trata las consecuencias de la guerra y los campos de exterminio.

Una cinta que fue una de las inspiraciones de László Nemes cuando sorprendió con “El hijo de Saúl” (2015), centrándose en la austeridad y en el cogote de su protagonista. Algo no muy distinto que los ojos de un crío embrutecido por el sufrimiento de ser testigo de la matanza de los habitantes de las aldeas bielorrusas durante la II Guerra Mundial por parte de los nazis en 1943, un calvario en el que se hace un hombre a la fuerza cuando tras aportar un fusil a los partisanos ve el extermino y las represalias que sufre el qué fue su pueblo y los suyos.

Una cinta con un propósito, el de concienciar, impactar y servir de percha para celebrar el 40º aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial que terminó siendo una película dura, contundente en su representación como sería también ese mismo año el ambicioso documental “Shoah” de Claude Lanzmann, y en la cual no había embellecimiento o épica sino el horror visto en el rostro de una de sus víctimas. La guerra como arrebato de la vida que tenemos y también de la vida que pudimos tener por todo lo que tiene de trauma psicológico como experiencia.

Así fue el origen del proyecto en palabras de su director, Elem Klimov, el cual cerró y coronó su carrera con un trabajo arduo y complejo: “El 40º aniversario de la Gran Victoria se acercaba y la administración quería algo típico. Yo había estado leyendo y releyendo el libro Soy de la aldea quemada, que consistía en los relatos de primera mano de las personas que milagrosamente sobrevivieron a los horrores del genocidio fascista en Bielorrusia. Muchos de ellos todavía estaban vivos entonces y los bielorrusos lograron grabar algunos de sus recuerdos en una placa. Nunca olvidaré la cara y los ojos de un campesino y su recuerdo silencioso sobre cómo todo su pueblo había sido hacinado en una iglesia y cómo justo antes de que fueran a ser quemados, un oficial del Sonderkommando les ofreció: «Quien no tenga hijos se puede ir». Y él no pudo soportarlo; se fue y dejó atrás a su esposa y niños pequeños... O sobre cómo otro pueblo fue quemado: los adultos fueron conducidos a un granero, pero los niños se quedaron atrás. Y más tarde, los hombres borrachos fueron rodeados por perros pastores y dejaron que los perros destrozasen a los niños en pedazos. Luego pensé: el mundo no sabe nada de Khatyn. Sí que conocen Katyn, sobre la masacre de los oficiales polacos que tuvo lugar allí. Pero ellos no saben nada de Bielorrusia, a pesar de que más de 600 aldeas fueron quemadas aquí.

Entonces me decidí a hacer una película sobre esta tragedia. Entendí perfectamente que la película iba a terminar de forma dura. Decidí que el papel central del muchacho de la aldea, Flyora, no sería interpretado por un actor profesional, que al sumergirse en un papel difícil podría haberse protegido a sí mismo psicológicamente con su acumulada experiencia actuando, su técnica y habilidad. Quería encontrar un chico sencillo de catorce años de edad. Tuvimos que prepararlo para las experiencias más difíciles, luego capturarlos en la película. Y al mismo tiempo, tuvimos que protegerlo de las tensiones de modo que él no acabase en un manicomio después de la filmación, y fue devuelto a su madre vivo y saludable. Afortunadamente, Lyosha Krávchenko interpretó a Flyora, más tarde se convirtió en un buen actor y todo transcurrió sin problemas”.

“Masacre: Ven y mira” es un viaje al averno de la guerra y a los terrores más profundos que puede desencadenar, devastando toda personalidad y minando por siempre la estabilidad psicológica de cualquiera que lo vive. Más que cine bélico, acostumbrado a retratarse con heroicidad y lucha por la supervivencia, lo que se nos presenta es el puro terror marcado por la mugre, la miseria, la sangre, los disparos y el fango en el que los cuerpos (tanto de humanos como de animales) son mostrados en un largo valle de dolor e infortunio. Las proyecciones no sólo provocaron hospitalizaciones para los más influenciables sino que en un coloquio las palabras de un soldado alemán admitiera que todo lo que había visto en pantalla era cierto y que su mayor vergüenza era que eso fuera a ser visto por sus hijos y nietos.

“Masacre: Ven y mira” fue comparada con la inmersión de Coppola en “Apocalypse Now” y también tuvo como referencia al cine de Tarkovski por todo su halo poético jugando con la analogía de la angustia psicológica y el aura espectral de todo lo que inunda a la cinta. Toda una experiencia difícil de ver pero que muestra hasta donde es capaz de llegar la crueldad humana en esos momentos de profunda decepción como especie. El título de la película se extrajo del capítulo 6 del libro del Apocalipsis, en donde se expresa: “Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo para vencer”. 

El magistral final, con el protagonista disparando con su fusil a un retrato de Hitler que flota en un charco mientras vemos que la Historia va rebobinando, nos lleva a un interesante punto de partida. ¿Puede el ser humano evitar que ésto suceda o está condenado a repetir una y otra vez sus vergüenzas del pasado? Y lo más inquietante, ¿es ético pensar en disparar a un niño si sabemos que ello evitará los grandes males de la Humanidad?

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Por otro lado “Charulata. La esposa solitaria” (1964) es la cinta con la que Satyajit Ray ganó el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlín. Basada en un relato de Rabindranath Tagore ambientado a finales del siglo XIX, cuando la India era todavía una colonia inglesa.

Charu, una mujer de la alta sociedad bengalí que lleva una vida ociosa, está casada con Bhupati. Éste, que ha heredado una fortuna, utiliza su dinero para publicar un periódico político, y se siente orgulloso de no haberse dejado arrastrar por la comodidad y la desidia. Un triángulo amoroso, con la aparición de su verborreico y carismático hermanastro, en una jaula de oro que demuestra el dominio del director detrás de la cámara construyendo un universo en el que se da la mano la tradición, los deseos de independencia y el exotismo de una cultura lucida en el plano de manera primorosa.

Satyajit Ray llevó a cabo una carrera amplia que tiene en “Charulata. La esposa solitaria” su película más memorable, la cual fue considerada por el director como la que menos fallos tenía y la cual volvería a rodar de nuevo de la misma manera en el caso de que hubiera tenido la oportunidad. Tras comenzar a trabajar como ilustrador, Ray encontró en el cine su mayor vía de expresión estando muy influenciado por el neorrealismo italiano confesando haber visto en 55 ocasiones “El ladrón de bicicletas” de Vittorio de Sica.

En 1992, semanas antes de morir a los 70 años, recibía desde Calcuta el Oscar honorífico destacando la Academia “su excepcional dominio del arte del cine y su profunda visión humanitaria, que ha tenido una influencia indeleble en cineastas y audiencias de todo el mundo”. “Charulata. La esposa solitaria” se proyectó en la Cineteca de Madrid para conmemorar el centenario de un director a reivindicar.

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Nacho Gonzalo

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